Nou anys després que hi polemitzés Andreu Nin, li va tocar a Rafael Campalans polemitzar amb Antoni Fabra i Ribas a propòsit de la qüestió catalana. Tot i els anys passats i, com li deia Campalans, una Guerra Mundial que ho havia capgirat tot, el socialista Fabra i Ribas continuava en la mateixa línia intransigent sobre el catalanisme: dogmatisme internacionalista i defensa de l’estructura de l’Estat espanyol. De fet, la discussió sobre la qüestió catalana en el si del PSOE, on tots dos militaven, acabaria amb l’escissió d’uns quants socialistes catalans, que fundarien la Unió Socialista de Catalunya, de la qual Campalans seria un dels principals dirigents i director del setmanari del partit, Justícia Social.

Enginyer industrial, Campalans, com també faria el mateix Ribas, va viatjar per Europa per ampliar estudis i va mantenir contactes amb els partits socialistes europeus i nord-americans. Durant la Gran Guerra, s’adherí al Manifest dels Amics de la Unitat Moral d’Europa –que impulsà Eugeni d’Ors–, mentre iniciava una etapa de col·laboració en les institucions de la Mancomunitat, en la qual fou encarregat dels serveis públics, professor de física general, mecànica, termodinàmica i història de la ciència a l’Escola d’Agricultura, a la Universitat Industrial i a l’Escola de Bibliotecàries, director de l’Escola del Treball, a partir de 1917, i secretari general d’Ensenyament Tècnic i Professional des del 1922 i fins al cop d’Estat del general Primo de Rivera, quan les noves autoritats van depurar el professorat i el personal tècnic de la institució. El seu nom és un exemple paradigmàtic de la col·laboració transversal en l’obra iniciada per Prat de la Riba i continuada per Puig i Cadafalch.

Amb la República, Campalans com a líder de la Unió Socialista de Catalunya –col·ligada amb ERC– va tenir un paper clau: elegit regidor de l’Ajuntament de Barcelona el 12 d’abril del 1931, seria responsable d’Instrucció Pública del Govern Provisional de la Generalitat, diputat a Corts Constituents i membre de la Comissió que redactà l’Estatut d’Autonomia. La seva mort accidental i prematura, ofegat a la platja de Torredembarra, va estroncar una carrera política ascendent.

Campalans, com fa a l’article seleccionat, sempre va defensar el seu nacionalisme català. Un nacionalisme que suposava la defensa d’un federalisme sobiranista. Tal com afirma a l’article: “No queremos que el Estado español nos dé nada ni que nos conceda nada. Queremos la total y plena soberanía política para Cataluña, para poder fijar entonces libremente –tratando de igual a igual– la naturaleza del pacto federativo a establecer con los demás pueblos ibéricos, y a ser ello posible, con todos los pueblos libres de la tierra”.

Justament, pocs dies després de publicar-se l’article a El Socialista, Rafael Campalans, en tant que màxim dirigent educatiu de la Mancomunitat, va ser l’amfitrió del científic Albert Einstein –convidat per la institució a fer una conferència a la ciutat de Barcelona– i a casa seva es va celebrar un cèlebre sopar en homenatge al premi Nobel alemany amb plats de noms llatins que evocaven motius científics. Durant aquells dies, Einstein qüestionà al seu amfitrió que es declarés socialista i nacionalista. “Això no lliga!” exclamà. Després d’escoltar les seves explicacions, segons Campalans, “va captar els matisos més subtils i fràgils de la vida catalana” i va justificar l’aparent paradoxa: “Això no és nacionalisme verdader”. De tota manera, aconsellà el seu amic que no utilitzés un nom que, després de la Gran Guerra, començava a ser funest.

 


“El nacionalismo y el problema catalán”

Rafael Campalans
El Socialista, 9 de febrer del 1923

Por la vieja amistad que me une a Fabra y Ribas, y la devota admiración que sinceramente profeso a su generoso entusiasmo de luchador y a su buena fe ilimitada, he de corresponder a la invitación que en el exordio de su última conferencia en la Casa del Pueblo nos hace a los socialistas de Cataluña, como a los más radicales del catalanismo, para que expongamos claramente cuál sea nuestra posición.

