José Martínez Ruiz, conegut amb el pseudònim d’Azorín, va ser un dels membres més destacats de l’anomenada Generació del 98 –com el mateix autor no s’està de recordar al text. Nascut a Monòver, al Vinalopó Mitjà, fill de pare murcià i mare de Petrer, va desenvolupar tota la seva obra en castellà. No debades, Josep Pla, que li tenia admiració, afirmaria que Azorín escrivia en català, perquè la seva sintaxi –“La persiana es verde”– és molt més catalana que la castellana, “que acaba en cola de pescado”, segons l’empordanès.

Home d’orígens ideològics anarquistes, de seguida va començar a escriure als diaris. Deixada enrere aquesta joventut, és com a conservador i a l’ABC que desenvoluparà la seva carrera literària. També la política: serà diverses vegades diputat i subsecretari d’Instrucció Pública. Va morir a Madrid el 2 de març de 1967, enguany se’n commemora el centenari.

Azorín era un bon coneixedor de Catalunya, tant de la vida política –que havia viscut com a cronista alhora que parlamentari, on va conèixer els diputats de la Solidaritat–, com de la seva literatura, en la qual va tenir sòlides i bones amistats. L’any 1898, escriu a El Progreso: “Cada vez admiro más a Cataluña. No se mide la estatura de un pueblo, de una época, por sus hombres eminentes, por el número de sus genios en las ciencias, en las artes, en las letras; se mide por la masa, por el pueblo, por la clase que trabaja y produce. La tierra catalana es admirable por eso [...]. El obrero castellano no llega, ni con mucho, al nivel intelectual del catalán [...]. En Barcelona no se lee, se investiga, y se está al tanto de las nuevas tendencias estéticas, de la evolución filosófica [...]. Cataluña, cierto, es un pueblo aparte; nada tiene en común con las demás regiones españolas, ni historia, ni lengua, ni literatura, ni costumbres. Es una nación independiente, moralmente independiente; posee tradiciones propias; industria, arte, espíritu privativo”.

“Merecemos perder Cataluña. Esa cochina prensa madrileña está haciendo la misma labor que con Cuba. No se entera. Es la bárbara mentalidad castellana, su cerebro cojonudo (tienen testículos en vez de sesos en la mollera)”, li havia escrit l’any 1907 –poc després de la victòria solidària– el seu amic Miguel de Unamuno, que tot i les seves velles amistats catalanes, durant la República tindrà una actitud ben diferent i serà un dels més abrandats contraris a les pretensions catalanes. Azorín ja havia escrit llavors: “¿Vamos a negar a Cataluña sólo por pedirlo Cataluña lo que juzgamos excelente para las demás regiones españolas? [...] Cataluña ha mandado sus representantes a las Cortes; lo que era una protesta revolucionaria y agresiva, se ha convertido en pacífica labor legislativa. ¿Qué sucederá si a pretensiones que estimamos todos justas de esta representación se contesta con la negativa?”. No és estrany que anys després, en ple debat de l’Estatut, apostés per satisfer totalment les aspiracions dels catalans.

 


