Una de las grandes mentiras en que se sustenta el discurso del populismo de derechas más o menos extremo es la afirmación que de la inmigración no se habla. Que los políticos de turno han colocado un velo espeso y opaco sobre el hecho migratorio para que no se hable de él, como si este fuera uno de aquellos males, que, como se dice en catalán, no volen soroll, o, sencillamente, porque los deja con las vergüenzas al aire. La realidad, empero, es que casi no se habla de nada más. Ahora mismo, la cuestión de la inmigración está en el núcleo de la agenda política catalana, española, europea y mundial.  En una semana hemos visto cómo el Congreso de los Diputados tumbaba el traspaso de competencias en inmigración a la Generalitat de Catalunya gracias a la pinza entre extrema izquierda (Podemos), derecha extrema (PP) y extrema derecha (Vox), y, este domingo, Alberto Núñez Feijóo presentaba en Murcia la propuesta sobre inmigración del PP —un visado por puntos y prioridad a los de "cultura próxima", es decir, a los latinoamericanos— con la que los populares intentarán restañar la sangría de votos que sufren hacia Vox.

Los ultras dirán que, en todo caso, ahora sí que se habla, de la siempre sospechosa inmigración, porque los partidos del sistema se han dado cuenta, ya con el agua al cuello, que la situación en muchos barrios y entornos degradados es insostenible. Y porque son ellos, los partidos antiinmigración, islamófobos, o identitarios, los que les han forzado a hablar. Quiere decir eso que, una vez conseguido el objetivo, que se hable de la inmigración y todo lo que se le asocia, es decir, de inseguridad ciudadana, sustitución demográfica y cultural, escalada de precios de la vivienda de compra o alquiler, estancamiento de los sueldos..., los ultras desaparecerán de la escena porque finalmente los gobiernos y los partidos convencionales se habrán puesto manos a la obra? La respuesta parece evidente. No habrá solución hasta que se pongan ellos, Orriols o Abascal, porque los otros, el PP, o Junts, o ERC o el PSC, solo se ponen por miedo de perder votos. Lo mismo da que AC o Vox aspiren a lo mismo que los otros partidos: a que la gente los vote para poder mandar. Ellos son otra cosa porque son los primeros que hablaron del tema. Y eso los inviste de un aura y una misión poco menos que providencial. Lo  mismo da que lo tengan todo por demostrar. Incluso, allí donde ya gobiernan, como Ripoll, donde la alcaldesa y presidenta de AC, Sílvia Orriols, incumple su programa al seguir empadronando inmigrantes y manteniendo la mezquita abierta. A la vez que mantiene la rojigualda en el balcón consistorial.

Las extremas derechas ya han ganado porque los demócratas se han dejar robar el concepto de "progreso", ahora redefinido como lo contrario a "inmigrante", a "moro", a "negro"... Este relato prescribe que hoy, el progreso está en peligro no porque venga un nuevo Hitler o un nuevo Franco sino porque hay demasiada inmigración que tercermundiza el país o amenaza la cultura, la lengua y las libertades, ya sea de la mujer (velo islámico) o de todos. He ahí el nuevo marco ganador. En el mismo viaje, los partidos del stablishment han cedido a los extremistas la representación del "pueblo" y la idea de "libertad". Orriols o Abascal son "el pueblo" contra Salvador Illa y los processistes o contra Sánchez y Feijóo, como los revolucionarios de 1789 se erigieron en "la nación" para derrocar el antiguo régimen, la tiranía. Por eso, muchos simpatizantes de Aliança Catalana, que, además, son independentistas, y antiguos votantes de Junts y/o de ERC, se enfadan cuando les dicen que son de ultraderecha, o fascistas, o nazis. Por eso Orriols incluso utiliza el concepto de "la casta", proveniente del populismo de izquierdas de Podemos, para referirse a los partidos convencionales. Así, Orriols se crece en el papel de princesa del pueblo harto de políticos día tras día, entrevista tras entrevista, intervención en el Parlament tras intervención en el Parlament y debate tras debate televisivo.

La también diputada puede ejercer como antisistema porque ha conectado el presente con la idea crepuscular que "solo el pueblo salva al pueblo", la profecía autocumplida con que una parte del independentismo frustrado, el de la "revolta d'Urquinaona", intentó resucitar el procés por la vía de la confrontación anti-represiva en la calle. "Solo el pueblo salva al pueblo". Una idea forjada a medias entre la impotencia profunda del país siempre derrotado y el revanchismo antiélites como solución. Porque, quién más del pueblo que ella —sufrida madre trabajadora de cinco hijos, política amateur surgida de la nada, y, sobre todo, catalana de pura cepa en la Catalunya catalana (en regresión, según ella, ante la invasión islàmica)—, para postularse como "salvadora de Catalunya"?. La gran victoria de la extrema derecha es que no es de extrema derecha. Es decir, que no es percibida como tal, empezando por la mayoría de quienes la siguen o la justifican o ambas cosas a la vez.

Las extremas derechas ya han ganado porque los demócratas se han dejado robar el concepto de "progreso", ahora redefinido como lo contrario a "inmigrante"

Ahora bien. Cuando el viento gira, como vaticinan las encuestas y las sobremesas, gira para todos. Atención, porque cuando se anima al pueblo a sublevarse contra el poder es todo el sistema el que, a medio plazo, se asusta, se tambalea o peligra. Solo hay que recordar qué pasó con los bancos y las empresas que se exiliaron durante el procés. Las nuevas hegemonías culturales, y por eso, políticas, cuando se imponen, se imponen para todo el mundo. Los mensajes de AC fustigan hábilmente los políticos "de la pagueta" pero también se podrían girar contra los propietarios de las fábricas de fuet del Eix Transversal, a rebosar de mano de obra inmigrante. O contra las patronos de las grandes cadenas hoteleras. Por eso Orriols, que se lo ha visto venir, defiende el turismo, en buena parte responsable directo de haber desfigurado los paisajes de la Catalunya de hace sesenta años por la cual lloran o dicen llorar tantos seguidores suyos en las redes sociales. O por eso Feijóo busca la centralidad entre las fronteras abiertas para todo el mundo y las regularizaciones masivas que propugna la izquierda podemita y las expulsiones de 8 millones de personas que reclama Vox. Por eso, Feijóo, propone una inmigración por puntos y proximidad cultural, es decir, que hable español. No vaya a ser que mañana no haya nadie para recoger los melones de Torre Pacheco. O para destripar cerdos en los mataderos de Vic.