Este pasado septiembre hemos encadenado diecisiete meses seguidos de crecimiento de los precios de los alimentos. Algo que cualquiera que vaya al mercado o al supermercado puede confirmar, sin necesidad de estadísticas oficiales.

La inflación subyacente sigue disparada, siendo los alimentos los grandes responsables de todo este fenómeno, con el permiso de otras partidas que le han acompañado intermitentemente. De hecho, la bajada del IVA de los alimentos básicos hace meses que dejó de surtir efecto, pues el crecimiento a dos cifras de los precios de estos productos, se comió su impacto.

El limitado y prejuicioso discurso político achaca gran parte de la responsabilidad de este fenómeno a las cadenas de distribución y los intermediarios. Hemos visto cómo se ha propuesto “vigilar” los márgenes de los supermercados o acusar públicamente a alguno de los dirigentes de este sector. Sin embargo, aunque puede haber incremento de márgenes intermedios por la coyuntura del alza de los costes de todo tipo, el problema principal de los alimentos está en la producción.

Llevo bastantes años trabajando en proyectos agritech y de innovación aplicada al sector agrícola en diferentes países para haber escuchado algunos de los grandes problemas del sector productivo. Problemas que, se sorprenderían, son muy similares en muchas zonas del planeta. Y estos problemas se traducen en falta de disponibilidad de alimentos.

Además de factores como la falta de relevo generacional, de la despoblación de zonas rurales o de una equivocada política comunitaria que, en ocasiones, no permite competir en condiciones de igualdad a los productores europeos, el principal factor que explica la escasez de producción de alimentos es el cambio climático.

Lo primero que debemos pensar es la exposición absoluta que tienen las explotaciones agrícolas y ganaderas a la meteorología, pues muchas de estas actividades se realizan a cielo abierto o en entornos muy vulnerables a ella.

En los últimos meses, hemos tenido tormentas y DANA de efectos devastadores en Grecia, España, el norte de África o, en los últimos días, Nueva York. Estos fenómenos climáticos arrasan con cualquier actividad, pero más con la producción agrícola. Lo que antes era anecdótico o aislado en un periodo del año, se ha convertido en la tónica incierta de muchas zonas.

Más allá de la obvia escasez de agua, cada vez más acuciante, las lluvias excesivas y el incremento de las temperaturas hacen inviables muchos cultivos. No solo porque los tiempos habituales de maduración y recolección estén cambiando, sino porque el calor excesivo y las heladas a destiempo arruinan muchas cosechas o evitan que los frutos tengan unas condiciones mínimas organolépticas, de tamaño o de calidad. Es decir, o no se pueden recoger o no son viables para el consumo. Esto conlleva problemas de rentabilidad para el productor y problemas de escasez para el mercado.

Además, el alza de las temperaturas y estos fenómenos climáticos más propios del Trópico, también traen insectos y plagas que no se conocían. Por ejemplo, comentaba el otro día con investigadores de la Universidad de Zaragoza y Tecnalia cómo la almendra, producto imprescindible en mi provincia, Alicante, y materia prima para tanta industria agroalimentaria, como la turronera, pasa momentos complicados desde hace años. No sé si sabrán que le afecta un insecto que no era conocido en nuestro país. Este bicho se mete en la almendra, cuando aún está verde, y va comiendo el fruto mientras madura. Como no deja rastro en la cáscara, el agricultor continúa invirtiendo en el cultivo, hasta que llega la recolección y ve que no hay almendras. Las cáscaras están casi vacías.

¿Y saben lo que pasa con este insecto? Que no se conoce cómo combatirlo en nuestro territorio y aquellos especialistas donde sí lo saben (en países tropicales), no conocen cómo trabajar con almendras, porque no es un cultivo de esos países.

Probablemente, vamos muy tarde para combatir el cambio climático, pero impulsar la innovación y la cooperación internacional deben ser claves para asegurar el suministro alimentario. Algo más allá de la carne de laboratorio y los insectos. Pocos sectores impactan de forma tan homogénea a todos los que habitamos este planeta.

Investigaciones como el vertical farming, ya empleado para el cultivo de tomates o pepinos, puede ser una solución. Consiste en generar cultivos en entornos controlados, donde no estén a la intemperie climatológica. Una evolución tecnológica de los invernaderos.

Pero también otros como la inteligencia artificial aplicada al control de la deforestación y las prácticas de explotación abusiva del suelo, el uso de tecnología digital para controlar los flujos de agua subterránea, los gemelos digitales que analicen cómo van a impactar los nuevos modelos meteorológicos, la generación de nuevas variantes de productos más resistentes al calor y la humedad constante. En definitiva, poner el foco en el medio plazo, analizando qué soluciones podemos conseguir para un problema acuciante, que va más allá de la inflación que nos afecta a todos. Porque tantas veces perdemos el tiempo mirando el dedo, y no la Luna.