Mientras los incendios que asedian el Estado español atraen toda la atención mediática, la situación africana a menudo pasa desapercibida. En plena temporada seca, decenas de millones de hectáreas de sabana y bosque arden. Las imágenes por satélite muestran miles de puntos rojos que se concentran estos días sobre el mapa de África, especialmente en Angola, la República Democrática del Congo, Zambia, Tanzania y Madagascar. Cada uno de estos puntos corresponde a un fuego activo detectado desde el espacio, y juntos dibujan una de las mayores superficies quemadas del planeta.
Según estimaciones recientes, solo en una semana de agosto de 2024 ardieron 22 millones de hectáreas en el continente africano, cosa que supone cerca del 80% de toda la superficie afectada por incendios en el mundo durante aquel periodo. A escala anual, en África arde entre el 6% y el 8% de su territorio, es decir, más de 150 millones de hectáreas cada año.
La práctica del fuego agrícola
Aunque a primera vista estos mapas pueden sugerir catástrofes forestales masivas, gran parte de los fuegos responden a una práctica agrícola milenaria: la agricultura migratoria o itinerante. En muchas zonas rurales del continente, campesinos y ganaderos utilizan el fuego para limpiar campos, fertilizar el suelo con las cenizas y regenerar pastos.
Este sistema, conocido también como "tala y quema" (slash-and-burn), ha sido históricamente una herramienta de subsistencia eficaz en regiones de baja densidad de población. Permite cultivar unas temporadas en un terreno, después dejarlo descansar y trasladarse a otra parcela. Pero hoy, con el crecimiento demográfico y la presión sobre la tierra, la práctica se vuelve mucho más intensiva y extensa, y eso hace que las áreas quemadas sean inmensas.
Gran impacto climático
Aunque muchos de estos fuegos sean planificados y de corta duración, su impacto climático es gigantesco. Estos millones de hectáreas que arden cada año producen emisiones masivas de gases de efecto invernadero, que contribuyen al cambio climático. Además, los suelos y los ecosistemas se degradan gravemente, especialmente cuando se quema demasiado a menudo y no hay tiempo de regeneración. Y aunque sean incendios "controlados" e intencionados, hay un alto riesgo de propagación incontrolada, sobre todo cuando coincide con periodos de sequía extrema o vientos fuertes. Por último, estos fuegos suponen una amenaza para la biodiversidad de la zona, muchas especies no pueden adaptarse a un régimen de fuego tan intenso.