Divide et impera”, decían los romanos. Divide y vencerás. No sé si Julio César la dijo exactamente así, pero lo cierto es que la expresión ha sobrevivido durante siglos como máxima política y militar: si logras que tus enemigos se enfrenten entre sí, los tendrás controlados.

En el mundo de la empresa, sin embargo, la misma frase puede tener otra acepción: cuando las cosas no van bien, cuando un área no funciona, lo que se necesita no es unificar ni centralizar, sino dividir. Pero no para enfrentar, sino para clarificar. No para debilitar, sino para que lo que chuta, por fin, funcione.

A lo largo de mi carrera he visto muchos ejemplos de unidades de negocio ineficientes, áreas atascadas, equipos desmotivados o productos que no despegan. Y he comprobado una y otra vez que una de las decisiones más eficaces que se puede tomar en esos casos es separar. Escindir. Reorganizar en dos. O tres, si hace falta. Y no lo digo como metáfora. Lo digo literalmente: crear varias divisiones donde antes había una, o varios equipos donde antes había uno solo.

¿Por qué funciona? O, más bien, ¿cuándo funciona?

En el mundo de la empresa, he comprobado una y otra vez que una de las decisiones más eficaces que se puede tomar cuando las cosas no van bien es separar

Primero, porque muchas veces metemos en el mismo saco negocios con cadenas de valor desiguales, clientes con expectativas distintas, canales de distribución diferentes o una ventaja competitiva dispar.… y pretendemos que una misma estructura lo gestione todo. Lo hacemos porque es más barato. Son menos costes.

El resultado es confusión. Las ventajas competitivas de un lado no aplican al otro, los KPIs se mezclan, las prioridades chocan. Lo que necesita foco acaba diluido. Lo que requiere especialización se sacrifica por la transversalidad.

Dividir permite volver a alinear estrategia, operaciones y cultura interna con lo que realmente necesita cada parte del negocio. Permite dar foco. Y eso, en muchas organizaciones, es oro.

Hay además una cuestión matemática que no es menor. Existe una regla sencilla, pero poderosa: cuando tienes n personas en un grupo, el número de relaciones posibles entre ellas crece de forma exponencial. Es decir: cuando pasas de 5 a 10 personas, no duplicas la complejidad relacional; la multiplicas por cuatro. En términos prácticos: reuniones más largas, decisiones más lentas, más fricción, más ruido. Al dividir, no solo reduces tamaño, también reduces relaciones. Y, por tanto, aumentas eficiencia. Por tanto, a la inversa también aplica. Dividir equipos, al reducir el número de integrantes de cada equipo, la coordinación se simplifica.

No, dividir no siempre es malo. A veces es precisamente lo que hace falta. No para debilitar, sino para clarificar. No para controlar, sino para liberar

Un tercer argumento clave es el de la clarificación en la cuenta de resultados. Cuando divides una unidad en dos, puedes establecer mejor el rendimiento de cada una. Aparece lo que en inglés llaman accountability: la capacidad de rendir cuentas, de ver claramente qué parte genera valor y cuál no. He visto muchas áreas que parecían ruinosas y resultaron no serlo… y otras que escondían su bajo rendimiento detrás del resultado global. Dividir ayuda a ver mejor.

En cuestiones de innovación y diversificación es ya una premisa. Si tienes una unidad bien definida, puedes probar un modelo de negocio alternativo en paralelo, con otro equipo, con otras métricas, con otra lógica. Si funciona, puedes escalarlo. Si no, no ha contaminado al resto. En tiempos de cambio, la estructura debe permitir ensayo y error. Y eso, muchas veces, solo se consigue si tienes partes diferenciadas. Pero hay una tendencia natural a asignar las innovaciones a departamentos preexistentes para minimizar la inversión inicial. Se ha de meditar muy bien.

Finalmente, la creación de oportunidades profesionales. Cuando escindes un área, aparece la necesidad de nombrar a alguien que la dirija. Es decir, oportunidades a personas con iniciativa que hasta entonces no podían brillar. La nueva responsabilidad estimula, crea energía, moviliza. He visto equipos mediocres transformarse cuando se les ha dado autonomía bajo una nueva estructura.

Así que no, dividir no siempre es malo. A veces es precisamente lo que hace falta. No para debilitar, sino para clarificar. No para controlar, sino para liberar.

Julio César lo usó para vencer. Yo, si me permiten, lo propongo para algo más modesto, pero igual de útil: hacer que las cosas funcionen.