Para mucha gente, comprar un libro el 23 de abril equivale a comprar butifarra de huevo el Dijous Gras: una vez al año y porque es tradición. Esta gente es a menudo víctima de una de las armas de destrucción masiva más letales del mundo de las letras: las listas de recomendaciones de Sant Jordi. Como el 90% de los títulos que aparecen son peores que la tiña, los lectores esporádicos acostumbran a comprar uno de estos libros y después llegan a casa, lo abren, en la página veinte se dan cuenta de que aquello no vale nada, lo cierran y lógicamente llegan a la conclusión de que los libros son una tontería. El resto de 364 días que tiene el año, por lo tanto, pasan por delante de una librería con la indiferencia de cuando yo paso por delante de la tienda del Real Madrid en la Rambla. Esta triste realidad la conoce cualquier persona que haya trabajado de librero por Sant Jordi, y como un servidor durante siete preciosos años estuvo haciéndolo en la Librería La Cultural de Vilafranca del Penedès, cada abril, ni que sea con un artículo como este, reavivo la misión que durante aquellos maravillosos 23 de abril me gustaba cumplir: recomendar a los lectores esporádicos los buenos libros que ninguna lista de recomendaciones incluirá.

Empiezo por la novela ganadora de uno de los pocos premios en Catalunya en que, por lo visto, los miembros del jurado todavía escogen el manuscrito vencedor con argumentos literarios y no comerciales. Se trata de Els crits (L'Altra Editorial, 2025), Premi Documenta 2024 y escrita por Víctor Recort, a quien un servidor tuvo el honor de entrevistar hace pocos días. Va de tres viejas glorias de la televisión de los 2000's que se tienen que deshacer de un cuerpo después de un asesinato, pero ni de coña es el libro que recomendaría a Carles Porta, ya que esta pátina de thriller es simplemente una excusa para hablar de la incapacidad de poner palabras a lo que uno siente, de por qué los late nights de hace veinte años hoy serían inadmisibles en cualquier canal de televisión o, en definitiva, de la decadencia moral de una generación entera de hombres que representan un tipo concreto de masculinidad.

Como por suerte la novela es hoy un género cada vez más deconstruido, el otro libro de narrativa que se tendría que agotar este Sant Jordi es Sense mans pel camí del fondo (Editorial Gavarres, 2025), de Mar Camps. Con un formato de dietario, se trata de una ficción con sabor a verdad. O quizás una verdad que no necesita decidir si juega o no a hacer ficción, en realidad, ya que lo que cuenta es la voz que lo explica. Eso pasa porque es un libro sincero, profundo y radicalmente íntimo, en el cual la aventura italiana de Júlia durante un año en Calabria y su historia de amor con Ricard se nos explica de una forma naturalísima. Más que un diario personal, de hecho, parece que la protagonista nos esté enviando en cada capítulo un whatsapp. Eso sí, escrito con una voz narrativa brillante y que atesora un carácter muy particular. Más cerca de Alba Dalmau o Clara Queraltó que de Irene Solà o Eva Baltasar, un servidor ha disfrutado muchísimo leyendo la lengua que gasta Mar Camps, en una apuesta lingüística donde el catalán de antes que hablan los abuelos tiene tanto valor como la capacidad de la autora para crear imágenes poéticas llenas de segundas intenciones.

Aunque al 99% de catalanes todavía les cueste entenderlo, la literatura no tiene solo forma de novela. A pesar de ser el país donde Espinàs, Sagarra, Roig o Pla han escrito algunas de las mejores páginas de prosa en catalán desde las columnas de un diario, demasiada gente todavía no entiende que el periodismo literario, en catalán, tiene tanto o más valor que el último Premio Ramon Llull. Bueno ejemplo de eso es Obres completes: Prosa, de Joan Maragall, una edición de tres volúmenes que tiene forma de libro, pero en realidad es más bien un monumento. A la lengua, al país y a la cultura catalana en general, ya que reúne los artículos periodísticos, ensayos, discursos y todo aquello que el maestro Maragall escribió sin que tuviera forma de poema. Es un libro que hace de mal pasear la tarde de Sant Jordi, ya que tiene casi 3000 páginas y llevarlo debajo del brazo equivale a dos entrenamientos de fuerza en un gimnasio DIR, pero quizás por eso vale la pena tenerlo, ya que leer a Maragall no ejercita el cuerpo, de acuerdo, pero ejercita la mente y una cosa más importante: el alma.

Otro libro donde Maragall saca un momento la cabeza y que también tendría que figurar en la mesilla de noche de todos los catalanes la noche del 23 de abril es La roca i el aire (Fragmenta, 2025), de Raül Garrigasait, un ensayo que parte de un punto de partida muy terrenal: el autor se planta delante de una iglesia románica, mira a su alrededor y de golpe se pregunta por la relación entre aquellos dos elementos. La iglesia, de un lado, y el término 'románico', de otro. Es decir, el vínculo entre religión y arte, dos cosas etéreas y ambiguas para algunos, pero reales y palpables para muchos, precisamente por la fusión de los dos elementos. De Ramon Llull a Antoni Tàpies pasando por Carner, Isabel de Villena o March, el libro traza mil años de historia de la cultura catalana tratando de averiguar de qué manera la cosa antigua late constantemente en cualquier cosa nueva, como si la modernidad no pudiera dejar de ser deudora de otra modernidad más arcaica y más primitiva.

Para acabar, este año es casi obligatorio recomendar el primer libro de poemas del cual habla la gente de que nunca había hablado de poesía: Arnau (Proa, 2024), de Adrià Targa. Con forma de poema narrativo largo, el libro es en realidad una novela escrita en verso que toma la figura mítica del conde Arnau como protagonista, pero para dibujárnoslo en Barcelona el año 2024 y haciéndole hablar del deseo. El libro es formalmente una delicia, con una rima que engancha más que una bolsa de pipas y una poesía clara, sencilla y que permite adentrarse en un poemario sin rompernos los cuernos. Más o menos lo mismo que pasa con Poesías Escollides (Barcino, 2024) de un tal Ausiàs March, un libro donde gracias a la traducción de Josep Piera, podemos leer los poemas del mejor poeta europeo del siglo XV pero con una versión comprensible para alguien del siglo XXI. ¿Pueden unos poemas amorosos de hace más de cinco siglos hablarnos de aquello que sentimos hoy? Sin duda, sí, ya que en el fondo, los catalanes no hemos cambiado demasiado. Quizás por eso, también, este 23 de abril muchísima gente volverá a comprar libros como si al día siguiente entrara una ley en vigor que obligara a cerrar todas las librerías. Por suerte, quizás, o más bien por desgracia.