La representación visual, a fecha de hoy, del ya famoso caso de Marcel Vivet Regalón es la de un pastel de seis pisos, con una decoración muy elaborada y muy recargada, que en el momento de entrar en la sala llena de gente donde tiene que lucir cae al suelo porque uno de los que lo transporta resbala con una piel de plátano. Y entonces todo el mundo descubre que nada de bizcocho con nata y trufa sino que era de porexpán y jabón de afeitar de oferta.

Desde que este miércoles por la mañana supimos que la Audiencia de BCN condenaba a este joven badalonés a cinco años de prisión por lesionar a un antidisturbios de los Mossos d'Esquadra en la muñeca con el palo de una bandera y durante una contramanifestación celebrada cerca de donde había convocado otra al sindicato del CNP denominado JUSAPOL, el caso no para de desinflarse. Y no sólo por la desproporción de la pena impuesta, que es total y absoluta, sino porque en la comparativa con casos parecidos, la sentencia tiene menos consistencia que Santiago Abascal hablando de lo que es trabajar. Mirémonoslo.

Digo esto de la desproporción porque, sin menospreciar al Mosso que denunció el caso, ¿estamos de acuerdo que el presidente francés Emmanuel Macron tiene un cargo público que lo sitúa, como mínimo, a su mismo nivel, verdad? No diremos por encima para no ofender a nadie, pero tampoco estaría por debajo, ¿no? Pues bien, justo la semana pasada un ciudadano le dio una bofetada. A Macron. Y lo vio todo el mundo porque fue ante las cámaras. El agresor ha sido condenado a dieciocho meses de prisión, de los cuales han suspendido catorce. O sea, al final la cosa ha quedado en cuatro. Insisto, por una colleja al presidente francés y a la vista de todos. Pues bien, si los comparamos con los cinco años por el golpe al Mosso, y de los cuales no constan testigos, o allí se han quedado muy cortos, o aquí se han pasado tanto que iban a Mercurio y han acabado a las afueras de Plutón.

Vuelvo a tener la misma sensación que con las letras de Valtònyc y el militar aquel que, refiriéndose a ciudadanos españoles, afirmó que "no queda más remedio que empezar a fusilar a 26 millones de hijos de puta". El uno se tuvo que ir al exilio. El otro está en su casa superando el calor con un pantalón cortito de aquellos con los que te acaba flopando un testículo por la pernera. Y digo "flopando" porque el testículo hace "flop", cae al vacío y se queda allí sostenido cimbreando alegremente. O la que tuve con la prisión inmediata decretada contra Pablo Hasel comparada con la de los de la Blanquerna, que no han pasado ni un segundo por chirona desde que en febrero del 2016 hubo el primero de los cuatro pronunciamientos judiciales de condena en su contra. Enero del 2016. ¡HACE CINCO AÑOS Y CUATRO MESES!

Y también tengo una sensación parecida a la del caso de Tamara Carrasco y tantos otros. Que se coge a una persona como escarmiento para el resto. ¿Usted se manifiesta, verdad? Pues sepa que la podemos detener acusada de terrorismo, pasear su foto esposada por todos los medios de comunicación, incomunicarla, tenerla encerrada en su pueblo durante más de un año y después decir que no, que no era nada. ¡Feliz Navidad y saludos cordiales!

Pero como al principio le hablaba del pastel que no era tal, ¿qué tal si charlamos de guindas? Estas, sí, de verdad. No hacía ni 24 horas de la sentencia contra Marcel que Alerta Solidaria ha denunciado la existencia de otra denuncia realizada por el mismo agente, el mismo día, recibiendo el mismo tipo de golpe y en el mismo brazo, pero contra un chico que no se llama Marcel sino Adrià. Total, como el pastel ha caído ante todo el mundo y todos (y todas) hemos visto que era de broma, ahora Interior dice que cambiará a toda prisa la manera de gestionar los casos en que la Generalitat ejerce de acusación particular. Ahora. Cuando ha llegado la desproporción y un nuevo escarmiento con hedor a recorte de derechos. Incluidos los de protestar, de ser disidente o de manifestarse. Ahora, cuando alguien se puede pasar cinco años en prisión por unos hechos por los cuales nadie ha presentado ninguna prueba. Como dijo Pio Cabanillas: "¡Todos al suelo, que vienen los nuestros!".