El reciente fracaso de  la cumbre del  G-7 (que reúne a los líderes de Estados Unidos,  Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Japón  y Canadá)  ha puesto punto final a la dirección y liderazgo de los países occidentales en la economía mundial. El fiasco del G-7 ha sido "deprimente" reconoció la canciller alemana Angela Merkel. Ahora,  la vara de mando pasa directamente a los bancos centrales, a quienes toca gestionar  el giro desde  una política  monetaria basada en estimular la actividad económica a otra más normal. La tarea no va a ser fácil.

En la última reunión del G-7, Donald Trump cruzó dos líneas rojas para algunos de los miembros del club: reclamó la incorporación de Rusia al grupo e impuso aranceles sobre el acero y el aluminio a sus viejos socios comerciales.

Canadá, país anfitrión de la reunión,  y Alemania fueron los que con más dureza afrontaron la negativa de Trump a firmar el comunicado final de las jornadas. De las filas canadienses salió el epíteto de "crápula de opereta" dirigido al inquilino de la Casa Blanca, desde donde se  indicó que Justin Trudeau  merece "una plaza en el infierno" por ser "deshonesto y débil". Para Alemania,las tasas impuestas por EEUU sobre el acero y el aluminio "son ilegales".

Un experto reconocido, Jim O´Neill,  ex director de análisis de la economía global  de Goldman Sachs e inventor del acrónimo BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica),  afirmó que el G-7 es "un artefacto, de una época pasada", ya que no tiene en cuenta las nuevas potencias emergentes. Y como ejemplo señaló  que "este mismo año, China superará a toda la zona euro".

Así, y dado que el G-20 es demasiado numeroso para encontrar un consenso, la  coordinación de los bancos centrales se ha hecho  poco menos que imprescindible.

Tras subir el miércoles los tipos de interés un 0,25%, al rango de 1,75% al 2%, el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, envió un mensaje de tranquilidad al afirmar que la economía americana "se está comportando muy bien, está en buena forma". "Hay  empleo, la gente encuentra trabajo y la inflación es baja". El crecimiento para este año será del 2,8% y en el ejercicio se aplicarán dos nuevas subidas de tipos.   "La inversión empresarial ha continuado aumentando con fuerza", subrayó Powell, lo que permite al banco eludir las incertidumbres sobre el comercio internacional. 

El jueves, el BCE prometió que mantendrá los tipos hasta al menos el verano de 2019, pero avisó de que pondrá fin al programa de compra de deuda el próximo mes de diciembre, concluyendo su política monetaria ultraexpansiva. 

Su presidente, Mario Draghi, dijo que "hemos tomado estas decisiones sabiendo que la economía está en una mejor situación, aunque con un aumento de la incertidumbre". Sobre el crecimiento, el BCE espera que en la zona euro sea del 2,1% en 2018 y del 1,9% en 2019.

En cualquier caso,  según el experto El Erian , ambos bancos han mostrado "una desviación notable respecto a  su enfoque pasado. La Reserva Federal no tomó medidas para reprimir la mayor volatilidad que se apoderó de los mercados financieros en febrero, y el BCE no ha hecho nada para contrarrestar la abrupta subida de las primas de riesgo provocada por los acontecimientos político en Italia en mayo". En resumen, vamos a una coyuntura que puede combinar una mayor tranquilidad con episodios que conlleven sobresaltos, tanto económicos como geoestratégicos y políticos.