Es curioso cómo en política los papeles se intercambian de un día para otro en función de las necesidades partidistas de quienes cortan el bacalao. No por interés del país ni por el bien de sus ciudadanos —aunque éstas sean las excusas que esgriman para justificar el cambio de posición a menudo tan repentino como inconsistente—, sino sencillamente porque al partido y a los dirigentes les conviene. Así se explica que, de repente, ahora salga ERC clamando por un frente común en Madrid con JxCat, cuando hasta antes de las elecciones españolas del 23 de julio lo había rechazado sistemáticamente. Pero el resultado de las urnas ha sido determinante para que el criterio haya dado la vuelta como un calcetín.

Las fricciones entre ERC y JxCat por si es mejor ir juntos que separados o viceversa se remontan a un montón de años atrás. De hecho, es a partir de que ERC deja de ser una formación testimonial y se ve capaz de disputar la hegemonía del espacio catalanista que empiezan los problemas. Y eso ocurre ya en tiempo primero de CiU y después de CDC sola, sobre todo del 2012 en adelante, cuando un Oriol Junqueras que recién comenzaba a sacar la nariz en la escena política catalana quería que el president de la Generalitat de la época, Artur Mas, convocara elecciones cuanto antes, convencido de que ERC, que había pasado página de los tripartitos, se encontraba en fase ascendente y podría hacer sombra a su principal rival que, contrariamente, había iniciado el descenso. La dinámica se acentuó especialmente una vez realizada la consulta sobre la independencia del 9 de noviembre de 2014 —el 9-N— y buena parte de razón tenía.

El líder entonces todavía de CiU puso como condición para volver a votar que las dos formaciones, la suya y ERC, debían presentarse juntas, en una única candidatura. Y hasta que el presidente de ERC no lo aceptó no se avino a convocarlas, y aun retrasándolas hasta el 27 de septiembre del 2015 en lugar de aprovechar el empuje que para el independentismo había significado el 9-N. La lista conjunta —Junts pel Sí (JxSí)— era la manera de disimular que CiU estaba en caída si no libre, casi. Pero el invento fue un fracaso, porque la que debía ser "la campaña de nuestras vidas" se saldó con un resultado muy alejado de la mayoría absoluta que dejaba a aquella coalición de circunstancias en manos de la CUP. A Artur Mas le salió el tiro por la culata, porque, además, acabó tirado a la papelera de la historia. A aquellas elecciones, en realidad, ya sólo había llegado CDC, que precisamente debido a la hoja de ruta independentista había roto con UDC, y que el 2016 se refundaría como PDeCAT y el 2017 se convertiría en JxCat.

Con el frente común ERC trata de impedir la imagen de JxCat como los duros y los buenos y la de ERC como los blandos y los malos y que los independentistas abstencionistas no les vuelvan a castigar más a ellos que a sus rivales

El mundo convergente y postconvergente, con independencia del nombre, intentó repetir la experiencia unas cuantas veces, pero sin éxito. ERC con una vez había tenido suficiente. El rifirrafe se mantuvo entre las dos partes, con victorias ajustadas para una u otra tanto en las elecciones catalanas como en las españolas. El equilibrio, sin embargo, se rompió cuando el 2019 ERC prácticamente dobló la representación de JxCat en el Congreso. A partir de ese momento los de Oriol Junqueras todavía quisieron saber menos de candidaturas conjuntas y frentes comunes, por mucho que Carles Puigdemont —el sustituto inesperado de Artur Mas— y los suyos continuaran apostando por ello. La disonancia llegó al punto culminante en los comicios catalanes del 2021, cuando ERC quedó por poco por delante de JxCat y le correspondió, por tanto, ocupar la presidencia de la Generalitat, que no ostentaba desde hacía ochenta años, Josep Tarradellas aparte. Y una de las condiciones que JxCat resucitó para formar gobierno fue, mira por dónde, la de formalizar un frente común en Madrid.

La respuesta de ERC fue invariablemente negativa. Pero he aquí que las recientes elecciones españolas han vuelto completamente las tornas. ERC ha perdido toda la ventaja que tenía sobre JxCat. Y no sólo eso, ha perdido también el protagonismo, porque desde la noche misma del 23 de julio todo el universo político catalán y español ha otorgado al partido de Carles Puigdemont la condición de fuerza decisiva para la elección del nuevo presidente español, mientras que la formación de Oriol Junqueras, pese a tener los mismos diputados e incluso unos cuantos votos más, se ha visto relegada a un papel secundario. El convencimiento generalizado es que volverá a facilitar la investidura de Pedro Sánchez, y a cambio de no gran cosa o directamente de nada, y eso la sitúa en una clara posición de inferioridad. Es por este motivo que ha salido al contraataque y ahora pregona lo que hace cuatro días repudiaba, como si se tratara de la cosa más natural del mundo.

A ERC, de hecho, le ha faltado tiempo para abanderar la conveniencia, ahora sí, de hacer un frente común en Madrid con JxCat y la necesidad de construir incluso un "acuerdo estratégico" y, a partir de aquí, reivindicar que los diputados decisivos son los catorce que tienen el conjunto de las dos fuerzas y no sólo los siete de una de ellas. Todo ello en un intento de volver a disfrutar, por un lado, de un mínimo de relevancia y de evitar, por otro, que las elecciones se tengan que repetir. No deja de ser, por tanto, un movimiento para presionar a JxCat para que invista al líder del PSOE y al mismo tiempo para intentar salvar los muebles de su casa haciendo ver que ellos pueden ser igualmente tan partidarios de la confrontación como los demás. Eso, cuando menos, es lo que ya ha intentado poner en práctica en la primera parte de la negociación, la de la composición de la mesa del Congreso. Dicho de otra manera, se trata de impedir la imagen de JxCat como los duros y los buenos y la de ERC como los blandos y los malos y que los independentistas abstencionistas —con quienes por ahora tiene perdido el pulso— no les vuelvan a castigar más a ellos que a sus rivales.

Y es que la advertencia de la número dos de ERC, Marta Rovira, de que "no investir a Pedro Sánchez tendría consecuencias nefastas" es en el fondo, más allá de excusas que si Catalunya ha dicho o ha dejado de decir de la extrema derecha, un grito de alerta en clave interna, porque si los comicios se tienen que volver a celebrar, sabe que el partido perderá hasta la camisa y que esto, unido al golpe del 23 de julio y antes al de las elecciones municipales del 28 de mayo, a saber qué consecuencias tendrá. De momento, sea como sea, en ERC pintan bastos.