En 2024 visitaron Catalunya 32 millones de turistas, que hicieron en nuestro país un total de 97,6 millones de pernoctaciones. De estos turistas, el 52 % eran extranjeros, mientras que los visitantes catalanes supusieron algo menos del 30 %, es decir, unos nueve millones de viajeros catalanes haciendo país. El resto, un 20 % aproximadamente, fueron turistas del resto del Estado. La media de pernoctaciones en nuestro país fue de tres noches por turista, un dato importante a retener. A todos ellos se les aplica una tasa turística, como es sabido. La pagamos solo desde 2012, sorprendentemente, y se paga en casi todos los países normales del mundo. Como todos los impuestos, al principio generó una fuerte oposición del sector, pero hoy está aceptada por todos porque no ha desincentivado a nadie de viajar y porque la recaudación es casi ridícula. Para convencer al sector, se decidió que este dinero financia un fondo para fomentar la promoción, preservación y el desarrollo de las infraestructuras y las actividades turísticas. Este aspecto es patético, porque el dinero recaudado se destina a fomentar el mismo sector que lo genera. Es como si los impuestos del tabaco se destinaran al sector del tabaco. Una parte menor de la tasa turística, creo, también se destina a políticas de vivienda, pero hoy es una cuantía muy pequeña, como los datos demostrarán más adelante.

Una de las causas justificadas de la creciente animadversión de la población general hacia el turismo de masas es que la gente no ve su beneficio por ninguna parte; solo se percibe que vienen turistas extranjeros, que se alojan a menudo en hoteles de grandes grupos internacionales y que se contrata a gente de fuera a bajo precio para atenderlos. Los catalanes solo sufrimos sus consecuencias (masificación, ruido, suciedad, atracción de criminalidad, tensionamiento de los servicios públicos) y somos el decorado de fondo, sin sacar ningún provecho tangible de ello. En este punto en el que nos encontramos, es donde el margen de crecimiento de la tasa turística es inmenso. En los lugares en los que más sufrimos el turismo ya han sonado las alarmas y se han adoptado algunas medidas. En este sentido, Barcelona ha hecho algunos progresos y últimamente el consistorio de la capital ha aprobado que los turistas paguen una tasa turística (sumando el tramo municipal y el de la Generalitat de Catalunya) de entre 10 y 15 euros por persona y noche a partir de 2029, en función de la categoría del alojamiento. Esto significa que una familia de cuatro personas, en el tramo bajo, pagará 40 euros por noche en Barcelona. Nada que no pueda asumir cualquier familia de clase media en unas vacaciones a uno de los destinos turísticos más importantes y atractivos del mundo. Es poco, pero es un paso en la dirección correcta.

Tenemos un país fabuloso desde todos los puntos de vista y lo bueno vale un precio

Yo soy de letras pero creo que los números están claros. Para empezar, debería bonificarse esta tasa a los turistas catalanes o dejarla en una cantidad simbólica. Por dos razones: porque los catalanes no podemos pagar una tasa turística considerable por visitar nuestro propio país y para estimular el turismo interior, que es mayoritario en las regiones menos visitadas del interior. En segundo lugar, quizá se podría hacer lo mismo, pero no al mismo nivel, con los turistas del resto del Estado, entre los que hay muchos valencianos y mallorquines, para quien Catalunya también es su casa, y también muchos familiares de ciudadanos catalanes. Este punto debería atenderse mejor, pero se podría encontrar un punto medio. Pero la gallina de los huevos de oro son los turistas extranjeros, que están dispuestos a realizar miles y miles de kilómetros para venir hasta Catalunya, y especialmente hasta Barcelona. Para estos 16 millones de turistas (datos de 2024) la tasa turística debería ser muy elevada. Por ejemplo, pongamos por caso que la tasa turística por cada pernoctación queda fijada en 50 euros de media (escalable desde 25 euros por establecimientos de menor calificación hasta 75 euros para los hoteles de lujo). Con estas cifras, el pasado año las administraciones catalanas habrían recaudado 2.400 millones de euros, si tenemos en cuenta que la media son tres pernoctaciones por turista. Para realizar una comparación, con la tasa actual se recaudaron el año pasado un total de 152 millones de euros en toda Catalunya. La diferencia es abismal. Algunos dirán que no puede aplicarse una tasa como esta porque es desproporcionada y desincentivará la llegada de turistas. No creo que sea desproporcionada ni que desincentive a mucha gente. Si yo quiero ir a París tres noches y tengo que pagar una tasa de 150 euros, la pagaré sin quejarme. Y si alguno de esos 16 millones de turistas extranjeros decide no venir a causa de la tasa, que no venga. No hay problema. Debe quedar claro a todo el mundo que visitar Barcelona o Catalunya no es algo de bajo coste. Por el contrario; tenemos un país fabuloso desde todos los puntos de vista y lo bueno vale un precio. Como decía siempre mi madre, “lo barato sale caro”.

El presupuesto de la Generalitat de Catalunya para 2024 ascendía a 43.673 millones de euros. Una cifra que podría ser muy superior sin el expolio fiscal que sufre nuestro país, no lo olvidemos jamás. Por tanto, con una tasa turística como la que propongo, el presupuesto de nuestro Govern se incrementaría automáticamente en un 5%. Sin esfuerzo fiscal alguno por parte de los ciudadanos. O quizá se podría aprovechar ese dinero adicional para hacer algunas rebajas fiscales a los catalanes, que ya sería hora. La guinda del pastel de un gobierno audaz sería colocar un cartel en cada servicio público pagado con la tasa turística: “guardería financiada al 100% con la tasa turística” o “desdoblamiento de carretera financiado al 100% con la tasa turística” o “tu beca universitaria está financiada al 100% con la tasa turística”. Entonces quizás mucha gente vería alguna compensación práctica en el turismo masivo que sufrimos. Ni que decir tiene que la alternativa a una tasa turística tan elevada sería el fin del expolio fiscal. Pero lo que no podemos hacer los catalanes, por el bien de nuestros hijos y el propio, es no aprovechar una coyuntura como la que tenemos en nuestro país mientras el Estado español saquea nuestro esfuerzo fiscal. Quizás en Catalunya tenemos petróleo, que mana sobre todo entre junio y septiembre, y no lo sabemos.