En un tiempo que presume de igualdad, pero sigue arrastrando viejas inercias, conviene recordar que muchos de los hombros de gigante sobre los que se ha levantado Europa han sido femeninos. Algunas mujeres brillan en la esfera pública, otras nunca tuvieron reconocimiento a pesar de trabajar codo con codo junto a hombres admirados; otras, las más, lo han hecho en la discreción de la casa, sosteniendo generaciones enteras sin reconocimiento ni currículo. A esas abuelas y madres que fueron peldaños silenciosos del éxito de sus hijas y nietas les debemos una historiografía más justa y un agradecimiento que casi nunca llega a formularse.

En este horizonte de mujeres extraordinarias se inscribe la figura de Janne Haaland Matlary, a quien el Instituto Carlomagno de Estudios Europeos que dirijo propuso hace unos días para ser reconocida como doctora honoris causa por la UIC. La concesión de este reconocimiento es el mayor acontecimiento académico de una universidad, aunque en ocasiones se hayan producido errores en su concesión, y no han estado a salvo de ese error de diagnóstico excelentes universidades de todo el mundo. No nos equivocamos con Matlary, estoy segura. Experta noruega en defensa, política energética y geopolítica europea, Haaland ha ocupado cargos de alta responsabilidad en instituciones nacionales e internacionales, siempre con una mirada atenta al sentido último del proyecto europeo. Para ella, Europa no es solo un mercado ni una suma de burocracias, sino una christianitas: una comunidad cultural e histórica que comparte raíces y valores, un nosotros frágil, pero real, que merece ser cuidado.

Este feminismo humanista no quiere mujeres condenadas al sacrificio silencioso ni atrapadas en la lógica de la confrontación, sino protagonistas de pleno derecho en todos los ámbitos, también en la vida pública

Sin embargo, el mérito de Haaland no se agota en su trayectoria académica y política. Su aportación más revolucionaria se sitúa en el terreno del pensamiento sobre la mujer. Frente a ciertos feminismos que parecen avergonzarse de la diferencia sexual o que reducen la emancipación a la imitación del modelo masculino, propone un “nuevo feminismo” inspirado en el humanismo cristiano. Un feminismo que reconoce que mujeres y hombres somos distintos, dotados de talentos específicos, igualmente valiosos y necesarios para construir una vida personal, social y política con sentido.

Ese “nuevo feminismo” no es un ejercicio teórico encerrado en los despachos. Haaland lo ha difundido en libros de divulgación, como El tiempo de las mujeres o El amor escondido, y en conferencias por Europa y América Latina, donde dialoga con jóvenes que desean una palabra distinta sobre su vocación profesional, afectiva y familiar. Este feminismo humanista no quiere mujeres condenadas al sacrificio silencioso ni atrapadas en la lógica de la confrontación, sino protagonistas de pleno derecho en todos los ámbitos, también en la vida pública. Por eso mismo, tampoco desprecia a quienes eligen hacer de la familia su principal proyecto vital, porque entiende que la domusel hogar— no es una renuncia, sino un espacio donde se gesta el tejido invisible de la sociedad y se practica, en carne y hueso, esa economía de los cuidados que luego se teoriza en las universidades.

En fechas en que se multiplican los discursos sobre lo mucho que falta por hacer —y a veces por deshacer— en materia de igualdad, resulta esperanzador que una universidad reconozca a una mujer que ha sabido unir rigor intelectual, compromiso político y una visión profundamente respetuosa con la identidad femenina. La vida y la obra de Janne Haaland Matlary recuerdan, en la línea de Viktor Frankl, que el ser humano vive de sentido, y que las mujeres tienen una contribución insustituible a la hora de mantener encendida esa chispa que sostiene a las personas, a las familias y también a Europa. Ojalá este reconocimiento académico sea también una invitación a mirar de otro modo el mapa del feminismo contemporáneo y a dejar espacio, en él, a propuestas que piden menos ruido, más verdad y más esperanza.