Cuando era joven, bella y aún tenía la piel tersa como un tambor de esos de las batucadas (que apetecen tanto cuando estás echando la siesta, y que no salen de los mismos cuatro ritmos a menos que te vayas a Brasil, que eso ya son palabras mayores…), me encantaba que vinieran turistas de todo el mundo a visitar Catalunya. Me encantaba porque me apasiona conocer nuevas lenguas y culturas; qué le vamos a hacer, me gusta aprender cosas nuevas cada día y descubrir maneras distintas de pensar (una vida rutinaria y monotemática puede ser muy aburrida). Hoy, que ya tengo cuarenta y cinco, casi cuarenta y seis años, mi opinión ha cambiado un poquito (y la realidad también: no es lo mismo viajar ahora que hace veinte años) y, si pudiera, reuniría a todos los turistas que hay por aquí y les diría: ¿¡queréis hacer el favor de largaros de Catalunya y quedaros en vuestra casa, que como en casa en ningún sitio!? Pesados. Es muy probable que las hormonas tengan algo que ver (perimenopausia y esas cosas de mujeres), pero quizás no, quizás sea que he crecido, he madurado y me he dado cuenta de que no tiene ningún sentido que la gente nunca se quede en su casa y que se pase el día contaminando el aire porque coge aviones arriba y abajo y coches para aquí y para allá. ¿Y para qué? ¿Para hacerse doscientas fotos y para encerrarse en un complejo turístico?

Hoy en día la gente viaja tres veces por semana y te encuentras turistas incluso debajo de las piedras de las playas que supuestamente nadie sabe que existen

Hoy en día viajar es coger un avión, un tren o un coche para ir a visitar parques temáticos y ciudades clonadas por todo el mundo. Es la gran putada de la globalización, que viajar ha perdido todo el encanto, todo es exactamente igual en todas partes. Antes viajar significaba una aventura, descubrir nuevas culturas, nuevas comidas, nuevas lenguas, nuevas maneras de estar en el mundo y de entenderlo. Antes viajar era algo especial y único porque no estaba al alcance de todos; coger un avión era carísimo, el sueldo de un funcionario —de los de la base, no del alto funcionariado—, y, por lo tanto, no se producían masificaciones de turistas y podías zambullirte plenamente en una nueva cultura sin muchas interferencias. Hoy en día la gente viaja tres veces por semana y te encuentras turistas incluso debajo de las piedras de las playas que supuestamente nadie sabe que existen; ergo, es casi imposible relacionarte con la gente autóctona y captar su idiosincrasia, como mucho captarás su mala leche y las pocas ganas que tienen de ver a turistas.

Pero no seamos pesimistas, que el turismo también tiene muchas cosas buenas… Por ejemplo, es un claro impulso económico: el gasto medio diario por turista en 2024 en Catalunya, según el Idescat (Institut d’Estadística de Catalunya), fue de ¡213 euros! No pensabais que fuera tanto, ¿verdad? Ahora entendéis por qué en 2024 todos recibimos una paga extra del Estado para felicitarnos por haber sido tan hospitalarios con los turistas (¡es broma!). El turismo también genera muchos puestos de trabajo (estamos hartos de verlo). Según los datos de la última encuesta de población activa (EPA) y del Observatorio del Trabajo, los dos sectores generadores de empleo que más peso tienen en Catalunya son el de la industria (casi un 17%) y el del turismo (un 13,6%). Y todo el mundo sabe que la mayoría de los trabajadores del sector turístico no tienen ninguna formación relacionada con este sector (he llegado a pasarme media hora en una terraza sin que el camarero se dignara a aparecer para preguntarme qué quería tomar o he pedido una sola cosa y me han traído otra… ¡ESO ANTES NO PASABA!); no suelen hablar catalán (y muchas veces ni siquiera lo entienden), lo que agrava aún más la situación de nuestra lengua, y trabajan de sol a sol por un precio irrisorio (quizás por eso no hacen bien su trabajo: les falta motivación y calidad de vida). Todos hemos trabajado en la hostelería en algún momento de nuestras vidas y sabemos que lo que digo es cierto. No hace falta ser ningún experto en economía ni tener ningún doctorado para adivinar que que la economía de un país dependa tanto del turismo no puede ser bueno de ninguna manera. Pero adelante con el turismo y carguémonoslo todo un poco más, qué más da.

Otra cosa buena que tiene el turismo es que ha impulsado mejoras en infraestructuras como aeropuertos, carreteras y servicios públicos. ¡Por el turismo lo que haga falta!, no pasa nada si provocamos una degradación ambiental, creamos una fuerte presión sobre la vivienda (al convertir la mayoría de viviendas en pisos turísticos) o provocamos una masificación y saturación urbana (los habitantes de Barcelona ya no saben si viven en una ciudad o en una película de Tarantino). ¿¡Qué importa que nuestros servicios sociales se vayan al traste o que tengamos la sanidad saturada si cada turista que viene a Catalunya nos deja una media de 213 euros!? ¡Ampliemos aeropuertos y destrocémoslo todo! ¡213 euros por turista en 2024! Ah, se me olvidaba, otra cosa muy buena del turismo masivo es que ayuda a internacionalizar Catalunya. ¡Qué maravilla!, ¡fantástico!, pero…, un momento, ¿qué Catalunya? ¿La que baila sevillanas y flamenco y que habla una lengua que se llama catalán solo en la intimidad doméstica? En esta vida no se puede tener todo: no se puede tener turismo y oír catalán en las calles; no se puede tener turismo y dormir tranquilo por las noches; no se puede tener turismo y que el precio de la vivienda sea razonable… Pero no me quejaré más porque los catalanes tenemos la gran suerte de tener turistas de lugares tan diversos como Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Alemania o Italia! ¡Meraviglioso! Mangia bene, ridi spesso, ama molto (‘Come bien, ríe a menudo, ama mucho’)!