Entre las cuevas de Altamira y Lascaux, en el País Vasco francés, encontramos las magníficas cuevas de Isturitz y Otsozelaia (en francés, "grottes d'Isturitz et d'Oxocelhaya"), que, a pesar de ser de propiedad privada, se pueden visitar en pequeños grupos, para no provocar cambios en la temperatura y humedad interiores, y con un guía si se reserva con suficiente antelación, que son una maravilla prehistórica y geológica, donde todavía hay mucha investigación paleoantropológica activa.
Estas impresionantes cuevas están situadas la una encima de la otra, en tres galerías, excavadas en la piedra calcárea durante millones de años por el río Erberua. La galería superior corresponde a las cuevas de Isturitz, la mediana —geológicamente impresionante— son las cuevas de Otsozelaia, mientras que la galería inferior está ocupada por el río. Las cuevas superiores presentan señales de ocupación humana durante miles de años, desde el paleolítico superior, con restos de ocupación neandertal y humanos modernos, probablemente hasta la época romana. De hecho, aunque ahora la entrada es más restringida, debido a hundimientos, se cree que en el Mesolítico, la entrada era de más de 20 metros de altura y era visible a distancia, lo que explica que fuera utilizada para grandes reuniones de grupos de personas que debían de reunirse para compartir conocimiento cultural, intercambiar bienes y, muy seguramente, para poder encontrar pareja y enriquecer genéticamente a los pequeños grupos tribales, evitando la consanguinidad excesiva.
La cueva de Isturitz todavía es objeto de investigación: en varios estratos del yacimiento hay huesos de osos, ciervos y caballos, restos humanos y, sobre todo, un conjunto de herramientas líticas y generadas a partir de huesos de animales del auriñaciense hasta el magdaleniense. Sobresale la flauta de Isturitz, excepcionalmente bien conservada, hecha de fémur de buitre. Las aves tienen huesos más ligeros, lo que hace que sean más fáciles de vaciar para generar el canal por donde pasará el aire. La presencia de estas flautas, un instrumento que casi ha llegado intacto hasta nuestros días, demuestra que nuestros antepasados, de hace al menos 35.000 años, conocían la música y sabían generar los instrumentos para crear sonidos. Aunque no podemos saber cuál era el objetivo de este instrumento, si simplemente el disfrute estético, la participación en rituales sagrados, la comunicación de emociones o la transmisión de conocimientos, las flautas nos indican que los instrumentos musicales y el simbolismo inherente a la música era un elemento esencial en las culturas prehistóricas de los humanos. Solo podemos saber que eran músicos y disfrutaban de la música porque encontramos sus instrumentos.

La cueva de Isturitz, antes de los hundimientos, estaba en buena parte iluminada por la luz natural, y cuenta con un pilar de piedra justo en medio de la cueva, grabada con animales que presentan detalles anatómicos de un extremo realismo, los unos encima de los otros de forma integrada y armoniosa, como una verdadera columna ceremonial. También tiene pinturas rupestres, pero no son visitables, para salvaguardarlas mientras son estudiadas. La cueva de Otsozelaia es mucho más grande y extensa que la de Isturitz, y las formaciones geológicas de estalactitas y estalagmitas la hacen particularmente bella. Muy interesante, contiene también un litófono natural, un instrumento musical hecho de estalactitas paralelas que llegan a media altura y con una cavidad detrás, como una caja de resonancia. Nuestros ancestros descubrieron, probablemente por serendipia, que, golpeándolas con una especie de baquetas, producían sonidos musicales armoniosos. El litófono de Otsozelaia está en una cueva totalmente a oscuras, y nuestros antepasados tenían que llegar y visitarla con lámparas de grasa animal. Las visitas actuales, con una iluminación estratégica, nos permiten apreciar la magnitud tridimensional de las cuevas y todas las formaciones en su conjunto, pero ¿os imagináis entrar dentro de una cueva con oscuridad absoluta, y recorrerla únicamente con la llama oscilante de las lámparas generando un juego cambiante de luces, sombras y volúmenes fantasmagóricas? ¿Qué significado sociocultural tenía este aparato musical que solo se podía tocar dentro de esta cueva? La intuición nos indica que podría tener una gran relevancia iniciática o ritual, pero no lo sabemos a ciencia cierta. Hoy en día, hay musicólogos que han compuesto piezas musicales que se pueden tocar con este litófono, y se realizan visitas sonoras a las cuevas.
