Durante décadas, Corea del Sur fue ese vecino diligente que aprendía en silencio mientras Japón brillaba. Primero copiaba textiles, luego acero, después coches. Pero un día entendió que su pasaporte al siglo XXI no estaría en la manufactura ni en el diseño industrial, sino en la tecnología más invisible y decisiva de todas: los chips. En el momento en que Japón dudaba, Corea aceleró. Y en lugar de dominar el mundo con estética, lo intentó con eficiencia.
Hoy, cuando se menciona Corea en el mundo tecnológico, no hay dudas: Samsung y SK Hynix son los dos bastiones globales de los semiconductores para memorias. Pero eso es solo la mitad de la historia, la otra mitad es más interesante: Corea intenta convertirse en la próxima superpotencia de chips lógicos. Quiere dejar de ser el rey de la RAM para disputarle a la taiwanesa TSMC el trono de los cerebros artificiales. Y quiere hacerlo con todo: dinero, talento, espionaje industrial, fondos públicos y una obsesión nacional por no repetir el destino de Japón.
Porque si Japón lo tuvo todo y lo perdió, Corea está decidido a no soltarlo nunca.
El chip como identidad nacional
En Corea del Sur los semiconductores son una estrategia de supervivencia. Un país sin recursos naturales, con amenazas nucleares al norte y rodeado de gigantes, solo puede seguir existiendo si controla alguna pieza esencial del mundo moderno, y Corea eligió los chips.
La apuesta comenzó en serio a finales de los años 80. Samsung, entonces una empresa conocida como fabricante de televisores, decidió que el futuro no estaba en exportar electrodomésticos, sino en fabricar DRAM. Fue un salto sin red: no sabían hacerlo, no tenían patentes y los japoneses dominaban el mercado. Pero con una combinación única de pragmatismo estatal, disciplina cultural y megalomanía corporativa, Corea lo logró. Hoy Samsung es el mayor fabricante mundial de memoria DRAM y NAND. SK Hynix, que nació como una empresa estatal quebrada, es el segundo.
Pero la historia no se termina ahí. Corea sabe que la memoria es importante, pero no manda. En la carrera de la inteligencia artificial (IA), lo que importa no es el almacenamiento, sino el procesamiento. Y ahí, por ahora, Corea es segundón.
El trauma del “casi”
En 2023, mientras TSMC producía en Arizona y Apple diseñaba sus propios chips M2, Corea dependía de las licencias de ARM y de la maquinaria de ASML. Podía fabricar en 5 y 3 nanómetros, sí, pero con arquitectura ajena, con patentes alquiladas y con una dependencia quirúrgica de Estados Unidos, Taiwán y Países Bajos. Era una potencia industrial sin soberanía tecnológica.
Ese “casi”, esa sensación de estar a milímetros del liderazgo sin poder tocarlo, se volvió insoportable. Corea no quiere ser segundo.
Y entonces vino la contraofensiva.
El gobierno surcoreano lanzó en 2023 la “K-Semiconductor Belt”: una franja industrial de más de 50 kilómetros que conecta Seúl con Pyeongtaek, donde Samsung tiene su fábrica más grande. La idea es convertir esa franja en el mayor clúster tecnológico del mundo, con más de 150 empresas, 3 universidades especializadas y un sistema de incentivos fiscales sin precedentes. En paralelo, se aprobó la ley “K-Chips”, que permite deducir hasta el 50 % de los gastos en I+D de semiconductores, y más del 25% de los gastos en nuevas fábricas. Para el estándar asiático, es una declaración de guerra económica.
Pero el dinero no alcanza. Hace falta talento.
El cuello de botella del conocimiento
Corea del Sur gradúa más ingenieros por habitante que casi cualquier otro país, pero no son suficientes. En 2024, el Ministerio de Industria advirtió que la falta de técnicos especializados era el principal obstáculo para el crecimiento del sector. Se estima que se necesitan más de 30.000 nuevos ingenieros en semiconductores antes de 2030. Y no cualquier ingeniero: se necesitan expertos en litografía, empaquetado 3D, arquitectura lógica, software de verificación y física de materiales.
Para eso, Corea reformó su sistema universitario. Creó cinco “universidades semicon” con planes de estudio adaptados directamente por Samsung y SK Hynix. En esos centros no se enseña con libros: se enseña con planos industriales reales, con máquinas donadas por las empresas y becas de inserción directa en fábricas. El objetivo es formar soldados del silicio.
La doble trampa: China y Estados Unidos
El segundo obstáculo es geopolítico. Corea del Sur depende de China como cliente: casi el 40% de sus exportaciones de chips van allí. Pero al mismo tiempo, depende de Estados Unidos como proveedor, aliado militar y garante de su existencia frente a Corea del Norte. Y Estados Unidos ya le dejó claro que no puede venderle chips avanzados a Pekín.
Esa trampa es asfixiante: si Corea obedece a EE.UU., pierde su mayor cliente. Si desobedece, se desvanece el acceso a las máquinas de ASML y a las patentes de ARM. Cada decisión tiene un costo estratégico. Por eso, en 2025, el gobierno surcoreano lanzó una política pública explícita de “diversificación de mercados”, buscando nuevos compradores en India, Europa, Brasil y el sudeste asiático. Sin embargo, esos países no demandan como China.
Corea sabe que está atrapada en un juego ajeno. Y por eso su única salida real es subir de nivel.
De fábrica a diseñador
En silencio, Corea da el salto más difícil: dejar de ser un país que fabrica chips para convertirse en uno que los diseña. Es el paso que solo dieron Estados Unidos y, en menor medida, China. Corea quiere tener sus propias arquitecturas, sus procesadores y aceleradores de IA.
Samsung lo intentó con el Exynos, pero nunca estuvo a la altura de los chips de Apple o Qualcomm. Ahora, ensaya de nuevo con la arquitectura Mach-1, desarrollada en colaboración con startups surcoreanas y fondos soberanos. SK Hynix, por su parte, invierte en startups de IA como Rebellions y Sapeon, con la idea de crear chips especializados para inferencia, entrenamiento y edge computing. Se trata de cambiar las reglas del juego.
Corea aprendió de la caída de Japón. Sabe que el liderazgo técnico no se hereda, se reinventa. Y que en el mundo de los semiconductores, el pasado no garantiza el futuro. El país que hoy domina puede desaparecer en cinco años si no apuesta y escala.
Y Corea no piensa desaparecer.
Las cosas como son.