La enésima polémica lingüística, esta vez, la han provocado unas declaraciones de Mushkaa —la cantante Irma Farelo—. Me ha hecho pensar en los que, asumiendo que cantar en catalán es una posición política, se llevan un desengaño cuando descubren la verdadera posición política sobre la lengua de los artistas que cantan en catalán. Salvando las distancias, el revuelo en torno a Mushkaa es como el de la entrevista a The Tyets de ahora hace un año. Afirmaban: "Escuchas música para divertirte. Si te quieres politizar, lee un libro o escucha podcasts de geopolítica". El dúo asumía que cantar en catalán no parte de una politización previa o no debería. Este lunes, Antoni Infante decía: "Hemos hecho demasiados esfuerzos para no politizar la lengua, con el objetivo de que no la politizara el enemigo. No lo hemos conseguido y el enemigo de todos modos la ha politizado en nuestra contra". En un contexto de emergencia nacional, ser catalanohablante se ha convertido en una militancia.

Los que con su música rompen tópicos sobre la lengua —que en catalán no se puede hacer urban, por ejemplo— deshacen su propio trabajo cuando se les da la oportunidad de explicar los motivos

Cada disputa sobre el uso de la lengua catalana en la que hay un artista implicado trabaja sobre la misma disyuntiva: creer que pedirles conciencia lingüística es contraproducente, porque es una responsabilidad que no les corresponde, a pesar de cantar en catalán; y recriminarles que si cantar en catalán es una posición política —hoy ya no puede dejar de serlo—, el discurso del artista no tendría que apoyar los tópicos españolistas. Que lo haga es, de hecho, una incoherencia, y me parece que eso es lo que generalmente se les reprocha. Esta es la causa de la efervescencia con la que se enciende el debate: vemos que los que con su música rompen tópicos sobre la lengua —que en catalán no se puede hacer urban, por ejemplo— deshacen su propio trabajo cuando se les da la oportunidad de explicar los motivos. Sin ánimo de ofender a nadie, es un debate endémico que arraiga en la desesperación de los catalanohablantes, que cada día nos sentimos un poco más desamparados.

En un país en conflicto, mezclar catalán y castellano, o abandonar el catalán poco a poco a medida que la fama te acaricia, no es una posición equidistante

Las declaraciones de Mushkaa tocan hueso porque cambian las lógicas lingüísticas del poder como siempre se ha encargado de hacerlo el españolismo más rancio. Enseguida me vino a la cabeza otra entrevista donde decía: "Alguien ha hecho mal las cosas si yo, con diecinueve años, tengo que salvar el catalán". Este tipo de debates se urden sobre disyuntivas que quieren parecer contradictorias y que no lo son. ¿Es cierto que la desesperación del catalanohablante hace que elevemos a la categoría de héroe de la lengua a quien de entrada hace música en catalán, aunque solo esté añadiendo un audio de su abuela en una pieza? Quizás sí. ¿Es cierto que, por el hecho de que no sean catalanófobos declarados, y en un contexto de politización del catalán, proyectemos una firmeza en las convicciones lingüísticas que podría no ser la que tienen en realidad? A cada polémica se demuestra que sí. Ahora bien, que todo eso sea cierto no impide que la falta de conciencia lingüística acabe remando a favor del castellano. En un país en conflicto, mezclar catalán y castellano, o abandonar el catalán poco a poco a medida que la fama te acaricia, no es una posición equidistante. El corte de Mushkaa ha tomado importancia porque ejemplariza la inconsciencia de quien, aunque parece comprender el panorama lingüístico del país, se allana el terreno con un discurso aparentemente indefenso, pero hecho con la voluntad de excusar sus decisiones cuando llegue el momento.

Mushkaa es un patrón que se repite: el dilema sobre el mercado lingüístico en catalán y en castellano que haría de hilo conductor de los referentes musicales del país desde la muerte de Franco

No es un problema genérico de quien canta en catalán, que no se me malinterprete. Gracias a Dios, el país está lleno de artistas a quienes nunca les pillarán un corte como el de Mushkaa. Ella es un patrón que se repite. Encarna el dilema sobre el mercado lingüístico en catalán y en castellano que podría hacer de hilo conductor de los referentes musicales del país desde la muerte de Franco. El catalán trabaja sobre unos márgenes de actuación tan acotados, que descubrir que quien los amplía artísticamente, los constriñe ideológicamente, deja a los catalanohablantes en cortocircuito. Si todo el mundo pensara como Mushkaa, dentro de veinte años no habría Mushkaas. La cosa se ha encendido por la desesperación con que los catalanes necesitan referentes para dejar de sentirse a la intemperie a raíz de la incapacidad política —y de la falta de voluntad— para rearmarse lingüísticamente desde dentro y fuera de la autonomía. Pero también a raíz del cinismo con que algunos pretenden hacer ver que no juegan el juego de la lengua y, en realidad, juegan en contra. El primer factor no sirve ni servirá nunca de eximente del segundo. Al contrario: amparado en la neutralidad, el españolismo sociológico está tan extendido, que las declaraciones de Mushkaa no hacen más que profundizar el desespero y empeorar la situación. De vez en cuando todavía pienso en Alizz, aquel crío que quería ser subversivo y underground comprando el marco ideológico de lo charnego. No hay discurso transgresor para quien aprovecha la fama para disparar contra la lengua minorizada, chicos, aunque quien lo haga se revista de simpatía y neutralidad. Y no me sabe mal.