El cardenal Omella es una persona con un total de cero unidades de sensibilidad lingüística. La enésima polémica del cardenal con la lengua es humillante por varios motivos. El primero de todos, porque no es una anécdota. El segundo: porque que un eclesiástico catalán no tenga ni un atisbo de pensamiento de aprovechar una ocasión como la del otro día ante el Santo Padre para hacer lucir la lengua que hablan los feligreses a los que representa es un desprecio soberbio. El momento ante el Papa Francisco —y las explicaciones que lo han seguido— son la concentración perfecta del trato que el cardenal da a una lengua que considera de segunda, una lengua para las insignificancias, una lengua que no sirve para las cosas importantes, incluso cuando las cosas importantes son adorar a la Virgen de Montserrat. Que la escena ante el Santo Padre no es anecdótica es una obviedad para los católicos catalanohablantes que tenemos algo de vida parroquial en Barcelona. Forma parte de nuestra normalidad —como cuento a menudo— asistir a misas en catalán con lecturas y/u homilías en castellano, tener dificultad para encontrar grupos de catequesis que no sean en castellano o bilingües o, simplemente, poder tener una vida religiosa en nuestra lengua sin tener que dar muchas explicaciones.
Parece que la iglesia catalana hace lo que hace la clase política para no enredarse: hacer ver que no existe ningún conflicto lingüístico. Si no hay conflicto, no hay que tomar ninguna medida y todo el mundo tranquilo
El mes pasado, en una de mis parroquias de confianza, se cantó a la Virgen de Montserrat en castellano. Mientras hacíamos la tertulia con el rector tras la misa, no me privé de comentárselo. Éramos unos cuantos y todo quedó en tono de broma, pero, por la cara que puso el cura —que es un buen cura—, entendí que quejarse por estas cosas no entra dentro de la normalidad de la parroquia. Parece que la iglesia catalana hace lo que durante muchos años ha hecho la clase política del país para no enredarse mucho: hacer ver que no existe ningún conflicto lingüístico. Si no hay conflicto, no hay que tomar ninguna medida y todo el mundo puede irse a dormir tranquilo. Haciéndose la sueca, sin embargo, la primera perjudicada es la propia iglesia catalana, que, esclava de sus canguelos, se estropea el carácter universal y abona el terreno para que el catolicismo en Catalunya sea sinónimo de adscripción nacional española. Desgraciadamente, todo parece indicar que vamos hacia ahí.
"Hablemos catalán, llenemos las iglesias" es un eslogan que para mí tiene una pinta buenísima, pero es deshonesto porque reduce el fenómeno a cuestiones lingüísticas
"Si queréis que en las iglesias catalanas se hable catalán, id a misa". Evidentemente, sí. Pero no acaba de ser del todo justo cargar la política lingüística del cardenal sobre los feligreses —o no feligreses—, como tampoco lo es obviar que, si los catalanes vamos menos a misa —lo que habría que comprobar con datos en la mano— quizás no sea por motivos exclusivamente lingüísticos. Catalunya es una nación con su historia, también en cuanto a la relación que ha tenido y tiene con la religión y con la Iglesia, sobre todo si fijamos la mirada en el siglo pasado. Cargar las características de esta relación a la tendencia castellanizadora, sobre todo barcelonesa, de los últimos años es demagógico. "Hablemos catalán, llenemos las iglesias" es un eslogan que para mí tiene una pinta buenísima, pero es deshonesto porque reduce el fenómeno a cuestiones netamente lingüísticas. De todos modos, esto no puede desencadenar el discurso resignado de quienes piensan que, como el público catalán es más difícil y está perdido, lo que hace falta es "cuidar" el público castellano para que no ocurra lo mismo. Como si les hiciera falta, de entrada, y como si la Iglesia estuviera en condiciones de dejarse perder fieles.
Me ha sabido mal ver como, interesadamente, se alaba a Francisco porque es un señor argentino que pide hablar catalán, y se utiliza su figura para atacar a Omella
Ante este tipo de polémicas, no me pasa nunca desapercibida la manera en la que algunos ateos o agnósticos están dispuestos a arreglarnos la Iglesia de arriba a abajo. A su gusto, claro está, como si fuera una de esas sopas coreanas adobadas con todo tipo de ingredientes. El día en el que el Papa Francisco llama la atención al cardenal Omella porque el texto en cuestión no está en catalán, todo son simpatías. El día en el que hace unas declaraciones bien católicas, ya sabemos cómo va. Me ha sabido mal ver como, interesadamente, se alaba a Francisco porque es un señor argentino que pide hablar catalán y se utiliza su figura para atacar a Omella. A la mayoría de los católicos que sufrimos diariamente la minorización lingüística en nuestras parroquias no nos hace falta —y no queremos— utilizar al Papa como arma contra nadie, menos todavía contra un cardenal. La política lingüística de Joan Josep Omella, la de hacer ver que no hay política, es nefasta porque acelera el proceso de sustitución y porque trata a los catalanohablantes como una molestia, no porque el Papa le haya preguntado si un texto está en catalán.
Mientras tanto, los católicos catalanohablantes hacemos lo que podemos, buscando por internet dónde y a qué hora tienen la bondad de decir misa en la lengua de santa Joaquima Vedruna y de sant Josep Oriol
Detrás "la quiero porque es mi lengua materna" y "tengo una admiración muy grande por la lengua catalana" hay un hombre —o muchos, porque el texto venía en castellano directamente de Montserrat por orden del Vaticano— incapaz de hacer ni siquiera un gesto ante la gente de la Confraria de la Mare de Déu de Montserrat. Ni que sean unas migajas. Es fuerte decirlo como lo diré, pero, en este sentido, los comunes y el cardenal comparten más cosas de las que creen. Mientras tanto, los católicos catalanohablantes vamos haciendo lo que podemos, buscando parroquias donde no tengamos que forzar la confesión en catalán y donde no haya que buscar los horarios de las iglesias por internet para saber a qué hora tienen la bondad de decir misa en la lengua de santa Joaquima Vedruna, de sant Josep Oriol y de santa Teresa Jornet. Si el cardenal Omella se preocupa y se interesa por el bienestar de sus feligreses, que no lo dudo, que empiece por tenernos en cuenta.