Cridem qui som i que tothom ho escolti. I en acabat, que cadascú es vesteixi com bonament li plagui, i via fora!, que tot està per fer i tot és possible.

El legítimo debate sobre la abstención que se tiene que producir en el Consell de la República de Puigdemont tiene un componente tanto interesante como surrealista. Primero, porque el gobierno (del Consell) lo preside no solo el líder absoluto de un partido que se presenta a las elecciones, sino que, además, es la misma persona que públicamente señaló a quien tenía que liderar la lista a la vez que abortaba cualquier proceso de primarias. Quien manda, manda. En segundo lugar, porque concurren directamente o dan apoyo (a la misma candidatura) también destacados ministros del gobierno del Consell per la República, la mitad larga de los cuales son al mismo tiempo dirigentes o simpatizantes del mismo partido o espacio político.

Más allá de la vertiente más surrealista —con alguna nota hilarante— hay un debate interesante en sí mismo: si hay que presentarse a las elecciones en las Cortes españolas. O no. Que cabe decir, no es un debate ni menor ni nuevo, de hecho es un debate que históricamente había tenido la izquierda independentista o que han tenido de una manera u otra las formaciones independentistas en Escocia, en Irlanda o en Euskadi. Resuelto finalmente siempre a favor de presentarse. El caso vasco, además, con una derivada que no es menor. La izquierda abertzale fue ilegalizada. Y en el 2008, por ejemplo, se impuso la tesis de la abstención.

El Consejo del Presidente Puigdemont se pronunciará el 8 de julio sobre el llamamiento a la abstención. Lo cierto es que posponiendo tan tarde el debate no tendrá tiempo material para hacer campaña, ni a movilizarse para desmovilizar a los votantes independentistas —qué paradoja— en los comicios del 23 de julio.

Pronto, sin embargo, tenían que cambiar de estrategia. Se trataba no de abstenerse, sino de depositar la papeleta de una candidatura ilegalizada, de manera que el voto era nulo. Pero constaba como tal y era identificable. La izquierda abertzale exhibía así su capacidad para movilizar buena parte de su base electoral y de cuantificarla. Más de 100.000 personas fueron a votar en el 2009 introduciendo en la urna una papeleta de Demokrazia 3 Miloi (D3M). A pesar del éxito de la iniciativa, esta estaba marcada no por la voluntad de no participar en las elecciones, sino de responder a la ilegalización. La izquierda abertzale hizo lo imposible por poder volver a presentarse a los comicios y salvar su marginación electoral e institucional.

La prohibición a la izquierda abertzale de presentarse a las elecciones vascas (en aplicación de la ley de partidos) tuvo como consecuencia que el PNV fuera desalojado por primera vez del Gobierno vasco y que el nuevo lehendakari fuera el socialista Patxi López. Es la única vez que lo ha sido un socialista. Con el apoyo, en la investidura, del PP de Mayor Oreja y la UPyD de Rosa Díez. Ezker-Batua (Izquierda Unida) se abstuvo en aquella votación. Y, acto seguido, el lehendakari López, después de ser escogido, ofreció colaboración al PNV. Un gesto similar, salvando las distancias, al de Jaume Collboni una vez escogido alcalde de Barcelona. Con la diferencia que, en Barcelona, la izquierda de Colau no se va en absoluto abstenerse.

El Consell del presidente Puigdemont se pronunciará el 8 de julio sobre el llamamiento a la abstención. Lo cierto es que posponiendo tan tarde el debate no tendrá tiempo material para hacer campaña, ni a movilizarse para desmovilizar a los votantes independentistas —qué paradoja— en los comicios del 23 de julio. Pero se producirá un debate que se ha insinuado repetidamente y que no acaba de hacerse; tanto con respecto a la conveniencia de concurrir o no a unos comicios en el Congreso español, como para evaluar cuál es el momento y circunstancias de una derivada tanto o más interesante que tampoco se ha concretado por ahora: una cuarta lista, un cuarto espacio, en el margen de ERC, Junts y la CUP, que de producirse tendría sobre todo un damnificado claro de estos tres.

Pero vaya, no tiene importancia. Tal como dejó escrito al poeta de Roda de Ter, que cada uno haga el que más le complazca. No hay que dramatizar ningún llamamiento a votar ni —de producirse— ningún llamamiento a la abstención. Es legítimo testar o demostrar la fuerza que crees tener. Incluso clarificador. Y llegados al punto donde está el independentismo, ya no viene de aquí.