La Santa Sede se prepara para el inicio del cónclave, que a partir del próximo 7 de mayo tendrá la misión de escoger al nuevo papa después de la muerte de Francisco el 21 de abril pasado con 88 años. El escenario de la reunión del Colegio Cardenalicio no podría ser más célebre, ya que los cardenales deliberarán sobre el siguiente pontífice en el interior de la Capilla Sixtina, la gran joya del Vaticano con los frescos más célebres de Miguel Ángel. Este majestuoso espacio, que también cuenta con los frescos de Pietro Perugino, Sandro Botticelli y Domenico Ghirlandaio, dejará de ser durante unos días el destino de miles de turistas, deseosos de admirar su arte, para convertirse en la sede de uno de los ritos más solemnes y reservados de la Iglesia católica.
La Capilla Sixtina ha sido testigo de todas las elecciones papales desde 1492, con solo cinco excepciones. El escenario mundialmente conocido albergará los 133 cardenales que, reunidos a puerta cerrada, procederán la semana que viene a la elección del sustituto de Francisco y nuevo obispo de Roma. A la espera de otra elección histórica, el recinto, que debe su nombre al papa Sixto IV, permanece cerrado desde el lunes mientras se celebran las congregaciones generales de los cardenales para conocerse mejor y tejer alianzas antes del cónclave. A pesar de ser parte del recorrido habitual de los Museos Vaticanos y una de las principales atracciones del Estado pontificio, hace falta algún tiempo para adaptarla a las estrictas normas que rigen el cónclave y garantizar las condiciones de aislamiento necesarias para el proceso.
De esta manera, la decisión de los 133 cardenales se producirá bajo la imponente mirada del Juicio Final, la obra maestra de Miguel Ángel que cubre la pared del altar y preside el espacio donde se colocará la urna de votación y el atril con el Evangelio, sobre el cual los cardenales prestarán juramento al inicio del cónclave. El techo de la Capilla Sixtina, que Miguel Ángel pintó entre los años 1508 y 1512 por encargo del papa Julio II, será también testigo silencioso de uno de los rituales más trascendentales de la Iglesia católica. Con escenas extraídas del Antiguo y del Nuevo Testamento, la gran obra incluye imágenes tan reconocibles como La creación de Adán, en que Dios estira la mano para tocar el dedo del primer hombre, símbolo de la conexión divina con la humanidad.
Pero detrás de la majestuosidad artística y la solemnidad religiosa hay también una preparación logística minuciosa. En las últimas semanas, un equipo muy reducido de personas de máxima confianza ha trabajado discretamente para adaptar la capilla a las exigencias del cónclave. Este grupo se encuentra bajo una vigilancia estricta y constante, para impedir cualquier tipo de filtración o grabación ilegal de imágenes o conversaciones.
133 sillas en la capilla
El interior de la capilla, de 40 metros de largo, 13 de anchura y 21 de altura, se organiza con dos largas hileras de mesas de madera colocadas en paralelo, un poco elevadas para garantizar que todos los cardenales se puedan ver mutuamente durante las deliberaciones. En el anterior cónclave, el de 2013, se colocaron doce mesas recubiertas con trapos de satín beige y burdeos, y sillas de madera de cerezo con el nombre de los 115 cardenales asistentes. Este año, con 133 cardenales convocados, habrá que adaptar el espacio con algunas mesas adicionales.
Durante el cónclave, el secretismo es total. Los cardenales no pueden utilizar teléfonos, enviar mensajes ni tener ningún contacto con el exterior. Las cámaras de seguridad habituales del Vaticano, que vigilan cada rincón de los Museos Vaticanos, tienen que quedar desconectadas durante todo el proceso para garantizar la confidencialidad absoluta. Además, para facilitar el acceso al recinto y evitar escaleras, se instala una plataforma elevada que iguala el nivel del pavimento con el del altar, creando un acceso recto y cómodo al corazón del cónclave. Todo queda a punto, pues, para que bajo los ojos de Dios —y de Miguel Ángel— se decida el futuro de la Iglesia católica.