Nuestra tribu vive una existencia tan mórbida y tediosa que incluso es noticia la programación de una performance sufragada por el Ayuntamiento de Barcelona donde dicen que un grupo de panchitas acomodadas hicieron escarnio de la lengua catalana. Uno pensaría que la respuesta más obvia al asunto en cuestión sería escribir el enésimo artículo defendiendo ardidamente nuestra lengua (con algún versito de Ausiàs March o de Carner, que siempre queda chulo), recordando lo asqueroso que es que unas chicas —para más cachondeo, una panda de pijas desagradecidas con el país que las ha acogido— equiparen la exigencia de conocer el catalán con la discriminación racial; un agravio que ellas deberían conocer mejor que nadie, pues los españoles lo perpetraron a la perfección, violando compulsivamente a sus ancestros y colonizándoles la economía doméstica hasta el día de hoy. Parecería, ciertamente, que esto sería del todo apropiado.
Pero por muy aburridos que pasemos los días en esta Catalunya narcotizada por el PSC y su cooltura de continuas varietés, deberíamos acordarnos más a menudo de que las batallas siempre se tienen que tramar contra un enemigo que sea digno; de este modo, se pueden llegar a perder, pero siempre nos obligarán a estrujarnos más el cerebro. Primero y ante todo, eso de fijarse en los teatrillos que organiza el socialismo es de gente pobre de espíritu; sabemos por experiencia que los sociatas catalanes siempre han supeditado nuestra literatura a la cosa castellana y que el arte nacional les ha dado una pereza oceánica. Escuche, ¿¿¿que dice que unas chicas se ríen de nuestra lengua nacional y se nos mean en la boca??? ¡Pues sí, Maria Lluïsa, como han hecho siempre y sin ninguna vergüenza! Antes de indignarse, pues, lo mejor es hacer memoria y sobre todo no perder el tiempo mirando según qué tipo de shows…
Si uno quiere airarse contra la minorización de nuestra lengua y el espíritu castellanizador que nos residualiza, lo tiene mucho más fácil. Que dispare un poco más alto y piense en como —incluso durante los años felices del octubrismo— los políticos catalanes no movieron ni un dedo para revertir la sustitución lingüística que se estaba produciendo en la mayoría de nuestras ciudades y pueblos. Si alguien quiere expresar mala leche, que preste atención al proceso imparable de castellanización de nuestros medios públicos, donde, en horarios de máxima audiencia, es más fácil encontrar a una vedette del kilómetro cero que a uno de nuestros sufridísimos escritores. A mí ya me perdonarán, pero eso de enfadarse y supurar tanta bilis contra un grupito de palurdas que hacen honor a su condición neuronal con una obra prácticamente borderline me parece algo de perezosos y de cobardes que sestean cómodamente en el ardor de la anécdota.
Incluso durante los años felices del octubrismo, los políticos catalanes no movieron ni un dedo para revertir la sustitución lingüística que se estaba produciendo en la mayoría de nuestras ciudades y pueblos
De hecho, puestos a analizar la performance en cuestión y por muy erradas que sean las tesis sobre el catalán de las protagonistas (que tienen todo el derecho de expresar libremente, falta más), lo más importante del gag es que la mayoría de ellas se cagan en el catalán con un nivel lingüístico más que aceptable. Así pues, por mucha pereza que les dé y por muy estúpida que les parezca la obligación de hablarlo a la hora de acceder a la administración o a la sanidad públicas, lo único trascendente de este episodio es que lo han acabado hablando; con lo que, uno comprende fácilmente que la imposición de una lengua es la única base para que tenga un uso mayoritario en la población. Importa un rábano si el teatrillo no ha llegado a tal conclusión, mientras el sustrato que se esconde sea dialécticamente cierto. Se pueden reír de nosotros todo lo que quieran, en definitiva; si lo hacen en catalán, podemos entonar muchos aleluyas.
Desde hace cierto tiempo, nuestra tribu tiene una tendencia a escudarse en enemigos débiles y hacerse reír a sí misma con el chiste del cojo a la hora de querer cimentarse mejor. Acusamos a los inmigrantes de la mala salud del catalán, como si los pobres chavales que acaban de llegar en patera fueran los culpables de que la gente no lea a Josep Palàcios. Afeamos a los extranjeros por tener la ambición nacional muerta, como si la depresión patriótica no tuviera nada que ver con un país donde los políticos y las estrellas mediáticas se han criado en una universidad tan prestigiosa como Twitter. En vez de saber qué hemos hecho mal con la lengua catalana, empezando por admitir nuestra complacencia acrítica con un sistema fallido como es la inmersión, nos desahogamos como dilapidadores con un grupo de burras y un teatrillo que no tiene ninguna trascendencia. La culpa siempre es de los demás, pues nosotros incluso defecamos en catalán ancestral.
¿Pensabais que el PSC salvaría nuestra lengua? Pues quizás merecéis acabar colonizados por falta de memoria, hijitos míos. De hecho, ya tiene gracia que después de toda esta mandanga, el Ayuntamiento de Barcelona haya decidido nombrar a una comisionada por el catalán… y el honor haya recaído en una señora de Ràdio Primavera Sound; una idea que podría parecerse a regalar el Institut d’Estudis Catalans a una editora de Anagrama o a Juana Dolores. De hecho, y puestos a celebrar que se nos aleje un poco del tedio, hay que reconocer que haciendo ver que enmiendan errores e impostando catalanismo, los socialistas son una panda de cachondos.