El peor enemigo del independentismo siempre ha sido la tentación de caer en la propia cursilería que genera. A partir del momento en que Ada Colau anunció su presencia en la pentamanifa de hoy, la hiperalcaldesa de Barcelona ha conseguido succionar el mensaje de la movilización de la Diada con tal de llevarla inexorable y fatalmente a su terreno favorito: la ambigüedad poética. En pocos días hemos comprobado como la ANC pasaba de centrar las reivindicaciones del 11-S en el referéndum sobre la independencia a hablar de una manifestación “transversal” (cuando escuchen el palabro, procedan a dirigir la mano rápidamente a la pistolera) donde “todo el mundo será bienvenido”, si és que hi ha cases d’algú. Hasta la tieta Forcadell, que hace no poco tiempo exigía a grandes aullidos la imposición sacrosanta de las urnas, nos ha dicho que esto de hoy, más que sobre la independencia, es un llamamiento general a los “demócratas”.
El lenguaje remilgado del catalanismo siempre esconde el vacío de la impostura. Lejos de aquello que los afectados llaman “ensanchar la base”, la inclusión de Colau y de los podemitas en el núcleo del soberanismo representa la última gran esperanza de los españoles para helar definitivamente el procés. La hiperalcaldesa de Barcelona reactualiza al dedillo la figura política sociovergente de aquellos que, defendiendo la legitimidad de las instituciones catalanas o incluso protestando airados contra las inhabilitaciones del Constitucional, todavía creen en la regeneración fraternal de España. En un entorno político donde parece que el PP tenga suficiente actuando como la policía para ganar elecciones y el soberanismo todavía no tenga muy clara la hoja de ruta, Colau ganará siempre protagonismo como una figura inofensiva de la tercera vía que se alimenta de las frustraciones ajenas y de la confrontación previsiblemente estéril.
Mientras el independentismo no rehúya la poesía y empiece a hablar claro a los electores que le regalaron el voto de tu vida, la Diada continuará siendo un espectáculo precioso que maravilla a los informativos de toda Europa y excita a las abuelitas de la tribu, pero sin repercusión fáctica alguna en la política catalana. Mis conciudadanos tienen todo el derecho del mundo a vivir ilusionados tramo a tramo, a gozar con la fiesta patria y a continuar la revolución de las sonrisas en una nueva jornada histórica para el recuerdo. Pero la poesía no nos debe hacer olvidar las secretas intenciones de los pingüinos españoles de erigir a Colau como la nueva diosa del regeneracionismo catalán mediante una nueva hegemonía de izquierdas a la cual –todo hay que decirlo– Convergència también ha ayudado constituyéndose por méritos propios en un partido sin nombre de supina incompetencia.
Que la justicia poética de nuestras manis no nos convierta en traidores ni evite ver la impostura. Que la belleza incontestable de la gente apretujada en las calles no nos haga caer en la trampa. Que a base de ensanchar la base no hagamos caer la cúspide del invento. Y tengan cuidado con el sol, traidor como un espíritu que parece fraternal, resplandeciente como una joya falsa que acaba en herida. ¡Feliz DiAda a todos!