La franqueza que reclama de nosotros me fuerza a señalar, desde luego, que los elementos de más amplio espíritu y de mayor prestigio del socialismo catalán, y multitud de obscuros militantes, como el que esto escribe, ven con profundo pesar la impermeabilidad comprensiva que para el problema de Cataluña muestra un espíritu de la agilidad y lucidez del de Fabra Ribas, tan sensible, por otra parte, a las más sutiles pulsaciones de la vida de nuestros días.

¿Cómo explicarnos, en efecto, que aun la misma convulsión de la gran guerra, con su aparejado derrumbe de mil seculares dogmas políticos y teorías económicas, le hayan dejado inconmovible en sus apriorismos racionalistas, impregnados de un rancio misticismo pitagórico y petrificado en su estrecho doctrinarismo de rotundidades cartesianas, “claras y distintas”?

Afortunadamente, los socialistas catalanes sabemos que el estrecho criterio de Fabra Ribas no define la posición del socialismo de las tierras de España

Reconocida la hierática posición espiritual de nuestro querido camarada, es natural que aceptemos el diálogo con muy poco entusiasmo, por pura galantería de gentlemen, y convencidos de antemano de su absoluta inutilidad. Fabra Ribas no repetirá sus definiciones categóricas de “hombre que posee la verdad”; nosotros le diremos de nuestras dudas, de nuestras inquietudes y de nuestras palabras, y las cosas seguirán siendo lo que son, y no lo que nuestra razón o nuestros afectos quiera que sea.

Afortunadamente, los socialistas catalanes sabemos que el estrecho criterio de Fabra Ribas no define la posición del socialismo de las tierras de España, y tenemos a orgullo el que sean justamente las de nuestros compañeros de más alto prestigio intelectual las voces amigas que, mostrando una mayor y más generosa y más humana compresión de sus ansias de libertad, hayan encontrado Cataluña fuera de sus fronteras. Aludo especialmente a los profesores Besteiro y Ovejero.

El hecho, por otra parte, no es nuevo en la historio de nuestro Partido, y se halla, contrariamente, dentro de sus más puras tradiciones. Antes de que Irlanda, o Polonia o Bohemia, por ejemplo, hubieran alcanzado sus actuales Constituciones políticas, sus Federaciones nacionales eran núcleos independientes dentro de la Internacional Socialista. Sabemos de antemano la objeción radical con que nos saldrá al paso nuestro cariñoso amigo: “Es que el caso de Cataluña no es el de Irlanda, ni Polonia, ni Bohemia…”. Y seguidamente nos pondrá knock-out con una erudita retahíla de razones históricas y geográficas. Pero la Geografía, desde Vidal-Labache y sus discípulos, ha evolucionado mucho y poco tiene que ver con la respetable y fosilizada asignatura que Fabra Ribas y nosotros estudiamos –hélas!– hace muchos años. En cuanto a la Historia, “madre de la verdad, émula del tiempo, etc.”. Puesta en buenas manos, sirve, como es sabido, para todos los menesteres.

Para nosotros, hombres de libertad, hay un pueblo donde una espiritualidad común palpita; hay una nación donde hay simplemente una voluntad nacional colectiva. Cataluña

No se trata aquí de esto: ¡ni de geografías ni de historias!

Para nosotros, hombres de libertad, hay un pueblo donde una espiritualidad común palpita; hay una nación donde hay simplemente una voluntad nacional colectiva. Cataluña, para nosotros, no comprende, a priori, ni el Rosellón, ni Valencia, ni Andorra, ni el mismo Priorato. Cataluña-nación acaba en último pueblo que lo declare la libérrima voluntad de sus moradores. Para Fabra Ribas, la legitimidad de un nacionalismo es una cuestión de kilómetros cuadrados; para nosotros, es esencial y exclusivamente una cuestión de libertad, un problema de dignidad humana.

Nuestro nacionalismo no es, pues, ni creacionista ni teleológico. Las doctrinas nacionalistas partiendo del Génesis –Advocat, passons au deluge –son las de Fabra Ribas, no las nuestras. El nacionalismo imperialista será el de los responsables del desastre marroquí, el de l’Action Française y acaso el de algún hombre de la Acció Catalana y, claro está por esto último, que tampoco puede ser el nuestro. El nacionalismo contra el que arremete, lanza en ristre, nuestro buen amigo será tan guerrero como él desee, en la misma medida que eran gigantes los molinos del malhadado hidalgo que, justamente en tierras de Cataluña y a las brisas del Mediterráneo, tuvo la cruel decepción de recobrar el juicio a las postrimerías de su vida inútil.

