Salvo la mítica excepcionalidad de los divorcios en los que ambos cónyuges dicen, más bien hacen creer, que han quedado como amigos, lo cierto es que demasiadas rupturas de pareja traen cola, guerras absurdas y una tóxica mala leche, incluso insoportables para los que lo sufren más o menos de cerca: hijos, padres, familiares, amigos... Ahora, y por mucho tiempo, así es y será la relación de JuntsxCat con ERC, quien encima se ha quedado con el piso —más bien el abandonado (todavía da más rabia)—, es decir, el Govern de la Generalitat.

Escenas parlamentarias como las de esta semana, tanto en los debates como en la no aprobación de las leyes, se extenderán a la convalidación de los decretos ley y a la de todo tipo de medidas y mociones. En efecto, el Govern no obtendrá ni un solo voto afirmativo, sólo, quizás, alguno à la Casero, por equivocación. La oferta del PSC y Comuns de mano tendida es, como mínimo, equívoca. Cabría no confundir cordialidad con ir a matar, pero cada grupo tiene sus intereses y más en la antesala de elecciones (municipales, seguro; generales, quizás inmediatamente después).

JuntsxCat, en una de las respuestas de Batet en una de las fallidas sesiones de investidura de Aragonès, criticaron lo que calificaban de pressing Junts, afirmando que no les funcionaría a quienes procedieran así. Ahora, se han cambiado las tornas y, con un pressing ERC, Junts persigue un destroying ERC, o sea que JuntsxCat quiere hacer la carambola universal: hundir el Govern, obviamente por botifler y autonomista, y arrebatarle la primogenitura del independentismo formal —el material, también obviamente, ya lo tiene— en unas próximas elecciones. Para despistados: irony on.

Un gobierno atado de pies y manos por una oposición, vieja y no tan nueva, que lo quiere ver de rodillas en el suelo en cada comparecencia, en cada votación, genera en realidad un gobierno disfuncional y, al fin y al cabo, paralizado

Y es aquí, llegados a este punto, cuando el Govern tendría que imponer su ritmo. De entrada, hay que aprobar unos presupuestos, sí o sí. Las cuentas del 2023 no se pueden dejar en el tintero. Como decía Tarradellas —siempre es bueno recordar a los que saben— un político se tiene que acostumbrar a tragar sapos. Pactar con el PSC y Comuns para aprobar las cuentas quizás es uno bien grande. Pero esta dieta la ciudadanía la agradecerá. No hay que olvidar, sin embargo, que en Catalunya hay dos ejes: el tradicional en todos sitios izquierda/derecha y el nacional. El arte de la gobernanza —no del gobierno— reside aquí en la combinación de ambos ejes en geometría variable. Ahora, hacen falta los presupuestos, para los aspectos de bienestar y de un rescate lo más efectivo posible de los más débiles y para inyectar más fuel a la máquina de la productividad; cosas, las tres, que tendrán efecto multiplicativo en todo el resto de esferas, canal de hidrógeno incluido. Además, quien disfruta de pactos con el PSC en la tercera institución del país y además la tiene como acogedor pesebre, no tiene mucha fuerza moral para sermonear a quien procura el bienestar de la ciudadanía, no del 80%, sino, tendencialmente, de toda.

Ahora bien, una vez aprobados los presupuestos, sin dilación, el president, en uso de su prerrogativa, tendría que convocar elecciones. Cuanto antes y cuanto más separadas de las municipales mejor. Desconozco la demoscopia electoral con la que trabajan las diversas fuerzas: el futuro resultado electoral es siempre un arcano. Es cierto. Pero no es menos cierto que el pressing ERC de Junts hoy por hoy no resulta suficiente para constituir partido. Su principal activo son unas bases divididas casi por la mitad, que oyeron como los que ganaron, si perdían, amenazaban con escindirse e irse a otros competidores. Hoy por hoy, sin controlar de cara a unas elecciones municipales unas administraciones locales mayoritariamente en manos del (ex)PDeCAT y de marcas afines/sucesoras, que han visto cuál es el destino de los, por así decirlo, institucionales en Junts, esta formación es orgánica y territorialmente débil como nunca. Ahora es el mejor momento para reajustar los ejes, con cada integrante en su punto óptimo de madurez.

Un gobierno atado de pies y manos por una oposición, vieja y no tan nueva, que lo quiere ver de rodillas en el suelo en cada comparecencia, en cada votación, genera en realidad un gobierno disfuncional y, al fin y al cabo, paralizado y, con la poca fuerza de gestión que le quede, caótico. Punto este al cual hay que evitar de todas las maneras posibles llegar. En la convocatoria de elecciones siempre hay riesgos, pero el riesgo más grande, más antidemocrático, es el de la parálisis gubernamental, en especial, cuando más vigor tiene que tener su actividad.

Presupuestos aprobados y elecciones justo después: esta sería, creo, la receta.