Esta alianza verbal entre Moscú y Pekín ha creado mucha desazón, no solo en medios políticos y militares. Con sus tropas  concentradas en Ucrania, Rusia ha revelado una verdad incómoda sobre la debilidad de los líderes occidentales.

Vladímir Putin asistió a los Juegos Olímpicos de invierno en un momento muy particular: las tensiones internacionales se han reforzado considerablemente, incitando en su caso a los dirigentes a cerrar filas frente al adversario común: Occidente y, en primer lugar, Estados Unidos.

El contexto está muy degradado: la guerra amenaza a Ucrania mientras en Asia y el Pacífico las amenazas de una conflagración por Taiwán y el Mar Meridional se mantienen latentes y persistentes.

Así que los dos presidentes espectadores de los Juegos decidieron firmar el 4 de febrero una declaración conjunta dispuesta a cambiarlo todo. La resumieron de forma rotunda: va contra "la ideología de guerra de la OTAN". Según ellos —y además anuncia nada menos que "una nueva era"—, acusando el papel "desestabilizador" de EE. UU. respecto a una "estabilidad y una paz equitativa" en el mundo. Por tanto, las dos capitales se declaran de partida "opuestos a toda ampliación de la OTAN".

Pero, a su vez, esto en el caso de China no supone un alineamiento ciego de Pekín bajo el ruido de las botas en Ucrania. Ni apoyar una invasión militar. Ucrania ni siquiera está presente en su programa común. China prefiere una solución diplomática. Pekín nunca apoyará a un ataque desde las estepas rusas que pudiera dañar la economía mundial, frenar el crecimiento chino y debilitar la posición de Xi Jinping ante el Congreso del Partido Comunista que se celebra en otoño, donde espera un tercer mandato.

Pekín nunca apoyará a un ataque desde las estepas rusas que pudiera dañar la economía mundial, frenar el crecimiento chino y debilitar la posición de Xi Jinping. Lo que China quiere es que la dejen comerciar e innovar tranquila sin inmiscuirse en asuntos de derechos humanos.

A corto plazo, en un escalón menor, han anunciado que reforzarían la cooperación energética ofreciendo un empuje a las exportaciones rusas de Gazprom y Rosfnet cuando Washington amenaza con aplicar nuevas sanciones. Pero China, cuyo PIB es diez veces mayor que el de Rusia, se ha guardado de ofrecer un paraguas en caso de represalias, eludiendo además el proyecto de construcción de una eventual arquitectura financiera fuera de la zona dólar

China no tiene una tradición expansionista. Pudo ser potencia marítima y dominar el mundo antes de 1492 y deliberadamente no lo quiso hacer. A Pekín le importa un comino el tema ideológico. Lo que China quiere es que la dejen comerciar e innovar tranquila sin inmiscuirse en asuntos de derechos humanos.

Pero, ciertamente, quiere algo más: Pekín quiere poner fin a la guerra civil iniciada —y ganada— por Mao en 1927-1949. Terminarla quiere decir, según ellos, recuperar la soberanía de Taiwán, tomar el control político de Hong Kong y apropiarse de lo que llama "el mar de China" en el Sudeste Asiático. Todo esto estuvo en la reunión del viernes 4 de febrero en Pekín. China quiere convertirse en la principal economía del mundo, pero una guerra con EE. UU. (que se está reforzando) no es conveniente para ninguno de los dos.

Pero dejando fuera extremismos, el acercamiento entre Pekín y Moscú, al margen de la pretensión de Putin de restaurar la Unión Soviética, a la que ve como la prolongación de la Rusia eterna, es mutuamente ventajosa. 

Moscú mejoraría la capacidad militar de China y su inmenso apetito de hidrocarburos. A su vez, Pekín ayudaría a Rusia amortiguando las sanciones económicas occidentales. Sus armadas hacen maniobras conjuntas y el comercio bilateral es elevado. Pero la desconfianza entre ambos también reina. Rusia es el primer deudor, con una deuda de 125.000 millones de dólares. Además, China podría subsanar el normal bajo perfil internacional ruso. Hay quienes piensan que Rusia no será un vasallo pero sí un seguidor de China. Ello le permitiría conservar sus influencias en su entorno histórico. Pero China no dará un paso hacia una alianza (Putin es visto como alguien impredecible) a corto plazo.

Por el otro lado del frente, Joe Biden, el presidente norteamericano, observa que sus índices de aprobación se desploman a pocos meses de las cruciales elecciones intermedias en EE. UU. Además, la inflación será difícil de dominar para la Reserva Federal porque los bancos centrales están retirando sus estímulos.

Y sin muchos estímulos nadie quiere ni puede cambiar todo de arriba abajo. Lo único que puede beneficiar a Rusia es apoyar un mundo multipolar donde los excesos parecen normales aunque sean ruidosos, al que se podrían sumar Irán y Corea del Norte, que espera que la reconozcan como Estado nuclear. En fin, hasta por ahí se puede llegar por esos barrios.