No sé si se puede poner límites al afecto. El tiempo de vida compartido es una medida de nuestra realidad, pero no refleja la profundidad ni la intensidad de lo que sentimos. El ciclo de la vida, inexorable, hace que mucha de la gente que queremos vaya fundiéndose en el horizonte. Nos dejan, sí, pero el afecto perdura, y todos queremos dar algún tipo de voz a nuestro sentimiento y honrar el recuerdo. Las poblaciones humanas, incluso aquellas que no tienen historia escrita, han cuidado y recordado a sus muertos. La muerte era un rito importante, una etapa por cumplir para cerrar un círculo. Curiosamente, si vivís un tiempo en las islas británicas o en Irlanda, os daréis cuenta de que muchos de los lugares recomendados para visitar son cementerios y lugares de entierros (burial sites, en inglés). Hoy no os hablaré de la magia que todavía podemos sentir vibrar en nosotros cuando los rayos de sol de poniente se filtran, radiantes, en medio del enrejado de una cruz céltica en un pequeño cementerio rural, en el que el tiempo ha borrado los nombres. Hoy, en cambio, os querría recordar la paz interior que podemos sentir cuando caminamos en medio de tumbas tan antiguas que ni sabemos de qué siglo son, porque son tan antiguas que sólo las podemos fechar aproximadamente entre centurias, de los lugares de entierro de hace más 5.000 años, que ya forman parte de la naturaleza que nos rodea, sin embargo, aun así, todavía se alzan tozudamente para recordarnos el honor y el afecto de las personas de las cuales sus restos todavía allí descansan.

Si nunca habéis visitado Stonehenge, en el sur de Inglaterra, seguro de que habéis sentido muy profundamente la solemnidad de su círculo de piedras erectas, rasgando el cielo para venerar al Sol y otros astros, con su avenida ceremonial, de más de 4 kilómetros. Si todavía no habéis ido, yo también os recomendaría que dedicarais unas horas a pasear por los alrededores. De hecho, hay un círculo, más pequeño de madera, dos o tres kilómetros más allá. Stonehenge se encuentra en medio de un prado y se puede andar libremente por los espacios de la campiña inglesa, disfrutando del viento y de los cambios repentinos de luz. El terreno es fácil de caminar, pero muy ondulante, y las pequeñas colinas, bien tapizadas de césped brillante, son sospechosamente semiesféricas. Son lugares de entierro, de unos 3.000 años antes de nuestra era, y debajo hay los restos mortales y el ajuar mortuorio de personas que vivieron en esta época del neolítico.

No siempre las poblaciones humanas del neolítico escogieron hacer sus monumentos mortuorios en medio del campo. En las islas británicas, hay muchos lagos de pocos metros de profundidad, particularmente en Irlanda, Escocia y las islas próximas. Allí se sabe que están los crannog (una palabra de origen gaélico), que son pequeños islotes artificiales generados por el hombre, de una docena de metros por lado como mucho. Estos crannog son también monumentos, seguramente mortuorios, construidos mediante el depósito de grandes piedras de hasta 250 kg de peso en el cauce del lago, a pocos metros de la orilla. Las piedras hacían de base y las amontonaban hasta que sobresalían del nivel del agua, entonces hacían una pequeña forma de volcán, en el interior del cual depositaban botes de cerámica y los restos humanos. Se pensaba que estos islotes eran de hace sólo 2.000 años (en torno a nuestra era), pero un artículo muy reciente, con el análisis cuidadoso de más de 200 crannog que hay en las islas Hébridas, demuestra que son mucho más antiguos, están construidos por humanos de hace más de 5.000 años. Así que los ancestros de los escoceses e irlandeses enterraban a sus muertos en islotes artificiales en medio de lagos. Sólo se podía llegar desde tierra firme en barca o con una pasarela (todavía quedan restos en alguna, que se pueden distinguir desde una visión aérea).

Teniendo en cuenta estos precedentes, quizás no nos tendría que extrañar que esta costumbre todavía haya perdurado hasta nuestra época. En la zona de Glencoe (al noreste de Glasgow, dentro de las Highlands escocesas), hay una isla muy famosa, Eilean Munde (eilean, en gaélico, quiere decir "isla"). Esta isla en medio del Loch Leven (loch, en gaélico, quiere decir "lago"), es la isla donde al menos 6 clanes escoceses (entre los cuales, los Cameron, los MacDonald y los Stewart, muy conocidos en la zona) han enterrado a sus muertos hasta hace muy poco. Aunque entre estas familias ha habido batallas a muerte, la isla es un lugar de reposo eterno, y cada clan tenía su propio embarcadero. La gente tenía que llevar a enterrar a los muertos en barca, lo cual no era fácil, sobre todo si la familia tenía muchos miembros. Pero no se acaba aquí la magia de este lago y sus islas. Muy cerca de la isla del eterno reposo, está la isla de la Discordia (Eilean Comhairle), donde las personas que tenían un problema por resolver acudían. No sé exactamente si luchaban a muerte o intentaban encontrar un acuerdo, sea como sea, iban en barca (seguro que remar les apaciguaba un poco los ánimos) y tenían que intentar resolver el conflicto. Si llegaban a un pacto, entonces tenían que ir a otra isla, la isla del Pacto o Concordia (Eilean Bainne), donde tenían que sellar su pacto delante de testigos. En Escocia, durante muchos años, cualquier promesa en voz alta delante de testigos era un contrato de hecho, quizás porque no había mucha gente que supiera escribir. Incluso los matrimonios se consideraban sancionados y legales cuando se proferían los votos o se afirmaba el matrimonio delante de testigos. ¡Cuántas historias magníficas! ¡Cuántos guerreros de clanes orgullosos! ¡Cuánta épica! ¡Cuántos sueños enterrados!

Pues bien, no hablamos del neolítico ni de la época medieval, sino de costumbres que todavía hasta hace poco se practicaban, ya que el año 1972 se enterró la última persona en Eilean Munde. Actualmente, ya no queda suficiente suelo libre para enterrar a más gente, pero se puede visitar, y la gente de los clanes que tienen familiares enterrados van a menudo.

Es un lugar de paz. Pero también un lugar de honor y de afecto.