El gobierno español sale escaldado de las portadas de este viernes. Una parte del kommentariat hacía correr que Pedro Sánchez había orquestado el alboroto diplomático con Israel para sacarse de encima la presión contra la ley de la amnistía. Parece que no le ha salido muy bien. El resultado en las portadas no es muy halagüeño. La crisis diplomática crece y, encima, el poder judicial ha subido el volumen de su oposición y ha pegado al presidente del Gobierno una bofetada en cada mejilla.

Una se la da el Consejo General del Poder Judicial, al calificar de "no idóneo" al renovado fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz. Por primera vez en la historia, el CGPJ rehúsa avalar el nombramiento del jefe del ministerio público —y lo hace con el mandato caducado hace cinco años por la negativa del PP a pactar la renovación del órgano de gobierno de los jueces españoles. El segundo cachete proviene del Tribunal Supremo, que ha anulado el nombramiento de la exministra Magdalena Valerio como presidenta del Consejo de Estado porque no es una jurista "de reconocido prestigio". A la postre, dos exmagistrados del Tribunal Constitucional, Jorge Rodríguez Zapata y el expresidente Francisco Pérez de los Cobos, se han manifestado contra la amnistía en unas jornadas organizadas por el PP.

Ninguna portada recoge el reconocimiento de Sánchez de la existencia de lawfare en España. Él lo atribuye al PP y la policía patriótica. Quizás este viernes comprobará que la cosa va más allá: solo tiene que leer las primeras páginas. La confusión diplomática con Israel y el pulso con el poder judicial ha dejado reducido a muy poca cosa el encuentro entre el superministro de Presidencia y Justicia, Fèlix Bolaños, y el comisario de Justicia de la Unión Europea, Didier Reynders. Según el ministro español, ni la Comisión Europea ni el mismo Reynders tienen ninguna inquietud por el estado de derecho en España y "hay cero preocupación" por la ley de la amnistía. Esta semana y la pasada se abrieron muchas portadas en sentido contrario. Este viernes, el desmentido aparece en piezas marginales —si es que aparece. Como siempre.

La muerte de Henry Kissinger pasa muy desapercibida. Solo El País le dedica un espacio grande —la foto de portada— y La Vanguardia, un recorte. Es una figura muy controvertida de la que queda poco para alabar y reprobar. Ya se ha dicho casi todo. El diplomático más influyente de la Guerra Fría nació en Alemania, de donde su familia huyó en los EE.UU. para escapar de los nazis. Él volvería para luchar contra Hitler con el ejército de los EE.UU. Como secretario de Estado y asesor de seguridad nacional de los presidentes Nixon y Ford, entre 1969 y en 1977, fue "el estratega de la política exterior" de los EE.UU., como dice La Vanguardia. En ese rol, practicó un realismo crudo y cruel. El mundo —pensaba— es un lugar anárquico y los estados tienen que actuar en consecuencia para garantizar sus propios intereses materiales. Esta visión del mundo llevó a Kissinger a defender la distensión con la Unión Soviética y las relaciones con China, pero también relaciones estrechas con dictadores criminales porque otorgaban a los EE.UU. ventajas geopolíticas sobre los rivales. Ciertamente, ese realismo no ha pasado de moda. Solo que, hoy día, la mona se viste mejor.

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