En su integridad

Azorín
Crisol, 19 d’agost de 1931

Digamos dos palabras –sin importancia– acerca del asunto Cataluña. Para decidir en el asunto Cataluña se puede leer o no leer; se puede leer mucho o no leer nada. Si no se lee nada, se acepta el resultado de un largo proceso de siete siglos y se da el fallo favorable a Cataluña; si leemos, habremos de encontrarnos frente a nosotros, pobres lectores, con una ingente montaña de papel. Montaña que a lo largo del tiempo ha ido formándose con libros, libros grandes y chicos, muchedumbre de libros, con folletos, con trabajos de revista, con artículos de periódico, millares, millones de artículos de periódico, con discursos, incontable multitud de discursos, con documentos legales, documentos que llenan los anaqueles de los archivos. Y cuando tengamos ante nuestra vista tan formidable montaña pensemos en las disciplinas humanas que han sido puestas a contribución para que estos discursos fueran pronunciados. Todas las disciplinas: la filosofía, la historia, el derecho, la filosofía de la historia, la historia del derecho, la estética, la etnografía, el folklore, la poesía erudita, la poesía popular, la novela, la sociología, el derecho consuetudinario, la filología, todas las disciplinas, en suma, estudiadas para demostrar que Cataluña tiene una vitalidad propia, que Cataluña es una nación. Y cuando, después de desflorar esa enorme producción bibliográfica de Cataluña, ya que no repasaría toda, cosa imposible a fuerzas humanas, cuando, después de desflorar esa enorme bibliografía, queramos acercarnos un poco a la materia viva, hablaremos de tener en cuenta todos los cambios y los vislumbres y los tornasoles de la pasión política, no a lo largo de cuatro siglos, sino, sencillamente durante los últimos cincuenta años. Entonces veremos cómo cada diez años o menos, cada seis años, se produce en Cataluña un formidable remolino de opiniones, de ideas, de sentimientos, de pasiones políticas. Al cabo de seis años, lo que creíamos saber ya no lo sabemos; la política en su marcha vertiginosa es otra. Han nacido nuevos partidos; unos partidos se han injertado con otros; los antiguos han revestido formas nuevas; los hombres que antes estaban en predicamento ya no lo están; son otros los que ahora dan el tono al movimiento. Las teorías que antaño corrían como válidas han sido reemplazadas por teorías nuevas. Creíamos conocer el ideario de los catalanistas y tenemos que estudiar de nuevo sus programas; otras doctrinas están ahora en curso. Los hombres se suceden y las ideas también. Y en este gigantesco torbellino, a lo largo tan sólo de los últimos cincuenta años, por encima de la muchedumbre de nombres políticos de teorizantes, emergen en la memoria los nombres de Mañé y Flaquer, Almirall, el doctor Robert, Prat de la Riba, Maragall, Torras y Bages, Cambó, Rovira y Virgili… ¡Qué vida tan intensa la de esta nación desde hace siete siglos! La ondulación de la historia de Cataluña es interesante; nada más curioso e instructivo. Seguir las fluctuaciones de la nación catalana desde la Edad Media hasta el presente es contemplar el más bello panorama. Con la imaginación, hemos ido, en un rato de soledad, siguiendo el curso de esa substancial historia. Al llegar al siglo XIX nos íbamos deteniendo, primero en los nombres de los poetas; nos deteníamos en Cabanyes, tan infortunado, en cuyos versos, como en los de Chénier, se da la síntesis del romanticismo y el clasicismo; nos deteníamos en Verdaguer y le veíamos con su cara de labriego, con su cara algo mongólica, angustiado, errante del palacio barcelonés a la montaña; nos deteníamos en Maragall, tan amigo de los escritores que formábamos la legión de 1898, Maragall tan sensitivo, que podríamos simbolizar en el sensitivo almendro que él ha descrito en una de sus poesías; nos deteníamos en José Carner y con él gustamos los “frutos sabrosos” de la tierra catalana. Pero de todos los nombres ilustres de Cataluña, no eran éstos los que cautivaban nuestra atención. Otros nombres eran ahora más sugestivos que los nombres de los artistas.

Cataluña tiene una vitalidad propia, es una nación (…). Seguir las fluctuaciones de la nación catalana desde la Edad Media hasta el presente es contemplar el más bello panorama

Y esos nombres eran los de los fabricantes. Siempre hemos tenido la ilusión de hacer un libro, acaso una novela, cuyo personaje central fuera una fábrica: no una fábrica nueva, con reciente y poderosa maquinaria, sino una fábrica viejecita y modesta. En sus tiempos esta fábrica ha hecho figura en el mundo; pero ahora ya ha sido superada por las enormes fábricas. Sin embargo, ella conserva la escrupulosidad, el sentido de la perfección en lo que elabora. Y así lo que de ella sale es estimado por los conocedores. ¿Cómo no hemos de sentir atracción por los fabricantes de Cataluña? Ahora hemos sentido deseos de repasar esos nombres, y hemos ido leyendo los de D. Federico Ricard, marqués de Santa Isabel; D. Juan Salerós, D. Ramón Romaní, de antigua estirpe de papeleros; D. Manuel Feliu y Coma, Ferrer Vidal, D. Ramón Torelló, Permanyer, D. José Antonio Muntadas, creador de la gran fábrica “La España Industrial”; D. Claudio Arañó, que introdujo en la industria la moderna maquinaria; don Fernando Puig, que fue el primer fabricante de España de hilo para coser. Los nombres de algunos de estos fabricantes se unían a recuerdos y sensaciones de la niñez; las sensaciones de un niño que, en la casa solariega, en el cuartito de la costura contempla las madejitas de hilo ceñidas con una abrazadera de papel en que va estampado el nombre del fabricante, acaso D. Fernando Puig, y los ovillos, y las piezas de lienzo de las que saldrán las sábanas y los manteles. Acaso estas antiguas sensaciones han podido más en el amor a Cataluña que los versos de los poetas.

