La ruptura entre Junts y el PSOE no es solo un episodio más del fatigado ciclo político catalán: es la constatación de un final de etapa, que trasciende al propio Junts y que cierra una salida teórica (mucho más teórica que real) al conflicto. Junts no tenía alternativa: el hilo del diálogo con el gobierno español se ha ido adelgazando hasta romperse por el peso de los incumplimientos constantes, por la falta de credibilidad y por la sensación de que el “mientras tanto” se había convertido en una estrategia en sí misma. Era moralmente insostenible seguir alargando una relación que solo servía para mantener una retórica sin resultados.
Al mismo tiempo, condicionar al PSOE le había proporcionado a Junts una narrativa de legislatura: la de un partido determinante, capaz de obtener cesiones e imponer agenda desde la periferia. Ese papel, tan incómodo como valioso, permitía justificar cierta “utilidad” del voto independentista en Madrid. Pero el relato se ha agotado. Cuando la otra parte incumple de forma sistemática, cuando la palabra dada se convierte en moneda falsa, la influencia se transforma en comparsa. Y eso, para un partido como Junts, que teóricamente vive del nervio soberanista y de la autoestima nacional, es letal.
Ahora empieza la parte difícil: encontrar un relato propio. Todo ello, como digo, trasciende a Junts porque tiene que ver con las secuelas de 2017 y con el nuevo libro que ahora se abre. Pero ahora, sin Madrid como espejo ni como excusa, Junts debe mirarse a sí mismo y al país. “Catalunya endins”, diría Pujols. Junts debe acercarse a las preocupaciones de casa, de la ciudadanía catalana, tanto si puede resolverlas legislativamente en Madrid como si no. Las angustias que han hecho crecer a Aliança Catalana tienen un fundamento real, aunque sus soluciones puedan ser nefastas. Hay que escuchar el miedo al futuro, la inseguridad, la sensación de desprotección y de desarraigo, pero ofreciendo respuestas liberales, políticamente modernas, democráticamente impecables y cívicamente inclusivas.
Cuando la otra parte incumple de forma sistemática, la influencia se transforma en comparsa
La famosa “mayoría plurinacional” de Iván Redondo nunca existió. “La España plurinacional no existe”, deberíamos repetirnos, como aquel mosso al manifestante en referencia a la República catalana. Por eso creo que la denuncia que debería hacer Junts de ello tendría que ser más fuerte. Más ruidosa. Veremos cómo resiste ERC la decepción con la propuesta de financiación, pero diría que también tiene un destino poco halagador. Cuando el procés fracasó, fue el turno de los del diálogo, los moderados, los que iban a construir un “camino intermedio”. Me pareció justo: veamos qué saben hacer, me decía. Pero ahora han fracasado estos últimos. Por tanto, ¿cuál es el siguiente capítulo?
El procés terminó por agotamiento; el diálogo, por ingenuidad. ¿Qué viene después? ¿Qué ocurre cuando un “pacto de San Sebastián” moderno (ese tipo de pacto entre naciones para hacer viable un proyecto estatal compartido) se rompe? ¿Qué ocurre cuando se descubre que todo solo obedecía a acompañar el relato del PSOE frente al “auge de la extrema derecha”? La respuesta no puede ser ni el regreso a la ingenuidad del pasado ni la resignación. Hace falta un nuevo pacto de obediencia catalana, nacido de la conciencia de que solo desde la lealtad entre nosotros mismos se puede avanzar.
Recordemos de dónde veníamos: una legislatura de mayoría absoluta independentista. Con todos sus defectos, pero era la “legislatura del 52%”. No es nostalgia: es un dato político. Y, lamentablemente, fue una legislatura perdida. La conclusión es que el sistema catalán solo puede recuperar sentido si sus instituciones vuelven a responder a su propia soberanía moral. ¿Junts?, ¿ERC?, ¿Una plataforma única? No lo sé. Pero el gran reto es que las instituciones catalanas vuelvan a manos del independentismo, no como consigna, sino como punto de partida democrático: el país no puede estar en manos de quienes se manifestaban junto a Vox, Illa incluido. Aquellos que no tienen problema en pactar con el PP la alcaldía de la capital del país. Aquellos que, ahora, nos dicen que cuidado, que viene la bestia.
Solo si se reconstruye esa base, un nuevo independentismo de Estado, con estrategia y disciplina, podrá plantearse un avance real. La futura nueva ola independentista, cuando llegue, deberá hacerlo con una madurez que en Quebec ya empieza a repetirse: es decir, sabiendo que no puede volver a fallar. Que ha aprendido algo, que ha sabido renovarse de arriba abajo y que ya conoce los caminos que no llevan a ninguna parte.