Algunas formaciones amenazan con la Catalunya de los 10 millones como si la de los 8 fuera un ejemplo de convivencia y bienestar general. Y pensando a quien le conviene que se rompan las costuras de este pequeño país, me vienen a la cabeza los representantes de algunos partidos políticos que ven, en la rápida y masiva inmigración, la desaparición de la identidad nacional, primero la lengua, después la memoria, dos elementos fundamentales para la pervivencia de una conciencia de país con ansias emancipatorias. En este grupito de formaciones políticas incluyo al PSC/PSOE, al PP y a VOX, y también a los Comuns, cabeza visible de esta izquierda multiculturalista y ecomarxista que habla de la España de los pueblos, pero que suele confundir malintencionadamente catalanismo con burguesía sociovergente. Por cierto, este multiculturalismo me recuerda a aquellos relojes Casio en los que había de todo menos la hora. "Uy, ¡nos hemos olvidado del catalán!", exclaman los comuneros mientras hacen campañas en favor de los pueblos oprimidos.

Hay muchos votantes demócratas dispuestos a votar a AC, cansados ​​de soportar la catalanofobia vomitada por las Díaz Ayuso de turno y de la cobardía y el vodevil que nos regalan a diario ERC y Junts

Ningún partido que no forme parte de la extrema derecha y la derecha extrema española se ha atrevido a tratar con valentía el tema de la inmigración para no ser tildado de racista. Y duele que la única formación que habla sin caretas sea Aliança Catalana, el partido dirigido con mano de hierro por Sílvia Orriols, líder emergente de una formación considerada de extrema derecha independentista pero que vive una progresión acompañada de un susurro cada vez más perceptible: hay muchos votantes demócratas dispuestos a votar a AC, cansados ​​de soportar la catalanofobia vomitada por las Díaz Ayuso de turno y de la cobardía y el vodevil que nos regalan a diario ERC y Junts. ¿Valía la pena dejarnos estafar como idiotas por 8 segundos de República Catalana? Yo, que sufrí ostracismo editorial y periodístico por apoyar el 1 de octubre, creo que no y os deseo, cordialmente, que os vayáis a freír espárragos a la Casa de la República de los 9 segundos. Aún recuerdo a aquel director de un diario monárquico que me dijo que yo era muy bueno, pero que era demasiado indepe para darme trabajo.

Otro sector feliz con la Catalunya de los 10 millones es el empresarial, ansioso de agrandar los beneficios con mano de obra barata. La poca calificación laboral es un mal secundario para ellos. Y aquí me gustaría detenerme en tres axiomas que han hecho fortuna entre los partidos de derechas e izquierdas. "A Catalunya la levantaron los inmigrantes", dicen para lanzar mierda a los independentistas, olvidando que, en sus orígenes, las fábricas se construyeron, básicamente, con trabajadores que venían de toda Catalunya.

El segundo axioma que está haciendo fortuna últimamente es: "los inmigrantes hacen el trabajo que los de aquí no quieren hacer". Y no es del todo cierto. Históricamente, los inmigrantes, y no hablo de expats, suelen hacerse cargo de los trabajos peor remunerados del mercado laboral, pero no siempre es así. Quiero decir, que hay trabajos que los querrían hacer originarios de Catalunya, pero se niegan a cobrar la miseria que les ofrecen los empresarios. Los inmigrantes suelen llegar con una mano delante y otra detrás, y aunque estén mal pagados, todo es aceptable, comparado con la situación en la que vivían en sus países de origen. Con sueldos dignos, no hay trabajo indigno, tanto para un nativo como para un inmigrante.

Ampliar el aeropuerto pensando en la Catalunya de los diez millones es una tontería. Ampliar el aeropuerto para traer más turistas es una tontería. Y no, no estoy en contra de la ampliación del aeropuerto si tiene como función el desarrollo económico de Catalunya y la mejora del nivel de vida de sus ciudadanos, en lo que incluyo una vivienda en condiciones. Y aquí aparece el tercer y último axioma, repetido como un mantra por los partidos izquierdistas: “son los inmigrantes quienes pagarán las pensiones del futuro”. Es una predicción posible, pero no debería ser así si los salarios dignos permitieran a los catalanes tener más de un hijo. Y respecto al aeropuerto de El Prat, me pregunto la razón por la que casi todos los trabajadores de control que están al servicio de una empresa subcontratada por AENA son inmigrantes. ¿Será por el sueldo escaso y los beneficios empresariales? Dudo de que, con una paga digna, no haya catalanes dispuestos a controlar el equipaje de los viajeros. Y, puestos a pedir, me encantaría encontrar a un controlador que me diera la lata en catalán, en un lugar, el aeropuerto, que es el gran colador fronterizo de inmigrantes con permisos temporales, mientras los ultras se fijan en los africanos que tratan de no morir atravesando el mar en una patera.

La Catalunya de los 10 millones sería una tragedia para la identidad cultural y lingüística del país, y la felicidad máxima para los que la ven como una región española a domesticar. Y cabrea que el único que se ha atrevido a poner el dedo sobre la llaga sea Aliança Catalana. Como buena formación católica, apostólica y romana, siempre apunta al moro, representante de la civilización musulmana, pero el debate no puede quedar en un esperpento caracterizado por la xenofobia de unos y el buenismo interesado de otros.

Se debe coger el toro por los cuernos. El gran drama es que, como país sin estado, los derechos y deberes siempre dependerán de los intereses del Gobierno español de turno. Y la migración masiva y descontrolada ya le viene bien si puede contribuir a resolver el problema catalán. En gran parte la latinoamericana, porque al africano, al paquistaní o al chino le da igual el idioma que tenga que aprender mientras pueda vivir decentemente.

En un mundo ideal, nadie debería abandonar su país para tener una vida más digna, pero, en esta selva en la que vivimos, lo inadmisible es perder todo lo que nos ha costado la sangre y el hígado. Si la lengua sobrevivió a 40 años de franquismo, me parece incomprensible dejar que se pierda ante el deseo profético de los políticos de la Catalunya de los 10 millones.