No una vez sino varias hemos leído el libro de D. Alejandro de Ros, deán de la catedral de Tortosa, libro que se titula “Cataluña desengañada”, impreso en Nápoles en 1646 y que lleva una portada curiosa. En la portada una matrona, con el escudo de Cataluña, está en lo alto de un risco, y va a precipitarse al abismo; en la hondura por donde va a arrojarse Cataluña crece un ramo de lises, las lises de Francia, y una leyenda dice: “Incerta aspes, certa amaritudo”. Incierta la esperanza y amargura cierta. Otra matrona, con el escudo de España, que se halla al lado de Cataluña se ha abalanzado a ella y la detienen para que no se precipite. Con esta estampa se alude al intento de Cataluña de arrojarse en brazos de Francia. Y no sabía Cataluña o lo olvidada, –nos lo cuenta el autor– que desde 1285 eran más de veintitantas veces las que los franceses habían invadido y devastado Cataluña. El libro del deán Alejandro de Ros es un libro españolista; el autor trata de disuadir a sus paisanos de su enemiga a España. Para él, catalanes y castellanos se complementan. No existe oposición entre unos y otros. “Es el catalán –escribe Ros– corto naturalmente, y tan poco esparcido que el encogimiento tal vez parece grosería o menos capacidad; y es tanto lo que se despeja y se desbroza con el trato con el castellano, que, sobre el buen fuste de su natural, sobre la entereza de su condición y aquella sólida firmeza de su segura amistad, le sirve de precioso esmalte la comunicación del castellano”. Nótese lo de la entereza del carácter y lo de la segura amistad. Cuando se escribía la “Cataluña desengañada”, como corolario a los sangrientos sucesos del reinado de Felipe IV, Cataluña estaba en una de les depresiones de su camino. El mismo Ros no dice que los grandes señores de entonces tan ilustres en prosapia como los castellanos, no pasaban en sus rentas de seis mil ducados. Y andando en el tiempo, en el siglo XIX, Cataluña torna a esplender como en sus mejores épocas.

…a Cataluña debe dársele todo lo que pide en su integridad. En su integridad y sin regateos. Todo y en el acto. Y así terminará cordialmente el desasosiego de 400 años

Una historia de siete o más siglos; en esa historia, cuatro centurias de inquietud, De inquietud para Cataluña y de preocupación para el resto de España. No ha habido sosiego ni para Cataluña ni para el resto de España en ese largo período. Se ha hecho todo lo que se ha podido, por parte de Cataluña y por parte de España, para evitar la inquietud de unos y la preocupación de otros, y no se ha podido. No se ha podido en cuatro siglos y no se podría en otros cuatro. Ya es hora de que la inquietud y la preocupación terminen. Cataluña tiene derecho a vivir su vida. El resto de España debe, sin más dilación, hacer que Cataluña viva su vida. ¡Que acabe la fiebre de cuatro siglos! Todo debe hacerse con elegancia y pulcritud. Vamos a ver si esta Cámara, en que hay quienes quieren hacer el jabalí y lo que hacen es otra cosa; si esta Cámara, en que los jóvenes se muestran tan ufanos de su juventud, flor de un día, y en que los viejos no saben expresar en qué la edad provecta rivaliza con la moza y aun la vence; si esta Cámara sabe colocarse a la altura de lo que la realidad reclama en este momento histórico para España y para Cataluña. La voz de un transeúnte, que no tiene voto, simple voz de la calle, es la de que a Cataluña debe dársele todo lo que pide en su integridad. En su integridad y sin regateos. Todo y en el acto. Con pulcritud y elegancia. Y así terminará cordialmente el desasosiego de cuatrocientos años.

Il·lustració: Azorín per Ramon Casas.