Mañana elecciones municipales. Soy de los que voy a votar, me gusten más o menos los candidatos y las propuestas de las formaciones que se presentan. Puedo entender al abstencionista que no cree en el sistema de representación que tenemos y, por eso, se queda en casa y "soporta", como todo el mundo, las decisiones de los electos; sin embargo, me cuesta más de entender que un abstencionista se queje de las decisiones de los electos, porque, mirándolo bien, él es cómplice del hecho de que manden estos y no otros, en la medida en que su abstención refuerza (con su voto de menos) los resultados globales de los comicios.

Como residente en Barcelona, puedo hablar de esta ciudad y lo hago desde una perspectiva estrictamente personal. El ayuntamiento tiene presupuestados para el 2023 unos ingresos no financieros de 3.090 millones de euros, con dos conceptos que destacan por encima del resto: las transferencias que recibe del Estado (1.326 millones), provenientes de los impuestos que pagamos, y el IBI (717 millones). En el capítulo de gastos corrientes, los cuatro conceptos con mayor importe son el bienestar comunitario (servicios urbanos) (403 millones), servicios sociales y promoción social (392 millones), seguridad y movilidad ciudadana (374 millones) y servicios de carácter general (257 millones). Si oso hablar de elecciones es porque los que gobernarán Barcelona gestionarán una parte de los impuestos que pago y tomarán decisiones sobre servicios públicos y sobre calidad de vida.

Viendo los programas (propuestas) que nos llegan, uno se da cuenta del populismo, de los mensajes vacuos donde cabe de todo, promesas inconcretas, promesas imposibles y otras de utópicas.

¿En función de qué decidimos votar una candidatura u otra? Según la ciencia política, es el resultado de un cóctel de factores que cada votante procesa: sociológicos (identidad nacional, clase social...), ideológicos (izquierda, derecha...), la confianza que generan los candidatos a partir de las experiencias anteriores, las propuestas que hacen de cara al futuro, entre otros.

Viendo los programas (propuestas) que nos llegan, uno se da cuenta del populismo, de los mensajes vacuos donde cabe de todo, promesas inconcretas, promesas imposibles y otras de utópicas. Ante eso, opto por tener presente la ciudad que percibo y la comparo con la ciudad que me gustaría.

Algunos ejemplos me sirven para ilustrar cosas que corresponden al ayuntamiento y que no veo bien. El primero es que en la ciudad es difícil encontrar una puerta metálica sin grafitis, muchas paredes de edificios históricos también son objeto de pintura, hay micciones y excrementos de perro por la calle, papeles y bolsas de plástico por el suelo, etcétera, que han hecho de las vías más concurridas de Barcelona una ciudad sucia. No es el ayuntamiento quien ensucia, sino las personas, pero sí que es el ayuntamiento quien tiene que hacer limpiar, y, sobre todo, hacer cumplir la normativa, que la hay. Y también es quien puede tener un papel destacado al generar un relato de limpieza en la ciudad.

El segundo ejemplo es el incivismo creciente: patinetes eléctricos corriendo por aceras y zonas peatonalizadas, ruido en terrazas y en plazas en horas de descanso, motoristas con aceleraciones desaprensivas... No es el ayuntamiento quien es incívico ni quien hace ruido, son las personas y. en algunos casos, empresas que lo hacen posible. Igual que con la suciedad, es el ayuntamiento quien debería hacer cumplir la normativa y generar un relato de civismo.

Por cierto, relacionado con los dos puntos anteriores, la Guardia Urbana en Barcelona parece que no exista. Son más de 3.300 agentes, los ves en la Maratón, a las celebraciones del Barça y eventos similares, pero en el día a día, caminando por los barrios, como policía de proximidad, no se ve ni uno.

El tercer ejemplo es que la ciudad se ha convertido en una macroterraza de bares y restaurantes. En mi opinión, la asignación del espacio público a este uso privado específico está sobredimensionada: afecta al paisaje urbano, genera ruido y, lo más grave, en la mayoría de lugares reduce a menos de la mitad las aceras que, en principio, existían para la movilidad de los peatones.

En otro orden de cosas, una cuestión que ya es un clásico. Barcelona es un destino de turismo de masas, algunas partes de la ciudad se han convertido en barrios para visitantes. El hecho de ser la novena ciudad-destino del mundo (por delante incluso de Nueva York), rozando los 10 millones de turistas anuales, convierte barrios enteros en lugares en los que no viven residentes, sino que son una especie de Salou y Lloret. Se transforma el tejido comercial y de servicios, afecta el marco de convivencia, dispara el precio de la vivienda y muchas más cosas, con el resultado de expulsar a los que quieren vivir en la ciudad.

Un punto final, este fuera del ámbito de los servicios concretos, es que el Ayuntamiento de Barcelona ha renunciado a ejercer de capital de Catalunya.

Por todo el anterior, y aunque el actual sistema de representación política tiene grandes carencias, mañana iré a votar y, por lo menos, tendré la conciencia tranquila para opinar y quejarme, convencido de que eso es lo que toca hacer para tratar de participar, aunque sea de manera casi infinitesimal, en la consecución de una ciudad con mejor calidad de vida y en la cual me sienta como en casa.