Como los niños disfrutan de las vacaciones y alteran la normalidad ―como podemos comprobar a placer en las entradas y salidas de Barcelona― y una enorme masa de gente ―ya que está de moda el concepto― se coge fiesta desde el sábado antes de Ramos hasta el lunes de Pascua y se sube a un avión rumbo a cualquier capital habiendo interiorizado más Europa que los que nos gobiernan, esta vez parece que todos estos políticos en campaña han quedado bien retratados: viven en un mundo de ficción que no existe. Quizás en la rutina del día a día ―la de los despertadores, el tráfico y las horas de trabajo― todo queda más disimulado. Pero cuando un país descansa, sea este o el vecino, y los ciudadanos lo que quieren es calma y tranquilidad, toda esta crispación que desprenden los políticos se ve más bien grotesca.

Cuando la noticia más importante del día es el medio y el formato de un debate más que lo que dicen los candidatos. Cuando las frases de la jornada son sobre supuestos indultos a supuestos golpistas y el lenguaje tabernario y la falta de respeto se impone. Cuando la noticia son las amenazas de querellas. Cuando la noticia es que un candidato puede hacer una rueda de prensa y otro no, porque lo decide arbitrariamente una junta electoral. Cuando las propuestas electorales son ultramontanas, si es que hay propuestas. Cuando la mayoría de anuncios electorales a los que tienen derecho los partidos suenan falsos de solemnidad, significa que esta campaña se ha convertido en una pereza. Y diría que para los propios periodistas, hartos del estado de excepción que significa una campaña, en la que, aún más de lo habitual, deben hacer de altavoz y no de cuarto poder. Este ha dicho esto y el otro le ha respondido esto otro. Se percibe que los despliegues especiales han ido quedado reducidos, alertados por esto (o afectados por la precariedad, que también podría ser). ¿Qué sentido tiene que todos los candidatos sean entrevistados en todas partes para que vendan el pescado? Un político en modo campaña es puro aburrimiento.

De problemas hay muchos. Cierto. Lo que no hay es un debate constructivo

Ustedes dirán, y dirán bien, que de problemas hay muchos. Es cierto. Hay un montón. Y podemos hablar del eje social ―empezando por la vergüenza de la penosa aplicación de la ley de la dependencia― y podemos hablar, si quieren, de la excepcionalidad del juicio del Supremo, que es eje nacional, pero que es mucho más que eso. De problemas hay muchos. Cierto. Lo que no hay es un debate constructivo. También podrán decir que una cosa es el show mediático, que también forma parte de la política, y la otra el fondo. Y también tienen razón. Y podrán decir que no todos son iguales. Y también la tienen. Pero que algo sea verdad, no quiere decir que la otra sea mentira.

Ahora bien, todo esto, que una campaña sea nefasta, también es política. Quizá es casualidad o quizás Pedro Sánchez ―y Ivan Redondo― ya lo pensó. Quizás ya calcularon que les interesaba que la campaña coincidiese con la Semana Santa. Que el discurso plano de lo que Alberto Fernández llamaba "la centralidad y la moderación" saldría ganando en una España post choque traumático económico y nacional y necesitada de una tregua. Quizás ya previeron que todos estos discursos hiperventilados quedarían más en evidencia. Estos días en que todo el mundo cuelga sus fotos ante Notre-Dame les interesará leer el último libro de Éric Vuillard, premio Goncourt 2017, dedicado a la multitud anónima que hizo la Revolución Francesa. El 14 de Julio es un pueblo que se levanta, pequeñas heroicidades de gente ordinaria con su belleza tumultuosa. Pero "la historia es irregular, arrítmica, subterránea y entrecortada". Porque "bien que se ha de vivir, se debe llevar el timón, no nos podemos insurgir siempre; necesitamos un poco de paz para hacer hijos, trabajar, amar y vivir". Y me temo que estamos en este interreino. En una primavera para vivir. En una primavera que no es la de mayo del 11 ni la de octubre del 17. Y que quien lo ha leído mejor, ganará las elecciones.