Decía el gran Dieter Nohlen, hablando de los procesos electorales en los países de Latinoamérica que tan bien conoce, que sin una clase media consolidada era difícil que pudiera haber opciones políticas matizadas y que el enfrentamiento a muerte entre opciones de tinte filocomunista vestido de indigenismo y las apuestas conservadoras (en general de los criollos) sería la única alternancia posible, que debía aceptarse con resignación. Han pasado más de tres décadas desde que le oí hablar así y poco o nada ha cambiado en buena parte de aquellos territorios, si salvamos de ese juicio a Uruguay o Costa Rica y su influencia europea, en algún caso particularmente catalana. Al margen del recurrente asesinato de candidatos, como tantas veces ha sucedido en México o como se ha vuelto a producir recientemente en Colombia en la persona del senador Miguel Uribe, cuya madre ya había sido eliminada cuando él era un niño, debe reconocerse en los resultados electorales una recurrente tendencia a desbancar el proyecto adversario en cada nueva convocatoria. En las elecciones más recientes, la mayoría se han significado por llevar al poder la posición contraria a la gobernante, salvo en los casos de reforma constitucional para eliminar la limitación de mandatos que permite perpetuar presidentes, en varios casos en detrimento del propio sistema democrático.

Ha resultado inesperado que el candidato más votado fuera el que menos ruido mediático había producido, el democristiano Rodrigo Paz

El caso de Bolivia resulta, sin embargo, sorprendente. Si bien a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales han pasado candidatos de la tendencia previsible como enmienda a la política de Evo Morales y su partido MAS a lo largo de los últimos veinte años, ha resultado inesperado que el candidato más votado fuera el que menos ruido mediático había producido, el democristiano Rodrigo Paz. Y aunque no está asegurado que este llegue a ser el presidente de Bolivia (como ya lo fue su padre, por cierto) para los próximos años, vale la pena analizar el significado de esa opción ideológica, que de un modo u otro viene a revertir la tendencia maximalista y maniquea que en general alienta hoy en países como El Salvador, Argentina o en democracias aparentes como la venezolana o la nicaragüense. Aunque en los índices internacionales de consolidación democrática Bolivia aparece solo algo por encima de Haití, Cuba, Venezuela y Nicaragua y algo por debajo de Perú, México o Ecuador, podemos considerar un factor de esperanza la apuesta por la Democracia Cristiana como modelo que permite aunar ese "capitalismo para todos" que promete Paz con una visión humanista de la sociedad en la que el mensaje evangélico coincide con algunos postulados de la izquierda. Quizás sea esta la ocasión para que Bolivia supere una dinámica atávica y enderece su rumbo.