Tres mil diputados chinos reunidos en el plenario anual de la Asamblea Nacional Popular (ANP) ofrecerán hoy a Xi Jinping un mandato indefinido sobre el gigante asiático. Un poder como el que ostentó Mao. Esta iniciativa histórica ha despertado inquietudes tanto dentro como fuera del país y ha sido respondida desde EE.UU. con el anuncio de la aplicación de aranceles a las exportaciones chinas de acero (del 25%) y de aluminio (del 10%). Para evitar acusaciones de unilateralismo, a Europa se le aplicarán las mismas condiciones. El temor a una guerra comercial se ha extendido afectando a los mercados.

En diciembre la Casa Blanca calificó a China de competidor estratégico. Los legisladores en Washington están preparando planes para limitar las inversiones de este país en Estados Unidos, en particular dentro del sector tecnológico. Se espera que el gobierno de Trump presente en los próximos meses una reclamación sobre los derechos de propiedad derivados de la absorción durante años por parte china de los avances y nuevas aplicaciones logrados y experimentados en la industria high tech americana.

La inquietud ante la posibilidad de una nueva era de hostilidad y estancamiento ha saltado en el mundo de los negocios americano. El Wall Street Journal juzgó la aplicación de nuevos aranceles como "uno de los mayores patinazos económicos en la historia presidencial". 

El experto Stephen Roach advirtió que Estados Unidos "bien podría resultar el perdedor de una guerra comercial" al verse afectadas las cadenas de suministro de sus industrias nacionales. El "american first" podría resultar antieconómico. Como señaló recientemente Emmanuel Roman, nuevo presidente de Pimco —una de las más poderosas instituciones financieras mundiales—, "es extremadamente complicado volver atrás y producir en casa lo que ya por costumbre se ha decidido comprar en el extranjero a precios más baratos".

Stephen Roach advirtió que Estados Unidos "bien podría resultar el perdedor de una guerra comercial"

Pero hay un hecho nuevo que ha aparecido con el nuevo caudillismo que prepara Xi Jinping: la dimensión militar. Como ha indicado Trump, "nuestras industrias de acero y aluminio están muertas". Su argumento es que la competencia desleal de metal protegida financieramente por el Estado chino socava la capacidad militar de EE.UU. El secretario de Defensa americano, James Mattis, ha expresado su apoyo a los "aranceles específicos" sobre el acero y el aluminio.

En el otro tablero, el del Imperio del Centro, las críticas acalladas en las sesiones preparatorias de la ANP se han centrado en la ausencia de reformas de las empresas propiedad del Estado (las SOES), que suponen el 45% de una deuda china que tiene a todas las agencias de rating en estado de vigilancia. Suponen el 40% del mercado bursátil y un tercio de la inversión. El futuro de este sector, controlado estrictamente por el partido, genera una gran preocupación. La biblia inglesa del capitalismo, The Economist, acaba de reconocer que su visión optimista sobre el régimen chino estaba equivocada. Las SOES ofrecen al Partido Comunista un papel institucional clave en su accionariado.

En el nuevo presupuesto, el Gobierno chino destinará el 8,1% al gasto militar. La batalla o el predominio mundial absorbe muchos recursos.

En este marco, el pronóstico global de los bancos centrales es de espesas nubes. El presidente de la Reserva Federal de Nueva York, William Dudley, dijo en Sao Paulo que "si el apoyo al comercio liberalizado y una economía global integrada sufrieran un retroceso significativo, la consecuencia podría ser un crecimiento económico más lento y un nivel de vida más bajo en todo el mundo". El asesor económico de la Casa Blanca Gary Cohn ha dimitido.

Las espadas están en alto, pero una negociación bajo tensión no está excluida. No son buenos tiempos para la lírica...