Hemos tenido conocimiento recientemente del caso del musical Em dic Helena Jubany. Un musical necessari. Según han informado sus impulsores, la obra pone el énfasis en la personalidad de Helena Jubany —el asesinato de esta joven bibliotecaria tuvo lugar en 2021 y aún se investiga— y no en los detalles de su muerte. La cuestión es que la familia Jubany, o, para ser más exactos, una parte de la familia, se revolvió contra la obra cuando su estreno ya estaba programado, y el revuelo público consiguiente condujo al Círcol de Badalona, donde se tenía que representar, a retractarse y cancelar el alquiler del espacio a la compañía Blanc i Negre, productora del musical. Así, la obra, que se empezó a preparar en 2022, se quedó sin teatro donde representarse.

El asunto recuerda en varios aspectos a otro que tuvo lugar un poco antes. Hablo del libro El odio, sobre el crimen de José Bretón, que asesinó a sus dos hijos en Córdoba en el año 2011. En este segundo caso, a diferencia del musical sobre Helena Jubany, intervino la justicia. La madre de los dos niños muertos recurrió a la Fiscalía para que tratara de impedir la publicación del libro, cuyo autor es Luisgé Martín. El juez se negó, apelando a la libertad de expresión y también porque se desconoce el contenido de la obra. Finalmente, sin embargo, los directivos de la editorial Anagrama, ante la controversia generada, decidieron suspender la publicación del libro y ahorrarse problemas.

Una persona o una sociedad demuestran que creen realmente en la libertad de expresión justamente cuando su ejercicio práctico nos puede ofender, disgustar o incluso indignar. Conceder la libertad de expresión solo a lo que nos place o nos deja indiferentes no tiene ningún mérito ni presenta ningún valor. Ni construye. Prohibir una obra teatral, un libro o cualquier otra clase de expresión intelectual o artística supone arrebatar una libertad preciosa al autor o autores. A aquella persona o personas concretas. Pero no solo eso. Como subrayaba ya John Milton, nada menos que en el siglo XVII, la censura —como la que se ha buscado y se ha conseguido en los dos casos arriba consignados— es un robo a la humanidad presente y futura. Si la censura, el castigo, se produce previamente —según una conjetura y por si acaso—, el daño es mucho mayor.

Una persona o una sociedad demuestran que creen realmente en la libertad de expresión justamente cuando su ejercicio práctico nos puede ofender, disgustar o incluso indignar

Desde el mundo de la cultura se alerta día sí y otro también de que actualmente la libertad, en el sentido más nítido y profundo, es acosada y erosionada por una ola de iliberalismo —impulsada fundamentalmente por la extrema derecha populista— que recorre e infesta el mundo. Esto no es posible, me parece, negarlo. Los que nos alertan de ello tienen toda la razón. Justamente por este motivo, que un teatro o una editorial ejerzan por su cuenta la censura previa, doblegados por la presión social y de unos familiares a quienes, de forma perfectamente legítima, no les gusta que se toque un asunto para ellos doloroso, no es otra cosa que una derrota, una derrota colectiva. Un paso atrás en el combate por nuestras libertades, de todos.

Una entidad cultural y una empresa editorial han ejercido la censura, o, como se dice ahora, la cancelación. Y me pregunto: ¿el Círcol de Badalona y la editorial Anagrama han pensado que, con sus decisiones, están atentando contra una libertad individual y un derecho colectivo fundamentales para nuestra sociedad? ¿No tienen estos actores y todos los demás —como medios de comunicación, salas de concierto, festivales, galerías de arte, museos, productoras y exhibidoras cinematográficas, etcétera— la responsabilidad y la obligación de defender y favorecer la extensión de la libertad de expresión? ¿O sus obligaciones con la libertad, la cultura y el bien común, su compromiso con la sociedad, se extinguen en el instante en que asoman posibles obstáculos en forma de menoscabo reputacional o eventuales rasguños a sus ingresos? Si todos los que tienen en sus manos el grifo de la libertad de expresión tiemblan como una hoja en cuanto se presenta el más mínimo obstáculo, debemos plantearnos entonces, seriamente y con gravedad, cómo demonios se las apañarán las sociedades democráticas, es decir, cómo nos las apañaremos todos nosotros, para evitar que nuestras libertades se empequeñezcan a marchas forzadas hasta escurrírsenos irremediablemente y trágicamente de entre los dedos.