La realidad del exilio es amarga. Los exiliados temen que los olviden. Quedar aislado, sin entorno, sin amigos, cada vez más lejos de la realidad de la patria que lo ha visto nacer. El eurodiputado Toni Comín lleva seis años exiliado. Decidió marcharse cuando la represión española sometió a los dirigentes del 1-O. Hizo bien, y los otros exiliados también, como quedó demostrado posteriormente. Los que permanecieron en España no se salvaron de la persecución y el encarcelamiento. Hay una corriente de opinión que critica a los exiliados. Que se ensaña con ellos. En efecto, en esta crítica se encuentran alineados los españolistas más recalcitrantes y los independentistas cada vez más reaccionarios y lloricas. El juez Santiago Vidal, otra víctima de la persecución sistemática del españolismo contra el independentismo, denunció la in-justicia española en un libro publicado hace dos décadas, el 2002, diez años antes de que se iniciara el Procés. La persecución comenzó con el PP, pero siguió con el PSOE, a pesar de los indultos decretados por Pedro Sánchez para excarcelar, sobre todo, a sus aliados.

El exilio no es algo gratuito. Es un refugio que no siempre es acogedor. Clara Ponsatí, que lleva media vida viviendo en el extranjero por motivos profesionales, me dijo un día: no es lo mismo vivir expatriado voluntariamente que saber que no puedes volver a casa porque el estado te persigue. Por supuesto que no. Toni Comín ha vivido en el exilio el fallecimiento de su hermano Pere, el 23 de julio de 2018, y el de su madre, la extraordinaria Maria Lluïsa Oliveres, el 9 de febrero de este año. Murieron junto a él, en Lovaina, plantando una semilla de la eternidad para consolar a los supervivientes. Como decía Plutarco, el exilio también es una oportunidad para reflexionar sobre lo que es universal: no importa dónde estemos si nos inspira la investigación del bienestar general. Toni Comín hizo esto con cuarenta cartas publicadas entre 2018 y 2020 en el semanario catalán La República y que ahora ha editado el Parlamento Europeo con el título Cartes des del cor d’Europa, siguiendo a la versión italiana y alemana publicadas anteriormente. Pronto verán la luz las traducciones francesa e inglesa.

En este libro, Comín reflexiona sobre qué tipo de estado sería Cataluña si fuera una nación independiente

La semana pasada, un grupo de amigos, entre ellos yo, nos reunimos en la librería Ona para presentar este libro. Comín comenzó a redactar estas cartas cuando hacía muy poco que se había refugiado en Bélgica, y acordó con los responsables del semanario que edita El Punt Avui que solo publicaría treinta cartas. La pandemia de la covid-19 cayó sobre la humanidad cuando estaba a punto de completar el ciclo y decidió ampliar el encargo con diez cartas más, ya que él había sido el consejero de sanidad del gobierno Puigdemont. Las cartas que Toni Comín ha escrito desde el corazón de Europa, desde Flandes, son un compendio del pensamiento de un político atípico, que, al igual que todos los personajes públicos, genera adhesiones y animadversiones apasionadas. Sin embargo, es, sobre todo, una persona honrada y decente, que tiene un talante expansivo y, al mismo tiempo, es moderado y razonable. Es un hombre divertido que juega a hacerse el despistado de forma permanentemente. Impuntual por norma, como todo el mundo sabe, no se conforma con vivir la vida en tiempo pasado. No quiere que se le considere una reliquia.

Comín, que es un político de la izquierda clásica, de la socialdemocracia. Es hijo de Alfonso Carlos Comín, quien, como advierto a mis alumnos, antes de poner nombre a una plaza de Barcelona, era uno de los dirigentes más destacados del PSUC, y creció en un ambiente progresista que se aferraba al europeísmo para superar la fealdad de una España negra. Comín confía plenamente en Europa. Desde el momento en que, siendo joven, se trasladó a Bruselas para realizar una estancia en el Parlamento Europeo, confía en ella. Al principio, su europeísmo era difuso, intuitivo por herencia, pero con el paso del tiempo se convirtió en un europeísmo convencido. Comín actualmente es europarlamentario y, desde Bruselas o desde Estrasburgo, trata de denunciar la naturaleza autoritaria del nacionalismo español que persigue al independentismo. Este libro es una muestra del europeísmo más entusiasta, aunque a veces Europa, o cuando menos, las instituciones europeas, no respondan a la represión española con la misma convicción democrática por la influencia que todavía tienen los estados nación en las políticas de la UE. Los principios fundacionales de la UE, que son el alma del europeísmo, no se han traducido en una estructura que sea realmente nueva, democrática y próxima a los ciudadanos. La lucha de los catalanes por la liberación ha demostrado las dificultades. Lo suyo sería que la sentencia del 5 de julio sea favorable a los principios de la libertad.

 Comín reivindica que el independentismo se identifique con la centroizquierda, con las ideas de progreso

En este libro, Comín reflexiona sobre qué tipo de estado sería Cataluña si fuera una nación independiente. Comín propone el estado posmoderno, adaptado a la idea de subsidiariedad, que en estos momentos es una utopía imposible en una UE dominada por los estados nación clásicos. Los estados de inspiración hobbesiana, derivados del sistema de Westfalia-Pirineos de 1648-1659, que han conformado el mapa de Europa durante cuatro siglos. Ahora bien, para que una idea pueda ser posible en algún momento, primero hay que imaginarla. Como dijo Benedict Anderson, toda comunidad, antes de configurarse realmente, tiene que ser imaginada. Aquellos que no imaginan, que no significa que se inventen la realidad, no llegan a ninguna parte. Esto es evidente. Lo vimos durante la década soberanista que denominamos Revolución de las sonrisas. Sin embargo, estas ideas y luchas requieren una perspectiva futura —y un enfoque que permita la participación de los ciudadanos en el proceso de emancipación nacional. Por eso Comín reivindica que el independentismo se identifique con la centroizquierda, con las ideas de progreso. Las cartas de propina, las que Comín redactó a raíz de la aparición de la pandemia, están dirigidas a defender un modelo sanitario público, universal y eficiente, y un estado catalán del bienestar.

Comín no quiere ser un político que se aleje progresivamente de Cataluña. Al contrario. Quizás deberíamos ser nosotros los que reflexionáramos sobre por qué hay grupos que intentan aislar a los exiliados como si fueran una molestia, un recordatorio viviente de la represión que no se acaba nunca, como se puede constatar con los juicios que no se cesan contra activistas independentistas. Que lo haga el españolismo más recalcitrante, representado por el PSOE, el PP y Vox, es comprensible. Los tres partidos forman parte de la coalición del 155. Que lo haga alguien que afirma defender el independentismo es directamente una traición a la causa. La peor forma de vivir es vivir sometido al miedo. Temiendo la derrota. Con miedo a la reconstrucción. Quien tiene miedo acaba por rendirse. El independentismo no puede permitirse el lujo de tener miedo. Se trataría de su certificado de defunción. A pesar de las críticas y el desconsuelo que puedan causar las circunstancias actuales, rendirse no es una opción. El independentismo civil no se ha rendido. Solo que ha dejado de confiar, cuando menos en parte, con un independentismo político cada vez más decepcionante. Tarde o temprano surgirán nuevos dirigentes que, liberados de viejos condicionantes, traducirán en política práctica muchas de las buenas y estimulantes reflexiones que Comín nos ofrece en estas cartas europeístas.