El dilema es cruel, parece una alternativa sacada de un primitivo cuento popular, una adivinanza salvaje, propia de personas más habituadas al horror que nosotros, la mayoría, los cuales afortunadamente no hemos vivido ninguna guerra ni nada parecido. ¿Qué es peor, qué será más difícil de soportar, la cárcel o el exilio, nos preguntamos por dentro, nosotros a solas y nadie más, cuando quizás nos ponemos en la piel de nuestros represaliados políticos, cuando hacemos el ejercicio de mirar de entender lo que estamos viviendo, el momento histórico que nos ha tocado, que no es la última guerra civil, ni la segunda guerra mundial, ni tampoco la guerra de los mundos. ¿Habríamos hecho como el conseller Joaquim Forn, que primero se fue al exilio belga y luego se entregó a la policía española, o bien haríamos como Josep Miquel Arenas, Valtònyc, que me decía que no, y que no, que se quedaría e iría a la cárcel, que la revolución también se hacía en el calabozo y, al final, entre unos cuantos le convencieron para que se marchara hacia la libertad? Seguramente una persona joven se siente más capaz de afrontar el exilio que la reclusión, y una más avejentada no, por muchas lenguas que hable, por muy viajado y cosmopolita que se vea en el espejo, por muy ciudadano del mundo que se considere, qué queréis, los humanos somos seres gregarios, por biología, que quiere decir exactamente que nos comportamos como las ovejas, y que también somos gente y necesitamos de nuestra gente. Porque se habla mucho del lobo solitario, por otro lado gregario como él solo, pero también tenemos a la oveja negra, solitaria y descarriada, protagonista de algunos grandes momento bíblicos que, ciertamente, no hacen justicia a su independencia de criterio. En esta cruel pandemia lo hemos visto muy clarito y lo hemos aprendido. Que una cosa es querer estar solos y otra, bien distinta, es que estés obligado a estar solo, que te separen de los tuyos cruelmente. La emigración económica, así como la política, forma parte de la pequeña historia de muchas de nuestras familias, de la historia reciente o de la más antigua, de la que se siente reflejada en L’emigrant de Jacint Verdaguer, un poema melindroso que asegura que se puede morir de añoranza e, incluso, vivir de añoranza, si podemos creer en el despierto vitalismo de Pere Quart en Corrandes de l’exili.
El mundo puede ser cruel y traidor, ya lo sabemos. Y la vida parecernos, según como, una prisión o un exilio, eso está muy chulo también. Pero la pregunta era qué hubiéramos hecho nosotros, en el lugar del capitán, oh mi capitán, Carles Puigdemont o de Oriol Junqueras, en mitad del camino de nuestra vida. Teniendo en cuenta que ahora a los disidentes políticos España ya no los mata, como era la antigua costumbre, que por eso mi maestro Josep Soler-Vidal, o mis abuelos, los tres, pasaron la frontera sin pensarlo dos veces para salvar el pellejo. Entonces sí que la gente se dejaba la piel y no lo que dicen que ahora hacen. Ovidio escribió las Tristes y las Pónticas, desde el siniestro Mar Negro soñando cada segundo en volver a Roma, a las fiestas y a la vida galante y regalada que tenía bajo el cobijo del César. Todos los exiliados piensan en volver, Meritxell Serret y quien sea, todos les amarga la amarga copa del alejamiento forzado. Porque los encarcelados saben que un día u otro, si la salud los acompaña, podrán retornar a su vida de antes o al menos a una vida bastante parecida. Pero los que están exiliados tienen miedo de no poder volver nunca más. Y tienen miedo, como pensaba el viejo Ovidio, de que nos olvidemos de ellos, que llegue un momento en que ya no formen parte de nuestras vidas. Este es uno de los más importantes peligros del retorno a una política autonomista. Que el pragmatismo catalán nos lleve a entendernos con el represor de manera permanente. Y por ese camino la imagen de Carles Puigdemont o Marta Rovira acabe diluyéndose, convirtiéndose en uno de tantos anacronismos. Si no es para defender la unilateralidad, la vigencia del primero de octubre, si no es para desafiar a la autoridad del Estado español, si no es para exigir la independencia de Catalunya, ahora, si no es para todo esto, me quieren decir, exactamente, ¿qué están haciendo en el exilio?