La Iglesia católica ha hecho, históricamente, de núcleo ideológico de la derecha conservadora europea más clásica. Si bien es cierto que de la doctrina social han bebido varios sectores ideológicos —o con la doctrina social se pueden identificar varios sectores ideológicos—, existe una identificación troncal, de base, que ha hecho el conservadurismo europeo. La extrema derecha que cabalga la ola reaccionaria, sin embargo, no bebe de aquí. O no toda. Hoy, la grieta entre una cosa y la otra todavía la delimita la Iglesia. El debate migratorio pone en solfa, como ningún otro debate, que esto es así y que esta división existe. Este jueves, el arzobispo de Tarragona sentenció que "un xenófobo no puede ser un verdadero cristiano", refiriéndose a Vox y al comunicado de la Conferencia Episcopal Española de la semana pasada con respecto a la libertad religiosa y al asunto Jumilla. Todo ello recuerda bastante el asunto del vicepresidente de los Estados Unidos, J.D. Vance, el ordo amoris y el papa Francisco.

La extrema derecha se ha topado con la Iglesia. Para quienes formamos parte de ella —de la Iglesia, no de la extrema derecha—, esta es una buena noticia: explica que, todavía hoy, la Iglesia está dispuesta a hacer de contrapeso del mundo y a preservar el mensaje que está llamada a preservar sin dejarse llevar por las corrientes de los hombres. Escribía G.K. Chesterton que "algo muerto puede dejarse llevar por la corriente, pero solo algo vivo puede ir contracorriente". En el caso que nos ocupa, el perfil que marca la Iglesia es la mejor muestra de que todavía es una institución viva. El catolicismo es mucho más profundo y vertebrador que cualquier ideología política, por eso todas pueden beber y nutrirse de él y, a la vez, por eso todas pueden encontrar su límite en el catolicismo. La fe transforma al hombre de arriba abajo de una manera radical, y la Iglesia procura —debería procurarlo— que la fuente de donde bebe esta transformación siga estando disponible. Para que esto sea así, es necesaria una firmeza que algunas veces rema a favor de la mayoría social, y otras veces no.

La relación de la extrema derecha con el cristianismo es superficial

En la derecha europea y americana, a grandes rasgos, la diferencia entre los discursos más populistas que señalan a comunidades sin escrúpulos y sin atenderse a las consecuencias que esto pueda tener y el conservadurismo clásico, que no se abstiene de tener el debate migratorio, pero que sabe dónde encontrar el freno, la sigue marcando el vínculo histórico con la Iglesia. En Catalunya y en España, que tanto Santiago Abascal —que no todas las almas de Vox— como Sílvia Orriols solo se sirven del cristianismo para delimitar bandos, ha quedado claro en el momento en el que la Iglesia católica los ha contradicho con el Concilio Vaticano II en la manoAmbos han contestado con la carta de la pederastia, el recurso del anticlericalismo que siempre hace de enmienda a la totalidad. La relación de la extrema derecha con el cristianismo es superficial, por eso las confesiones cristianas menos arraigadas, con menos historia y posibilitadoras de un sustrato ideológico más plano y menos complejo, como el evangelismo protestante americano, les hacen un mejor servicio.

Esto que explico permite a la extrema derecha utilizar el nombre de Cristo solo como una herramienta de ensanchamiento de la alteridad con el Islam, sin pliegues y sin tener que rehuir contradicciones. "Nosotros somos cristianos" —crean en ello o no— "y los que vienen de fuera no lo son". "Por eso esta tierra nos pertenece". La extrema derecha europea —y americana— se reviste de cristianismo para poder acentuar esta diferencia, pero a la hora de la verdad les importa poco si este juego de apariencias lo sostiene una coherencia de fondo. Se explica que Vox tiene varias almas porque tiene varios sectores ideológicos y esto lo convierte en un buen ejemplo del movimiento reaccionario mundial, que en función del país también barre de sitios diversos. En Catalunya, por ejemplo, la extrema derecha ha procurado barrer al sector conservador languidecido. Que la Iglesia marque perfil con el debate migratorio puede servir para forzar a alguna de estas almas —la más tradicionalista, la que conserva vínculos verdaderos con el catolicismo— a enfrentarse a sí misma. A plantearse, de hecho, si su odio al forastero es mayor que su amor a Cristo y que su pertenencia a la Iglesia. Si la vertiente política de su identidad es mayor y más fuerte que la vertiente espiritual. Si la palabra de Santiago Abascal —o la de Sílvia Orriols— los definen más que la del Santo Padre, que la de los obispos o la del propio Evangelio. Si el límite de su fe es la medida en la que la pueden utilizar para justificar su ideología política o no.