Las portadas de hoy son como estar en la sala de espera del dentista. No te hace gracia, pero tienes que permanecer allí, porque el flemón de la investidura se va inflamando y alguna cosa habrá que hacer. La Vanguardia y El País, por ejemplo, han hecho al titular de que la investidura se celebrará antes de Reyes ni se sabe cuántas veces, con cuidado para que parezca nuevo cada día. La derecha mediática madrileña, al otro lado del ring, intenta desacreditar a Pedro Sánchez y sus acuerdos un día sí y otro también.

La gracia —o desgracia— es que la partida se juega donde no toca —en las urnas, en mesa de negociación de los partidos y en el Congreso—, sino en los lugares más insospechados: en el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, en la Junta Electoral Central, en la Audiencia Nacional, en los despachos de la Abogacía del Estado... Es todo un retrato del estado de la separación de poderes de la Democracia Consolidada™, donde da la impresión de que se juega una partida de billar con las fichas del parchís y el reglamento de la lucha grecorromana.

La prensa, digamos, moderada, se las quiere y desea, diciendo que la cosa ya está hecha y es inminente, que las partes negociadoras ya se lo han dicho todo y esperan apena un gesto, un movimiento, una caricia. Si el acuerdo está pactado y el pacto acordado ¿por qué el retraso? Por lo dicho. Todo cuelga de decisiones que no dependen de ninguno de los que negocian, ni de los representantes decididos por la gente en las urnas, sino de instituciones con funciones supervisoras, asesoras o legales, cuyos miembros no son electos pero intervienen antes, durante o después en la acción de gobierno. El Estado profundo, el deep state, como lo llaman algunos. El Madrid profundo. Los diarios no dicen gran cosa de ese juego.

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