China quiere ser la superpotencia de los semiconductores. Lo repite cada semana, lo publica en informes oficiales, lo promueven sus medios estatales, lo declaran sus ministros y lo predican sus CEOs. Pero la realidad es otra: tras dos décadas de inversiones millonarias, programas nacionales, promesas de soberanía tecnológica y discursos grandilocuentes, China sigue sin fabricar chips avanzados. Está lejos, cada vez más rezagada.
Mientras Estados Unidos, Taiwán y Países Bajos tejen el triángulo de hierro que domina la inteligencia artificial —Nvidia, TSMC, ASML—, Pekín queda fuera. Y aunque intenta entrar por todas las puertas, cada una le devuelve el eco de su propio vacío. No hay litografía, no hay arquitectura, no hay integración. Y lo más grave: no hay verdad. Porque en China, cuando no se puede crear, se miente.
El origen de la fantasía
El gran salto hacia adelante de China en semiconductores empezó como suelen empezar los delirios de grandeza: con un plan central. En 2014, el Consejo de Estado anunció el “National IC Industry Development Guidelines”, una hoja de ruta para convertir al país en potencia en semiconductores antes de 2030. Diez años más tarde, no logró ni un nodo de vanguardia. A pesar de una inversión de más de 150.000 millones de dólares entre subsidios directos, créditos fiscales y fondos de inversión semiestatales, la autarquía sigue siendo un espejismo.
SMIC, la empresa insignia, nunca pudo fabricar de forma sostenida chips menores a 7 nanómetros. El intento más publicitado fue en 2022, cuando afirmaron haber producido un chip de 7nm sin EUV. Pero nunca mostraron volúmenes, ni benchmarks, ni clientes. Fue más un anuncio que un producto. A los pocos meses, desapareció del mapa. Exactamente como los chips “cuánticos” de Baidu, los procesadores “nacionales” de Phytium, o el famoso caso del superordenador de Sugon, que funcionaba en teoría, pero nunca fue validado por terceros. Todo promesas.
Deepin, Loongson, Phytium: la inteligencia artificial sin cerebro
Los casos que mejor ilustran el autoengaño chino no son inventos puntuales, sino una secuencia de fracasos disfrazados de innovación. La empresa Phytium, por ejemplo, fue presentada como el futuro de la computación local, con procesadores ARM de diseño propio. Lo cierto es que jamás superó el rendimiento de un Snapdragon, de Qualcomm, de gama media. Qualcomm ofrece un ecosistema global maduro con mayor eficiencia energética, lo que se traduce en mejor rendimiento real y compatibilidad para el usuario final.
Entre tanto, todos los modelos de Phytium fueron prohibidos por EE. UU. en 2021 por colaborar con el Ejército Popular de Liberación, y desde entonces desapareció del mercado internacional.
Otro ejemplo es Loongson, que durante años prometió una arquitectura nacional capaz de reemplazar a Intel y AMD. Recibió fondos estatales, tuvo presencia en ferias y fue elogiada como emblema de la “autosuficiencia”. Pero sus chips apenas alcanzan niveles de rendimiento equivalentes a los Core i3 de hace 10 años, no tienen soporte de software actualizado, y no cumplen los estándares mínimos para servidores ni inteligencia artificial.
SMIC, la empresa insignia, nunca pudo fabricar de forma sostenida chips menores a 7 nanómetros
En el plano del software, el caso de Deepin expone otro tipo de mentira: la del sistema operativo nacional. Presentado como una alternativa china a Windows, fue incluido en oficinas estatales y promocionado como desarrollo propio. Luego se descubrió que era simplemente una versión modificada de Debian con capa gráfica personalizada, sin innovación estructural alguna.
Por fuera de estos casos, lo más frecuente es el uso encubierto de chips extranjeros. Empresas que presentan modelos de IA entrenados “localmente”, pero que corren en placas Nvidia A100 o H100 traídas de contrabando, usando data centers disfrazados en Malasia o Singapur. En los papeles, todo es chino, en el silicio, todo es estadounidense.
Todo eso en un contexto donde los grandes actores globales siguen corriendo. TSMC ya está en 2nm, Samsung también. ASML vende tecnología EUV, o de litografía de ultravioleta extremo, ya en su segunda generación. Esto habilita nuevas generaciones de chips. Nvidia produce semiconductores para agentes autónomos. Intel, incluso en su crisis, logra hacer 3nm en Ohio. China, mientras tanto, recicla comunicados de 2019.
Un ecosistema de humo
China no solo carece de chips avanzados: carece de las condiciones mínimas para producirlos. No tiene acceso a maquinaria de litografía de ultravioleta extremo (EUV), que sólo fabrica ASML en los Países Bajos, bajo control de exportación supervisado por Estados Unidos. Tampoco tiene herramientas clave de inspección, deposición o grabado, que proveen empresas como Applied Materials o Tokyo Electron.
Sus propias compañías de maquinaria —como Naura o AMEC— apenas equiparan fábricas de nodos de 28nm o superiores, tecnología que ya no se usa ni para móviles de gama baja. Las pruebas que dicen hacer en 14nm o 7nm carecen de estabilidad y no están validadas por ningún fabricante de dispositivos internacionales.

Y si no hay herramientas, tampoco hay conocimiento. Las universidades chinas producen miles de ingenieros al año, pero ninguno con experiencia real en integración de procesos de vanguardia. La mayoría trabajan en proyectos repetitivos, en institutos de diseño, o migrando a empresas extranjeras. Los pocos que tienen talento acaban fichados por TSMC o Samsung. La fuga de cerebros es constante.
Mentir como política de Estado
El problema no es solo técnico. Es cultural. A diferencia de Japón, que cayó por exceso de confianza pero nunca mintió sobre lo que tenía, China adopta la falsificación como recurso sistemático. Cada vez que no alcanza un objetivo, lo reemplaza con un anuncio. Cada vez que no consigue una patente, fabrica una portada. Cada vez que una empresa fracasa, crea una nueva con otro nombre.
El “Plan 2030” ya no menciona litografía. El “Made in China 2025” quedó congelado en papeles que nadie cita. Los fondos soberanos que invirtieron en startups de chips ahora encubren las pérdidas con fusiones opacas. Y los medios oficiales muestran fábricas sin operarios, chips sin benchmarks y máquinas apagadas.
Todo eso en un contexto donde los grandes actores globales siguen corriendo. Nvidia produce chips para agentes autónomos.
En la segunda parte: el caso SMIC, la geopolítica del autoengaño, el escudo occidental, y por qué el dragón no solo no vuela: se está incendiando por dentro.
Las cosas como son.