Solo pensando en nuestro pasado evolutivo podemos entender nuestro presente y, quizás, predecir nuestra evolución futura
No hace falta ir tan lejos si queremos saber más sobre cómo los homininos llegaron a vivir en el sur de Europa. Tampoco hace falta ir a cuevas, sino que también podremos encontrar restos prehistóricos en abrigos (como al Abric Romaní en Capellades), o en antiguos cauces de ríos y barrancos con varios estratos. Uno de los yacimientos que tenemos cerca y quizás no sea tan conocido es el del Barranc de la Boella, en La Canonja, donde investigadores del Institut Català de Paleoecologia Humana i Evolució Social (IPHES) están realizando excavaciones. Esta zona es, geológicamente hablando, el delta fósil del río Francolí, que actualmente desemboca unos 6 kilómetros más arriba, una zona de marjales con mucha vegetación baja y cerca de un bosque de ribera, un hábitat de mamíferos de gran envergadura, como hipopótamos, mamuts, ciervos y caballos. Justo a finales de junio, se inauguró el Espai Mammuthus (el nombre científico de los mamuts), un museo pequeño y atractivo para ir en familia o grupos, donde podéis encontrar los hallazgos de este yacimiento de fósiles de mamut y otros animales, así como de herramientas de piedra cortadas por homininos del género Homo datadas de entre 1, 5 millones de años a 900.000 años atrás. Herramientas que necesitaban para poder despedazar animales, ya que la alimentación de los Homo de esa época tenía un fuerte componente carnívoro. Estos resultados son muy importantes porque durante años se creyó que el género Homo no había llegado a Europa hasta que llegaron los humanos preneandertales y neandertales, hace unos 500.000 años. Demostrar que homininos más antiguos, como el Homo antecessor y el Homo erectus llegaron antes, con sus culturas de construcción de herramientas de piedra, más de medio millón de años antes, es un cambio de paradigma.
Al entrar en el museo, os saludarán las defensas (colmillos) de un mamut enorme, el primer gran hallazgo de la Boella, y dentro encontraréis también varios dientes y mandíbulas de los animales que se han recuperado en el yacimiento (los dientes y las mandíbulas son algunos de los huesos más fuertes y perdurables en el tiempo), pero también encontraréis las herramientas que demuestran que estos Homo antecessor de la Boella tenían una cultura lítica más avanzada que sus coetáneos de la sierra de Atapuerca, puesto que ya construían —con guijarros y sílex— picos agudos (de tres caras) para penetrar la piel de grandes animales, lascas afiladas y cortantes, y bifaces (las verdaderas navajas suizas de la prehistoria). A pesar de tener casi un millón de años, son herramientas de la cultura lítica achelense, que antes se pensaba que no habían llegado hasta hace unos 600.000 años a Europa. Una de las características de este museo son las explicaciones, a distinto nivel de profundidad, sobre la construcción de estas herramientas, con vídeos de un maestro cortador actual, que muestra cómo se fabricaban estas herramientas, como si de esculturas se tratara, con el corte intencionado y preciso.
Por todo lo que os acabo de contar, el Barranc de la Boella, en La Canonja, el lugar de caza del Homo antecessor que habitaba por nuestros lares, es un yacimiento raro, es decir, único. Solo pensando en nuestro pasado evolutivo podemos entender nuestro presente y, quizás, predecir nuestra evolución futura.