La crisis que estamos viviendo en estos momentos tiene aspectos que, más allá del ámbito de la salud pública y de sus consecuencias económicas, no resultan menos preocupantes, si bien en estos momentos no nos parecen como algo urgente. Toda crisis tiene consecuencias y esta las tendrá en diversos planos, pero uno que ha de preocuparnos, y que puede cronificarse, es una involución en valores y principios, así como una restricción en materia de libertades públicas y derechos fundamentales.

Es cierto que existe una necesidad urgente de solventar el problema de salud pública que esta pandemia está generando y, también, que una vez superada esta etapa, tendremos que centrarnos en volver a poner en marcha nuestras vidas y la economía, la real, que es la que nos afecta a todos los ciudadanos. De todo esto no hay duda, pero lo importante es saber qué precio estamos dispuestos a pagar por ello, porque hay determinados valores y derechos que no son transables o, incluso, precios demasiado altos que tendríamos que conocer, de antemano, para saber si los asumimos o no.

El miedo, que en situaciones como esta se adueña de todo y de todos, no puede ser el que nos marque la hoja de ruta a seguir a partir de esta pandemia y que, en función de temores menos, más o muy fundados, estemos dispuestos a renunciar a algunos derechos y libertades por los cuales mucha gente, antes que nosotros, dio su vida para garantizárnoslos. No hay peor compañero de viaje que el miedo, cosa distinta es no sentirlo, y cuando se trata de un miedo colectivo, entonces las reacciones pueden ser siempre desproporcionadas e, incluso, inducidas y abusadas las voluntades.

Es normal que todos tengamos aprensión, especialmente porque no sabemos a qué nos enfrentamos, cuánto durará y, sobre todo, qué mundo nos quedará cuando esta pandemia pase. El tema no es tener o no tener miedo, sino saber gestionarlo para que no nos nuble el entendimiento ni sea utilizado como palanca para forzarnos a aceptar renuncias que, desde todo punto de vista, son inaceptables.

Solo si entramos en pánico, es decir si no somos capaces de controlar el miedo que todos estamos sintiendo, estaremos más y más expuestos a una involución y a unos recortes de libertades que se hacen incompatibles con cualquier sistema democrático

Como toda crisis, y especialmente aquellas que afectan a nuestra seguridad, sea en la vertiente que sea, uno de los primeros recortes suele producirse en el terreno de los derechos y libertades y de eso tenemos múltiples ejemplos en los que hemos visto cómo en la tensión entre seguridad y derechos fundamentales siempre termina imponiéndose la primera y, ahora, como bien dicen muchos expertos, podemos enfrentarnos a esa dicotomía de manera más aguda si cabe.

Al respecto, basta recordar, por ejemplo y guardando las proporciones, cómo se gestionó el miedo a partir de los atentados a las Torres Gemelas en Nueva York, para comprender a qué me estoy refiriendo. Las consecuencias de dicho pánico colectivo las seguimos pagando casi dos décadas después.

El miedo a la amenaza terrorista fue entonces tan intenso y se hizo tanta escuela de él, que luego pareció lógico y racional que viniesen una serie de recortes de libertades para garantizarnos una seguridad que, como hemos podido comprobar, nunca ha llegado a ser tal. Es a partir de esos atentados cuando se implementaron una serie de normas, por nuestra seguridad, que han ido cincelando nuestros derechos y nuestras vidas de manera tal que hoy ya hasta nos parece normal.

La actual pandemia que, sin duda, es una grave crisis y un problema planetario, parece ser que servirá de caldo de cultivo para nuevos y más rotundos cambios y recortes, que, si los vamos aceptando, terminarán por introducirnos en una nueva sociedad en la cual ni estaremos más seguros ni más sanos ni seremos ya los mismos, porque habremos perdido el último reducto de nuestra soberanía: nuestros datos personales y nuestra privacidad.

Es evidente que en momentos de urgencia han de tomarse medidas urgentes y excepcionales, pero, por eso mismo, esas medidas tienen que ser, necesariamente, temporales y no pueden llevarnos a renuncias de las que más temprano que tarde terminaremos por arrepentirnos. Como bien recuerda Yuval Noah Harari, las medidas excepcionales tienen el terrible hábito de durar más que la emergencia que las requirió.

La situación es muy grave, pero más grave lo será si dejamos que nos domine el miedo y que, ante cualquier canto de sirena que nos prometa una imposible seguridad, cedamos aquellos espacios de derechos y libertades que tanto ha costado crear

Sí, es cierto que en China, en Corea y en otros países asiáticos están combatiendo la pandemia utilizando, entre otros instrumentos, los denominados grandes datos (big data) combinándolos con otra serie de informaciones o datos que, por definición, son privados. Hasta ahora, quien mejor ha descrito ese escenario es el filósofo Byung-Chul Han, pero que, errónea y lamentablemente, lo presenta como un éxito de gestión cuando no es más que un claro recorte de libertades, ya que lo que él describe, como método para garantizarnos nuestra seguridad médica, implicaría, sin duda, la renuncia a ese último reducto de soberanía que representan nuestros datos, ese patrimonio íntimo al que todos los estados y las grandes corporaciones querrían acceder por diversas razones, ninguna de ellas confesable, y para lo que llevan trabajando años.

Pero no sólo a través del apoderamiento de nuestros datos vendrán los recortes en materia de derechos y libertades, también veremos, si no nos oponemos firmemente, como otros muchos derechos se verán recortados en la búsqueda de una seguridad médica que no se alcanzará por esa vía y nos retrotraeremos a otros tiempos en materia de abuso de autoridad, sin siquiera entrar a hablar de recortes en derechos económicos y sociales.

Basta ver, por ejemplo, como son justificados e incluso aplaudidos comportamientos policiales impropios de cualquier democracia bajo la excusa de que el afectado se ha saltado las medidas de confinamiento. Sin duda que saltarse el confinamiento, si no estaba justificado, merece un serio reproche, incluso la correspondiente sanción, pero lo que es inadmisible es que se abuse del poder conferido a la autoridad o que se arree un par de bofetadas al infractor y, más preocupante aún, que se jaleen dichos comportamientos por parte de sectores de la ciudadanía.

Solo si entramos en pánico, es decir si no somos capaces de controlar el miedo que todos estamos sintiendo, estaremos más y más expuestos a una involución y a unos recortes de libertades que se hacen incompatibles con cualquier sistema democrático. Sí, la situación es muy grave, pero más grave lo será si dejamos que nos domine el miedo y que, ante cualquier canto de sirena que nos prometa una imposible seguridad, cedamos aquellos espacios de derechos y libertades que tanto ha costado crear y ya no digo consolidar.

Es verdad que el miedo es libre, pero racionalizarlo y controlarlo es lo único que nos garantizará una auténtica libertad que, además, es la que necesitaremos para enfrentarnos a un mundo diferente y complejo como será ese al que saldremos cuando este necesario confinamiento sea superado.