No existe mayor hipocresía que aplicar criterios morales a la compra y venta de armas según quien sea el cliente. Y tampoco es muy honesto aprovechar una guerra tan trágica como la de Gaza para sacar una rentabilidad político-identitaria, forzando un falso debate estrictamente autóctono entre buenos y malos.
Resulta muy significativo que los mismos que ahora ponen el grito en el cielo por el comercio de armas con Israel no han dicho nunca nada cuando el principal cliente que compra armas a España es Arabia Saudí. La compraventa de armas siempre es humanamente inmoral. Quizás desde el punto de vista de la realpolitik, el comercio de armas es inevitable, así que se podrá argumentar con criterios económicos, políticos o tecnológicos, pero nunca se podrá justificar con argumentos morales que rozan la frivolidad.
Las frivolidades no tienen cabida en una situación tan grave como la que se vive en Oriente Medio. El gobierno de Netanyahu ha llevado al límite la credibilidad de las democracias, que no están interviniendo ni siquiera condenando la ocupación de Gaza tal como se está perpetrando. Netanyahu ha dejado sin argumentos incluso a los demócratas, que se han sentido siempre solidarios con el pueblo hebreo y han defendido el derecho a la existencia del Estado de Israel. Impedir el acceso de la ayuda humanitaria a la población civil y provocar la muerte de bebés desnutridos o sin medicinas no es una respuesta al ataque de Hamás, porque ya no se puede aducir la defensa propia. Es un crimen de guerra contra la humanidad que —como ha explicado con datos y testigos el periodista Ricardo Mir de Francia— forma parte de una ofensiva militar llamada Carros de Gedeon para expulsar definitivamente a los palestinos de su tierra.
El mundo, y especialmente el mundo occidental, no puede mantenerse impasible ante una tragedia que, al permitirse, marcará el fin definitivo de la causa democrática en el mundo entero. Y con respecto a Europa, la muerte del ideal de sus fundadores. Sin autoridad moral alguna, el mundo regresa a la ley de la selva.
El embargo de la compraventa de armamento con Israel y las sanciones lo bastante coercitivas para detener la guerra es algo que corresponde a la Unión Europea, que es quien tiene suficiente poder para hacerlo, y visto que no se puede esperar nada bueno de la administración Trump. Y en este sentido, todo lo que pueda hacer el gobierno de Pedro Sánchez —en tanto que voz de peso en el Consejo Europeo—, bienvenido sea, siempre que no caiga en las frivolidades, como la del Festival de Eurovisión, que solo sirven para entretener al personal. De todas formas, basta con escuchar a la ministra de Defensa, que reconoce que todo quedará en una mera postura simbólica, es decir, una mezcla de engaño y frivolidad.
La clausura de la agencia comercial catalana en Tel Aviv solo puede tener consecuencias negativas allí y aquí, y solo tiene como objetivo aprovechar la guerra para sacar aquí una rentabilidad político-identitaria.
Esta hipocresía se ha instalado también en Catalunya. El gobierno de la Generalitat ha decidido clausurar la agencia comercial catalana ACCIÓ, que apoyaba a las empresas autóctonas exportadoras de productos catalanes e importadoras de tecnología e innovación, en vistas del nivel de desarrollo tecnológico del país hebreo. Hasta la fecha, Catalunya exportaba a Israel el doble de lo que importaba. 2.400 empresas catalanas han establecido relaciones comerciales con empresas israelíes, con una facturación anual de casi 600 millones de euros. Estos negocios no tienen nada que ver con la guerra, sino lo contrario. ACCIÓ destaca las oportunidades de internacionalización en ámbitos como la agrotecnología y las tecnologías del agua, la alimentación, la automoción-movilidad y las energías renovables. Dicho de otro modo, de estas relaciones quien saca más provecho es la parte catalana.
Catalunya no tiene competencias en el ámbito militar, no tiene presencia en los ámbitos de decisión internacional, por decirlo de una forma cruda, no pinta nada en este escenario, y la demagogia de unos cuantos pretende presentar al país como líder autoerigido de una pretendida causa antiisraelí, una pretensión a la que, fuera de Catalunya, nadie hace caso, pero que fuerza un debate interno al nivel de tertulia futbolística, pero que puede tener consecuencias muy negativas.
Barcelona alberga la sede de la Unión por el Mediterráneo, un organismo que se creó desde la convicción de que fomentar las relaciones comerciales entre las dos orillas del Mare Nostrum era el mejor antídoto contra la guerra. Ciertamente, las buenas intenciones con las que se fundó aún no han dado el resultado perseguido, precisamente porque la guerra lo ha impedido. La postura del gobierno catalán y del Ayuntamiento de Barcelona es una contribución directa a la disolución del organismo.
Y, a fin de cuentas, las empresas catalanas exportadoras e importadoras mantendrán probablemente sus negocios, y si necesitan algún apoyo internacional recurrirán al Instituo Español de Comercio Exterior (ICEX) que el gobierno más progresista de la historia, en el que participan Sumar y Comuns, no consta que lo haya cerrado ni que piense hacerlo. Así que volvemos a los gestos simbólicos, que suelen tener más consecuencias negativas que positivas, pero que le permiten a Jéssica Albiach, que no se sabe qué ideología tiene, hacerse la rebelde sin causa y sin despeinarse.