Y no solo eso: "Habéis despertado a la bestia", nos dijeron. La reacción del sector comunaire de la política catalana ante los abusos sufridos por los independentistas a raíz del procés fue de una condescendencia insoportable, un constante "me pilla lejos", una rabia indisimulada por la falta de protagonismo que un referéndum de independencia otorgaba a sus formaciones (que ya desde el 15-M y las acampadas en la plaza Catalunya creían que se llevarían la primacía de todos los debates). Pues bien: Ada Colau ha vuelto de Gaza, tras la detención de la llamada flotilla y con algunos supuestos (y probables) abusos, y no se me pasaría por la cabeza limitarme a exclamar "¡Qué desastre! ¡Qué mal todo!", o "Habéis despertado a la bestia", o menos aún "me pilla lejos". Nos pilla a todos, geográficamente hablando, dicho sea de paso.

No creo que haya muchos políticos o articulistas capaces de argumentar jurídicamente por qué lo que sucede en Gaza es un genocidio (para eso están los expertos). Pero sí hay políticos y articulistas capaces de parar máquinas cuando buena parte de la comunidad internacional así lo considera, y cuando los expertos de la ONU coinciden en ello. Es una cuestión de tacto, de sensibilidad, de atención básica. Tal vez estos hechos no sean motivos suficientes para formarse un criterio objetivo sobre la cuestión, porque aún no hay sentencias o porque es una zona gris y todavía muy opinable, pero sí son motivo suficiente, al menos, para observarlo sin prejuicios y con respeto. Y moverse tanto del sofá como de los apriorismos de siempre: algo ha cambiado. El independentismo sabrá lo que hace, pero estar ausente de los grandes debates internacionales lo hace aún más invisible de lo que ya se ha vuelto. Por eso me gustó que, detrás de Ada Colau en su comparecencia ante los medios en el aeropuerto de El Prat, dos personas desplegaran dos esteladas: una roja y una azul, para mayor precisión y diversidad. El independentismo, aunque solo fuera a nivel gráfico, tenía algo que decir.

El independentismo demuestra que está vivo si entra, también, en debates que no son el suyo

Se pueden reconocer a Israel todas las razones que tiene para responder a los ataques que recibe, pero al mismo tiempo se puede (y se tiene el deber moral de) abrir al menos un interrogante cuando esa defensa hace levantarse de la silla a tres cuartas partes de la Asamblea de las Naciones Unidas. Se puede simpatizar con la causa israelí, por supuesto que sí, y al mismo tiempo dedicar unas semanas de mayor atención a los probables excesos que en nombre de esa causa puedan estar cometiéndose. Ambos bandos, en sus extremos, parecen ciegos y sordos. ¿"Genocidio" son palabras mayores? Claro: precisamente por eso ahora el tema requiere una mirada atenta y empática. Europa se mostró indiferente al proceso independentista hasta las hostias del 1-O, hasta las "palabras mayores", y por eso tantos decimos que habría que haber aguantado una vez pasado el referéndum: la comunidad internacional debía pronunciarse tarde o temprano. Ahora, que existe un conflicto mucho más cruel y doloroso al otro lado del Mediterráneo, no mojarse equivale a decir que no quieres tener un papel en la comunidad internacional. Tú, el que decía ser una nación sin Estado (y, por tanto, sin voz).

El independentismo demuestra que está vivo si entra, también, en debates que no son el suyo. A mí no me gusta entrar en este debate, como es visible. Nada. Creo que hacerlo obliga a enfrentarse con prejuicios, politizaciones domésticas absurdas, competiciones de buenos y malos, banalizaciones y frivolidades, demagogia de consumo interno e incluso narcisismos patológicos. Pero guste o no, ahora en el mundo quien habla es Greta Thunberg. El resto de micrófonos, por unos días y si se ha fijado, están mudos. Tú, como movimiento, decides si en este contexto quieres existir o bien volatilizarte sólo porque estás adormecido o porque (ay) la cosa "te queda lejos".

Dicho esto: el gran problema del independentismo, hoy, es que los debates son otros. Se habrá hecho todo muy mal —o la atmósfera debe de ser altamente desfavorable—, pero el caso es que ahora los jóvenes se preguntan o bien por la inmigración o bien por Palestina. Yo creo que la ola sobre la cuestión nacional catalana volverá, y con fuerza, cuando se pongan en evidencia las fragilidades del gobernador Illa y su pulsión discretamente autoritaria. Pero mientras tanto, si se quiere echar un vistazo al termostato, los mapas del tiempo dicen huracán en Palestina y DANA con los inmigrantes. Y ya está. Bueno, y también una considerable granizada en el tema de la vivienda, sobre el cual Illa nunca había dicho esta boca es mía. Ada Colau, por cierto, también hacía de ello su principal bandera. Lo que pasa es que lo empeoró notablemente. Esperemos que no acabe empeorando la causa por la que zarpó la flotilla.