Cuando ya avanzaba agosto, empezando las vacaciones, me trasladé a ese Orán alucinante que describe Albert Camus en La peste, un clásico oportunamente reeditado por Edhasa: las coincidencias entre la ficción pretérita y la realidad presente son tantas que, en algunos pasajes, el relato daba escalofríos en plena siesta. Quise evadirme y, aprovechando unos días en Llafranc, en la Costa Brava más planiana, me embarqué con Rafel Nadal en su Mar d’estiu. Una memoria mediterrània (Enciclopèdia), un relato que acompaña y hace soñar mecido por las olas de nuestro mar, como las barcas que se ven sobre las aguas cristalinas desde los recodos de esos increíbles caminos de ronda que serpentean los acantilados entre pinos y alcornoques vencidos por la tramontana.

Y de repente, las primeras tormentas de septiembre me llevaron a las profundidades del África ecuatorial, al río Congo, con el clásico de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas (versión en catalán de Edicions 62). Ahí me hallo, embarcado en el vaporcito del capitán Marlow en pos del extraño señor Kurtz, que espera en lo más recóndito de la selva. En este relato, que es tanto un viaje a las regiones más profundas de lo onírico y el subconsciente humano como una denuncia del colonialismo más atroz, se inspiró el Apocalypse Now de Francis Ford Coppola, film de culto para los que ya tenemos una cierta edad. El de Conrad es el viaje literario, la lectura más extraña, por momentos incluso incomprensible, que he emprendido estas últimas semanas. Y, sin embargo, tengo la sensación que, colectivamente, estamos ahí, remontando a ciegas la corriente del momento incierto, de la normalidad irreal que vivimos, sin saber adónde nos lleva. Encallados en un banco de arena en la niebla mientras desde la selva nos alcanzan voces y sonidos inquietantes.

Estamos ahí, remontando a ciegas la corriente del momento incierto, de la normalidad irreal que vivimos, sin saber adonde nos lleva

Hoy, este lunes, empieza uno de los cursos más extraños de nuestra vida. En primer lugar, en las escuelas. No sabemos si mañana martes los niños volverán a las aulas después del primer día, tras medio año sin clases presenciales a raíz de la pandemia. Será la prueba del nueve de muchas cosas. Si las escuelas aguantan, la nave avanzará en medio de la niebla: las calles, en buena parte, volverán a poblarse, y quizás algunos negocios volverán a subir la persiana. En cambio, si los contagios en las escuelas superan las ratios contempladas a priori por los epidemiólogos que la pandemia ha convertido en gestores y analistas de datos, todo volverá atrás, el barco se tambaleará y nos adentraremos en un otoño-invierno tan impredecible y tenebroso como la selva de Conrad.

En ese contexto oscuro y confuso, de máxima incertidumbre, de crisis económica y social cuyos efectos empezamos a notar ahora —caída masiva de la ocupación, consumo de mínimos, a penas animado por las vacaciones—, va a transitar el calendario político. El independentismo civil ha superado con dignidad, aunque la procesión va por dentro, su Diada más difícil desde el 2012 en términos de movilización. Lo que no ha conseguido la maquinaria política, judicial y policial del Estado español, quintaesenciada en la huida del rey emérito Juan Carlos I a los Emiratos en su vertiente de opereta y la policía patriótica de Jorge Fernández y Mariano Rajoy— en su vertiente más chusquera, es decir bajar el suflé de la Diada, lo ha conseguido la Covid-19. (Cuidado: el virus mata las manis, coarta derechos, y lo peor del negacionismo es que secuestra el necesario debate sobre cómo protegerlos en la pandemia.) 

Pero no habría que llevarse a engaño en medio de la bruma. Este 11 de Setembre, ciertamente, los manifestantes en la calle no se han contado por millones, pero los sensores demoscópicos, las encuestas de los diarios serios, registran que en las próximas elecciones catalanas el independentismo superará en las urnas el 50% por primera vez. Puede que el coronavirus haya bajado el suflé de la Diada pero el virus de la Corona, y la persistencia de la represión que el gobierno de Pedro Sánchez no quiere, no puede o no sabe detener, ha disparado las expectativas electorales del independentismo. Cosa de la que tendrían que sacar consecuencias, en primer lugar, los partidos independentistas, como han reclamado la ANC y Òmnium. Tanto por lo que respecta a sus pugnas electorales y de gobierno como a su programa y estrategia para llevarlo a cabo. 

Puede que el coronavirus haya bajado el suflé de la Diada pero el virus de la Corona, y la persistencia de la represión que Sánchez no quiere, no puede o no sabe detener, ha disparado las expectativas electorales del independentismo

En el escenario de esa jungla siniestra infestada de caníbales desdentados sobre la que se está escribiendo la política española comparecerá este jueves ante el Tribunal Supremo el president de la Generalitat, Quim Torra. Será en la vista del recurso de casación contra su inhabilitación por haberse negado a retirar una pancarta del balcón del Palau. ¿Y de verdad que Sánchez quiere reunir antes la mesa de diálogo con Torra y el Govern? ¡Cuánto sarcasmo! Pero en fin, la justicia española puede hacer dos cosas con Torra: ratificar los derechos democráticos que le asisten, también como gobernante, precisamente (exculparlo) o continuar revolcándose en el lodazal de aguas pútridas donde, al parecer, se lo pasa de muerte en estos tiempos oscuros (inhabilitarlo) Hagan sus apuestas. Por mi parte solo puedo avanzarles que, al final del río, no sé si el señor Kurtz nos recibirá vivos o muertos.