Años como el último que estamos viviendo los culés perdonan cualquier sufrimiento y cualquier enfado de las épocas en las que el juego no sale. "Ser del Barça es aprender a sufrir", me decía un buen amigo, y es cierto que el vínculo con el club que sentimos los que amamos los colores blaugrana va mucho más allá de una disciplina deportiva, fundidos en un extraordinario primordial de emociones que nos religa a una historia, una memoria y una tierra.
De hecho, es tan fuerte este vínculo emocional, que consigue crear complicidades por todo el mundo, más allá de Catalunya, y al mismo tiempo, siempre desde Catalunya. Internacional y catalán, global e integrador. Y en todos los casos, una identidad propia, construida en unos valores sólidos que definen el Club desde los inicios de su historia. De hecho, es tal la fusión entre el Barça y Catalunya que el club ha sufrido represión en propia carne en cada momento en que Catalunya ha sufrido las garras de la represión. Y las ha sufrido desde los mismos inicios: en la dictadura de Primo de Rivera, cuando cerraron el club, obligaron a Joan Gamper a dimitir y lo expulsaron del Estado, porque los culés habían silbado el himno de España; durante la guerra, cuando los fascistas fusilaron al presidente Josep Sunyol; durante el franquismo, que utilizó todo su poder para intentar frenar su éxito deportivo —jugadas sucias incluidas—, aparte de reprimir una y otra vez las muestras de rechazo de los seguidores en el campo; y durante la democracia, cuando también ha sufrido la represión contra el procés catalán. Todo lo que le ha pasado a Catalunya, le ha pasado al Barça y, al mismo tiempo, cada vez que el país ha protestado, ha luchado y ha vibrado, el Barça también ha estado ahí. Más que fútbol, más que un club, más que deporte, y así en un hilo rojo de unión entre la historia del club y la historia de nuestra nación.
Todo lo que le ha pasado a Catalunya, le ha pasado al Barça, cada vez que el país ha protestado, ha luchado y ha vibrado, el Barça también ha estado ahí. Más que fútbol, más que un club, más que deporte, un hilo rojo de unión entre la historia del club y la historia de nuestra nación
Pero no solo, porque la identidad del Barça también se liga a unos valores a la hora de entender el fútbol, y cuando estos valores triunfan, el Barça vive sus mejores momentos. Así ha sido en épocas gloriosas, como las de reciente memoria de los Messi, Iniesta, Piqué, Xavi..., liderados por la mano luminosa de Guardiola y por este creador de milagros y sueños llamado Joan Laporta. Y ahora, nuevamente comandados por Laporta, vivimos otro de estos momentos grandiosos. Es el éxito de una manera de entender el fútbol: el éxito del juego bonito, ante el juego sucio; del sentimiento de equipo, ante la rutilancia de las divas y las estrellas; del cultivo de la Masia, más allá de la estricta cultura del fichaje; de la resiliencia de unos jóvenes que sienten los colores intensamente, en lugar del puro oportunismo. Este equipo que nos ha regalado este año glorioso —y que merecía, con todos los honores, haber estado en Múnich—, no se explica solo por la genialidad de Lamine Yamal, o por la inteligencia estratégica de Hansi Flick, o por la magia de Pedri, o Raphinha o Íñigo Martínez, o Lewandowski o..., sino por el sentimiento de cohesión y de amor a los colores del club que no es nada habitual en la alta competitividad futbolística. Forman parte de los grandes, pero lo viven con la honestidad de un partido de barrio, como si fueran de casa.
Es este club, forjado en un sentimiento de valores y de país, el que nos maravilla y maravilla al mundo. Gracias por todo. Gracias por tanto.