En plena cuenta atrás para al inicio del nuevo cónclave en el Vaticano, que empieza este miércoles después de la muerte del papa Francisco, la historia recuerda uno de los episodios más insólitos y dilatados en la elección de un pontífice. Fue entre 1268 y 1271, en la ciudad italiana de Viterbo, y el proceso duró cerca de tres años, hecho que lo llevó a convertirse en el cónclave más largo de la historia de la Iglesia católica. Aquella situación de estancamiento tuvo un impacto tan grande que acabó siendo el origen de las normas que todavía hoy rigen esta votación, como el cierre bajo llave de los cardenales. De hecho, el término cónclave, que proviene del latín cum clave —es decir, con llave—, hace referencia precisamente a esta práctica de confinar a los cardenales y aislarlos del mundo exterior para garantizar una elección libre de interferencias políticas o externas.

El 29 de noviembre de 1268 moría el papa Clemente IV, dejando la sede papal vacante. El número de cardenales con derecho a voto era de veinte, aunque solo diecinueve participaron inicialmente. La división política dentro del Colegio Cardenalicio fue el principal obstáculo: por una parte, había los cardenales favorables a los intereses de la monarquía francesa y de Carlos de Anjou (denominados pares Caroli), y de la otra, los contrarios a esta injerencia (pares Imperii), una facción más próxima al Imperio y a la aristocracia romana. Esta fractura política se tradujo en un bloqueo permanente.

El procedimiento en el siglo XIII no era el que conocemos hoy en día. Durante muchos meses, los cardenales se reunían diariamente para votar, pero podían volver a sus residencias a descansar. Ante la falta de consenso, la ciudad de Viterbo perdió la paciencia y las autoridades locales decidieron recluir a los cardenales dentro del Palacio del Papa e, incluso, según algunas fuentes, ordenaron retirar el techo y reducirles las raciones a pan y agua para forzar una decisión. El relato de Onofrio Panvinio, historiador y teólogo del siglo XVI, atribuye al cardenal Juan de Toledo la frase "destapamos el techo para que el Espíritu Santo pueda entrar", en una muestra del nerviosismo creciente. Otros escritos de la época, sin embargo, señalan que todo ello fue una estrategia instigada por Carlos de Anjou para favorecer a su candidato.

Gregorio X, el papa más esperado

Fuera como fuera, la medida extrema no funcionó a corto plazo. Durante los casi tres años de incertidumbre, tres cardenales murieron y otro renunció a su derecho al voto por problemas de salud. Finalmente, el 1 de septiembre de 1271, y ante de las presiones crecientes del rey de Francia Felipe III y de otros poderes, los cardenales cedieron y delegaron la decisión a un comité de seis miembros. Este pequeño grupo, que representaba diferentes facciones, escogió como nuevo papa a Teobaldo Visconti, un archidiácono de Piacenza que ni siquiera era cardenal. En aquel momento, Visconti era representante de la Santa Sede en naciones extranjeras y viajaba con la corte del príncipe Eduardo de Inglaterra. Visconti aceptó la elección, volvió a Italia y fue coronado como pontífice Gregorio X en marzo de 1272.

Fresco de Gregorio X en la catedral de Arezzo / Wikipedia
Fresco de Gregorio X en la catedral de Arezzo / Wikipedia

La experiencia de aquel cónclave tuvo consecuencias duraderas. El nuevo papa promulgó en 1274 el documento Ubi periculum, que establecía las normas que hoy conocemos como "cónclave": cierre aislado de los cardenales, limitación de las comodidades y reducción progresiva de las comidas si la elección se alargaba. Este sistema se aplicó con éxito en las votaciones inmediatamente posteriores, pero también fue modificado y suspendido en varias ocasiones a lo largo de los siglos. Todo ello puso de manifiesto las carencias del sistema de elección papal de entonces, que no disponía de mecanismos para resolver los bloqueos ni tampoco para asegurar una cierta celeridad en el proceso.

El cónclave de 1268-1271 no solo fue una de las anécdotas más singulares del Vaticano, sino que marcó un antes y un después en la manera como la Iglesia organiza sus sucesiones. Hoy, mientras el mundo espera al sucesor del papa Francisco, las lecciones de aquel periodo de bloqueo extremo siguen siendo un recordatorio de la importancia del acuerdo, pero también de la necesidad de poner límites al desacuerdo.