A Martin Luther King no le preocupaba el grito de los violentos, ni el de los corruptos, ni el de los deshonestos, ni el de los “sin ética”. Lo que más le preocupaba era el silencio de los buenos. 

Siempre he tropezado sobre la misma piedra: fiarme de la gente de entrada, y seguir confiando incluso, a veces, más allá de lo que debiera, ha sido mi error preferido. Y creo que viene de pensar que casi todo el mundo es bueno. Por eso pienso que cuando Luther King apelaba a los buenos en realidad nos estaba apelando a la mayoría social. Y me incluyo, porque ni soy violenta, ni soy corrupta, ni soy deshonesta ni me considero “sin ética”. Y no soy excepción, pues cuando converso con la gente (“la gente”), solemos llegar a las mismas conclusiones después de razonar despacio. Puedo decir que la mayoría somos buenos. Eso sí, la mayoría de la gente con la que hablo siempre me dicen que soy valiente porque no me callo. 

No me callo porque cada vez que veo algo injusto, algo corrupto, algo sin ética siento un ardor por dentro, un pequeño fuego que me carga las pilas para, primero asegurarme de lo que pienso: informarme preguntando, leyendo, buscando datos; y segundo, para tratar de explicarlo todo y que se entienda con claridad. Porque soy consciente de que si otros no dicen nada muchas veces es porque ni se han enterado de lo que está sucediendo. 

De pequeña ser periodista me atraía, como me atrajo la Filosofía. Pero cuando tuve que elegir aquello que quería estudiar, aquello que me serviría como herramienta, elegí el Derecho. Fue la casualidad, un contrato abusivo que firmé en Liverpool y por el que me encontré sin una libra, sin un coche que había alquilado y sin posibilidad de reclamar “porque la letra pequeña” me había puesto en esa situación. Y como Escarlata O’hara me vi en Albert Dock, a las puertas del museo de los Beatles, que era el lugar por el que había ahorrado y planificado el viaje, sin poder entrar. Y me prometí que nunca más me dejaría engañar de ese modo. Así que decidí matricularme en la Facultad de Derecho. 

Allí me enseñaron que “casi todo es defendible”. Y es que todo conflicto tiene dos partes. Todos tienen su parte de verdad y hay que aprender a defenderla. Y una de las claves para saber afrontar un asunto judicial es ponerte en la piel de todas las partes: para entender dónde se encuentra el problema, pero, sobre todo, para llegar a una solución. 

Espero que en Europa haya Derecho, que haya Justicia y que los jueces no sean magos, sino administradores de las leyes que, para algo están escritas y que, por mucha interpretación que permitan, no lleguen a amparar el esperpento

Y como si de un arte marcial se tratase, trasladas eso que aprendes a todo en tu vida. En política es fundamental analizar los debates desde el punto de vista contrario al que quieres combatir. Saber entender cada uno de los argumentos que empleará el contrario y encontrar aquello con lo que pudieras estar de acuerdo. Esa fuerza será la que te sirva para tumbarle. Es la máxima de cualquier luchador que quiera aprovechar la energía del contrario en su propia contra. Más viejo que la tos.

Siempre he pensado que es más sencillo tener frente a ti a un malo que a un tonto. Porque al malo le puedes ver venir, pero al tonto no, por impredecible. Y es que lo impredecible es lo preocupante: cuando de pronto alguien interpreta una norma de una forma absolutamente imposible. Cuando el contrario te sale por peteneras y su respuesta carece de sentido lo mires por donde lo mires. Ahí es donde yo veo el peligro. 

Lo difícil no es resolver un conflicto cuando las dos partes juegan limpio, cuando el asunto está delimitado y se tiene claro qué defiende cada uno y en base a qué van a usar las herramientas acordadas. Lo complicado es que te hagan trampas. Más allá: que los que tienen que garantizar que no se hagan trampas sean los que precisamente las hagan. En este punto es donde resolver las cosas requiere de anticipación, de imaginación, creatividad y suerte. 

Leer el auto de Pablo Llarena es intentar comprender al contrario, y alucinar en cada frase. Porque su interpretación del Derecho va más allá de defender un punto de vista, va más allá de articular una defensa de sus argumentos asiéndose a cuestiones comprensibles (aunque no las compartiera). No, es otra cosa. Es hacer una especie de truco del almendruco pero con un juego de magia de esos para niños, de los chapuceros, de los que dejan en evidencia al mago porque se ve perfectamente el doble fondo de la caja. Y eso no es hacer Derecho, ni defender algo con dignidad. Eso es hacer trampas. Algún despistado se creerá que la pelotita desaparece: pero si prestas un poco (solo un poco) de atención verás que la lleva en el bolsillo sin problema. Verás al conejo en el doble fondo del sombrero, porque tiene un agujero. Y no habrá ya foco que disimule tremenda pantomima. 

Y resulta que se han sumado a este espectáculo los de la Junta Electoral, que se sacan competencias de la cutrechistera, y se arrogan la legitimidad de cargarse a presidentes, diputados… Ya les da igual que se les vea el truco. No tienen problema, se deben a lo que se deben, que podemos ya imaginarnos lo que puede ser. 

Y los tribunales, independientes, sí. Pero independientes de la propia justicia. ¿Cómo puede sostener Llarena que reconoce la inmunidad de Puigdemont y Comín para toda Europa menos para España? ¿España ya no es Europa? Teníamos dudas sobre dónde colocar a estos togados, pero parece que Llarena nos lo ha dejado claro en su auto del viernes. 

Y ¿dónde colocamos ahora al presidente del Parlamento Europeo? Dolors Montserrat lo mueve de un lugar a otro: hace una semana era un villano y ahora es un héroe. No creo en una cosa ni en la otra. Sencillamente no le entiendo: el giro de volante que dio el viernes supone sin duda una duda razonable. ¿Por qué se ha saltado el suplicatorio para Oriol Junqueras? Nadie le habría cuestionado poner la decisión en manos del Parlamento, como debe ser. Sin embargo, optó por tomar nota de lo que el Supremo español le pidió: inhabilitar a Oriol Junqueras sin necesidad de cumplir con el procedimiento establecido. Ese procedimiento que pide Llarena el mismo día para Puigdemont y Comín. 

Como puede verse, no es que se utilicen argumentos para defender posturas. Es que se retuerce la ley para deconstruirla y tratar de encajarla en lo que interesa a quien la interpreta. Y eso no es Justicia, y para eso no era el Derecho. O no el que a mí me enseñaron, el que sirve para tratar de resolver conflictos atendiendo a las razones de todas las partes, desde la seguridad de que sus derechos serán garantizados. Los de todos. 

Espero que en Europa haya Derecho, que haya Justicia y que los jueces no sean magos, sino administradores de las leyes que, para algo están escritas y que, por mucha interpretación que permitan, no lleguen a amparar el esperpento.