Contrariamente a lo que afirma nuestro docto amigo, y coincidiendo, por ejemplo, con Kropotkine –no acreditado precisamente por su reaccionarismo– estimamos nosotros que “el progreso no estriba en modo alguno en que las pequeñas nacionalidades sean absorbidas por las grandes –contribuir a ello es un crimen de lesa humanidad, según dicho autor–, sino en el desenvolvimiento libre y completo de cada nación, grande o pequeña, y tanto más si es pequeña, y está en peligro de ser absorbida. Sólo cuando haya sido conquistada esta plena libertad de desenvolvimiento nos será dado llegar al verdadero progreso internacional, por la Federación de las unidades nacionales libres, de los Municipios libres y de las agrupaciones y de los individuos libres, en estos alveolos primeros de la verdadera colmena humana”.

La legitimidad de un nacionalismo no es una cuestión de kilómetros cuadrados; es esencial y exclusivamente una cuestión de libertad, un problema de dignidad humana

Así, nos maravilla y desconcierta la absoluta coincidencia de Fabra Ribas y Cambó en la interpretación de la doctrina federalista. Para ambos, ha de ser el Estado español el que, como una gracia o una merced, fije el grado de libertad que a Cataluña corresponde gozar. Nosotros, los liberales de Cataluña, entendemos el federalismo de muy distinto modo. Nuestra dignidad de hombres, teóricamente libres, repugna de aceptar dádiva alguna. No queremos que el Estado español nos dé nada ni que nos conceda nada. Queremos la total y plena soberanía política para Cataluña, para poder fijar entonces libremente –tratando de igual a igual– la naturaleza del pacto federativo a establecer con los demás pueblos ibéricos, y a ser ello posible, con todos los pueblos libres de la tierra. Entre el señor y el esclavo todo pacto será una ficción; toda pretendida libertad, un escarnio.

¿Qué quiere nuestro amable interlocutor aclarar?

Repetimos, puesto, que no podemos compartir, ciertamente, ni su estatismo inconsútil ni su estática concepción de la organización política actual. Nunca hemos sido “interestatistas”. Y si la nación fuera, como pretende nuestro amigo, una pura invención burguesa habría de reconocer que la adjetivación de nuestro Partido, “internacionalista”, nos está poniendo a todos en ridículo.

Queremos la total y plena soberanía política para Cataluña, para fijar entonces libremente –tratando de igual a igual– la naturaleza del pacto federativo con los demás pueblos ibéricos

Sabemos perfectamente –¡caramba!– que las naciones no han existido siempre en su forma actual que la nariz de Cleopatra pudo alterar la faz del mundo antiguo y que una boda o un divorcio habrían pudo conservar a Cataluña su prístina independencia o incorporarla al Estado francés. Justamente por esta causa reputamos de un angosto conservadurismo de “señor Esteve” y más después de la transparente elocuencia de los últimos cien años de Historia, pretender la intangibilidad del Estado español: “¡Por Dios, no metáis ruido! ¡Si vivís en el mejor de los Estados posibles!”.

Muy bien este criterio en un Luca de Tena, pongo por reaccionario. Pero la invocación apocalíptica del cuadro desoladora de la Península ibérica balcanizada –¿más aún?– y la necesidad de buscar un elemento de aglutinación hispana, para evitar los graves daños y fieros males que originará, si los dioses no lo remedian, la perturbación de los nacionalistas reaccionarios y espurios, nos deja plutot froids. Conocemos un clisé análogo de labios de los amables burgueses del socialismo católico, y, la verdad, no nos causa sensación.

En cuanto al iberoamericanismo cuya repetida alusión le es tan grata, creo que en las cada día más populares y acreditadas “Fiestas de la Raza” se han dicho, aquí y allá, bastantes sandeces, para que falte añadir una sola.

Recapitulando: nuestra posición nacionalista se halla sintetizada en las siguientes palabras –como que haré punto por hoy– del manifiesto publicado en septiembre de 1914 por los socialistas revolucionarios de Italia: “Sostenemos que el internacionalismo sólo será posible cuando las naciones sean libres, porque mientras el odio divida irredentos y opresores, ningún problema político ni económico puede tener solución”.