La eurodiputada y consellera exiliada Clara Ponsatí ha aprovechado su regreso, detención y puesta en libertad en Catalunya para, entre otras cosas, anunciar que se abstendrá en las próximas elecciones municipales, en concreto, en Barcelona, porque no le gusta ninguno de los candidatos. El mensaje, viniendo de un icono del independentismo que algunos, despectivamente, llaman nosurrender, es significativo, cuando menos, por dos o tres cosas que conectan más de lo que parece los comicios locales del próximo 28 de mayo con las elecciones al Parlament, aunque estas tanto podrían celebrarse dentro de 1 año, detrás de las municipales y generales de diciembre, como en el 2025 si ERC consigue aguantar la silla de Pere Aragonès. El president maneja presupuestos otorgados —por el PSC de Salvador Illa— pero prácticamente solo puede gobernar por decreto, como una especie de alcalde mayor de Catalunya, dada la minoría absoluta de su partido en el Parlament y la evidente falta de cintura para alcanzar consensos, como demuestra el fracaso del viernes pasado en la cumbre contra la sequía. El PSC volvió a ganar puntos de cara a las municipales al abanderar la oposición de los ayuntamientos a las sanciones por incumplimiento de las restricciones al consumo.

Pero volvamos a Ponsatí. La afirmación de la consellera de Ensenyament del 1 de Octubre es relevante porque pone cara a la desafección independentista postprocés y nos viene a decir que, hoy por hoy, el cuarto partido del independentismo como reacción de la base del movimiento, o, por lo menos, de su núcleo más duro o comprometido, frente al supuesto engaño o inacción de Junts, ERC y la CUP —la, a mi juicio, fantasía de la “implementación” del mandato del 1-O por las buenas o por las (muy) malas— sigue latente y aspira a concentrar la abstención indepe en las próximas elecciones municipales. Cuidado. Ya en las últimas elecciones al Parlament, las del 2021, hubo más de 700.000 votantes independentistas que se quedaron en casa, cosa que dejó a la famosa mayoría parlamentaria del 52% con bastante poco músculo en cuanto a voto popular, y acabó por ampliar la fisura ya muy profunda entre los dos principales actores del movimiento: el Govern-Parlament, la institución, y las entidades soberanistas y los militantes de base, es decir, la calle. Ese telón de fondo de cabreo indepe y decepción que señala a los partidos independentistas como traidores o cobardes (botiflers) explica también que fuese tan difícil constituir el gobierno independentista ERC-Junts y, a la postre, tan fácil romperlo, una vez quedó certificado que su objetivo real no era reactivar el procés o descongelar la independencia sino, a lo sumo, diferir su (teórica) ejecución y administrar como se pueda el día a día neoautonómico.

También nos dice el mensaje de Ponsatí que, por decisión de los jueces españoles y/o como consecuencia de la reforma del código penal Sánchez-Junqueras, ese cuarto partido o espacio identificable con el indepe emprenyat, es más fácil que pudiera liderarlo en unas elecciones catalanas ella misma que no la aún presidenta suspendida del Parlament, Laura Borràs. Ponsatí, al haber desaparecido la sedición, solo debe responder de un delito de desobediencia. Por eso mismo, aunque fuera detenida por los Mossos durante unas horas en Barcelona, lo que constituye obviamente una flagrante violación de su inmunidad como eurodiputada, no fue conducida a Madrid el otro día. Mucho más difícil lo tiene Borràs quien, después de haber sido condenada por el TSJC por los contratos fraccionados de la ILC con una pena estratosférica, debería ser indultada de los 4 años de prisión impuestos, como pide el propio tribunal al Gobierno, y ver muy reducida la de inhabilitación, 13 años, la misma pena que el Supremo decidió mantener a Junqueras cerrándole así el paso a un retorno como candidato a la Generalitat a medio plazo.

Ponsatí no va a votar a Xavier Trias pero tampoco contra él —se desprende— lo cual no es poca cosa y puede acabar beneficiándole: si el 'indepe emprenyat' se moviera en contra, podría hundirle

A todo esto, y volviendo al principio, ya sabemos que Ponsatí no va a votar a ninguno de los candidatos de Barcelona, lo cual quiere decir que no va a votar a Xavier Trias, el exalcalde y abanderado de la transformación de Junts en una nueva Convergència, y que es quien en teoría debería votar la consellera exiliada, pero tampoco en contra de él —se desprende—, lo cual no es poca cosa y puede acabar beneficiándole: si el indepe emprenyat se moviera en contra, podría hundirle. De la misma manera, cuanto más tache de "convergente" a Trias ese sector, más opciones tendrá el candidato de Junts de ganar apoyos en el electorado no independentista o más moderado. Quizás por eso, incluso ERC —por lo menos algunos de sus principales líderes— han dejado de referirse despectivamente a Junts como "Convergència". Veámoslo.

El volumen del voto indepe en Barcelona no es ninguna tontería. En las elecciones al Parlament del 2017, las convocadas por Mariano Rajoy con el 155, ERC, Junts y la CUP —por este orden— sumaron 419.1185 votos en la capital catalana, el 55,76% de los sufragios que algunos invocan como umbral mínimo de síes en un teórico nuevo referéndum de independencia para que el resultado sea reconocido internacionalmente. En cambio, en las elecciones al Parlament del 2021, el independentismo descendió en Barcelona a 292.237 votos y un 46,74% (ERC, Junts, CUP, PDeCAT, PNC y FNC), es decir, se dejó en casa 126.000 sufragios. Pues bien: ¿adivinan cuántos votos sumaron, ahora sí, en las municipales del 2019 y el 2015 los partidos del espacio independentista/soberanista? En las del 2015, CiU, ERC y la CUP, 288.458; y en las del 2019, ERC, Junts, la CUP i Primàries, 298.040. Ahí está el suelo firme. Esa ha sido la bolsa de electores de partidos independentistas, entre los 267.000 y 298.000 electores que siempre han votado en las últimas elecciones municipales y catalanas en la ciudad de Barcelona. Redondeando, unos 300.000 votan y 100.000 se quedan en casa en las municipales.

No quisiera marearles con cifras, pero, para más casualidad, en las municipales del 2015 y 2019, CiU/Junts y ERC prácticamente intercambiaron el volumen de sus electores. En el 2015, CiU —que perdió por la mínima con Trias frente a Ada Colau— cosechó 159.000 sufragios y ERC, 77.120. En las del 2019, ERC —que ganó con Ernest Maragall— reunió 161.189, y Junts, 79.280. Ergo claro que Trias y Maragall también necesitan el voto indepe, el que siempre vota, aunque no sea para hacer la independencia —y lo subrayo— si quieren tener opciones de ganar las elecciones y la alcaldía. Trias y Maragall necesitan mantener el indepe que siempre vota partidos indepes y necesitan que el indepe emprenyat que votaría a Ponsatí se quede en casa. De lo contrario, pueden ir ambos al desastre. En el 2019, cuando asomó en las municipales la cuarta lista indepe, Primarias, Maragall concentró al independentista resignado y ganó, pero no obtuvo la alcaldía; y Junts se precipitó a los infiernos de la irrelevancia. Ambos necesitan, ciertamente, que el voto Ponsatí no vote —lo que sea—.