Las enfermeras somos las discretas acompañantes del ciclo vital de todas las personas. Ayudamos a las madres a dar a luz; acompañamos a los adolescentes en todo momento, así como en la superación de adicciones; cuidamos a nuestros mayores o velamos por el bienestar de las personas que afrontan enfermedades con un pronóstico fatal.

Las enfermeras estamos en muchos lugares, algo que no debe sorprender, teniendo en cuenta que somos las profesionales sanitarias con titulación más numerosas del país y del Estado. Pero, desgraciadamente, no estamos donde también deberíamos estar: en los espacios donde se toman decisiones que inciden directamente en la gestión y la calidad del sistema de salud.

En los últimos tiempos, las enfermeras hemos borrado los límites de nuestras funciones, dejando atrás la tradicional perspectiva de la enfermera que ofrece únicamente la asistencia directa a los usuarios, y consolidándonos como elemento transformador de un sistema sanitario que pide mejoras a voces. Ante esto, ¿cómo puede ser que las enfermeras seamos las profesionales más invisibilizadas del sistema de salud?

Según un estudio realizado por el Consejo General de Enfermería (CGE) —en el que se integra el Colegio Oficial de Enfermeras y Enfermeros de Barcelona (COIB) y la Asociación Nacional de Directivos de Enfermería (ANDE)—, Catalunya se sitúa en la cola del Estado en cuanto a la presencia de enfermeras en posiciones políticas y estratégicas. Aunque las enfermeras disponemos de liderazgo en cargos de gestión en los centros y áreas de salud, esta presencia todavía no se ve trasladada a los puestos políticos de decisión; somos casi inexistentes. En consecuencia, esta carencia repercute directamente en la calidad de las políticas públicas de salud.

Tanto a nivel español como internacional, las enfermeras también se encuentran infrarrepresentadas en cargos de poder y toma de decisiones. De acuerdo con un informe del Consejo Internacional de Enfermeras (ICN), muchos países no tienen una Chief Nursing Officer (CNO) en su gobierno; una figura clave para influir en las políticas de salud. Además, es poco común encontrar a enfermeras que ocupen cargos como ministros de salud o primeras ministras; aunque existen excepciones notables como la ministra de salud de Canadá, Kamal Khera.

Nadie que ha tratado con una enfermera osa cuestionar nuestra profesionalidad, preparación y competencia. ¿Dónde radica, entonces, el prejuicio que nos condena al ostracismo y a la falta de influencia? Dos posibles explicaciones que podrían rodear la problemática son de carácter social. La primera y más grave es nuestro techo de cristal. Con un sistema de salud donde el 75% de los profesionales son mujeres, pero solo el 37% ocupan puestos de máxima responsabilidad, la desigualdad de género es un hecho innegable. Tal y como defiende la OMS, desde el COIB también apostamos por incidir en la percepción social de la enfermería, y que esta sea vista como una profesión atractiva, estimulante y con potencial para los jóvenes.

La persistencia en las brechas salariales, derivadas de la discriminación de género, desvirtúa el valor social de la profesión de enfermera y dificulta que la juventud la considere una vía profesional con proyección. En este punto, cabe recordar que, de acuerdo con el CCIIC, Catalunya necesita, al menos, 20.000 enfermeras (esto es un tercio de las actuales) para situarnos a niveles europeos y dar respuesta así a los retos de futuro que tenemos por delante, como son el incremento de la esperanza de vida, la cronificación de las enfermedades o la sostenibilidad del sistema.

Cuesta entender que las enfermeras catalanas seamos internacionalmente reconocidas y que, en nuestra casa, sigamos sin serlo

Por otro lado, también tenemos que abordar una ingrata realidad: la percepción de que las enfermeras solo somos aptas para unas determinadas funciones. En Catalunya, tanto las universidades públicas como las privadas ofrecen grados en enfermería que incluyen asignaturas relacionadas con la gestión sanitaria. Cuesta entender que las enfermeras catalanas seamos internacionalmente reconocidas y que, en nuestra casa, sigamos sin serlo. Por poner un ejemplo, en el Comité de Evaluación, Innovación, Reforma Operativa del Sistema de Salud (CAIROS), órgano asesor que impulsa y acompaña técnicamente el proceso de desarrollo de las actuaciones establecidas, solo hay una enfermera de los once profesionales que lo integran.

Con esta óptica tan reduccionista de la enfermería, resulta ciencia ficción que podamos construir el sistema de salud que la ciudadanía merece y necesita. Para alcanzar este objetivo, es necesario eliminar barreras estructurales y culturales que todavía persisten en casi todos los niveles de la Administración pública. Las enfermeras estamos destinadas a tener un rol determinante en el futuro de la gestión sanitaria; lo dicen claramente instituciones como el Consejo Internacional de Enfermeras (ICN): las enfermeras, por su proximidad a las personas y a sus familias o personas cuidadoras, tienen que poder participar activamente en la toma de decisiones en materia de salud a todos los niveles. Y es responsabilidad colectiva, institucional y política garantizar que esto sea una realidad. Es necesario que nuestros gobernantes entiendan que, si hay enfermeras, hay salud.