Si buscamos el término huelga en el diccionario, encontramos: “Cesación voluntaria en el trabajo por parte de los empleados asalariados con vistas a obtener de la empresa alguna ventaja relativa a mejoras de sueldo o de las condiciones de trabajo. Declararse en huelga. Huelga general”. A veces forzamos tanto los términos y conceptos que perdemos el sentido de las cosas. El contorsionismo dialéctico también tiene un límite y la huelga general de esta semana a raíz de la guerra de Gaza ha sido un buen ejemplo de ello. Para empezar, pues, no fue ninguna huelga. De hecho, se pervirtió el sentido profundo del concepto de la huelga, porque ni perseguía mejora alguna para los trabajadores, ni pretendía forzar a los empresarios a nada, ni condicionaba al gobierno español o catalán a realizar ninguna actuación concreta. Era una huelga falsa y extemporánea, porque resulta que ya tenemos sobre la mesa una propuesta de plan de paz que, para empezar, ha motivado un cese de las hostilidades. Y era extemporánea porque, en realidad, no estaba a favor de Palestina, sino en contra de Israel. Por eso sus portavoces dijeron que el acuerdo de paz no pondría fin a sus movilizaciones.
Vayamos por partes, como decía Jack el Destripador. Las últimas huelgas generales de verdad fueron en 2012, contra la reforma laboral. Cabe recordar que entonces Mariano Rajoy era presidente del gobierno español, porque siempre es mejor hacer huelga contra la derecha que contra la izquierda. Quizá por eso los sindicatos no han organizado ninguna huelga general durante los gobiernos de Pedro Sánchez. Y no será por falta de motivos. Puedo apuntar algunos: la reducción de la jornada laboral a 35 horas semanales, los incrementos abusivos de las cuotas de los autónomos, la reducción del poder adquisitivo de los trabajadores, la crisis habitacional, las horas y horas laborales perdidas en la red de Rodalies, los salarios bajos, la competencia desleal de los fabricantes chinos o de los agricultores marroquíes, o un paro juvenil que es la vergüenza de Europa. Nada de todo esto parece mover a los sindicatos, porque básicamente hoy son máquinas al servicio de los asalariados, pero no de los parados, los jóvenes o los autónomos. No hay nada más conservador, hoy, que una maquinaria sindical. Son tan conservadores como las patronales; unos y otros se dedican únicamente a defender sus intereses y privilegios.
La huelga no era de carácter laboral ni nada que se le parezca. Era una huelga política con una intencionalidad política, por lo que fue un fracaso rotundo
La huelga, por tanto, no era de carácter laboral ni nada que se le parezca. Era una huelga política con una intencionalidad política, por lo que fue un fracaso rotundo. Apenas tuvo seguimiento en algún sector, básicamente en los servicios públicos. Y por los estudiantes, claro, que por definición se apuntan a cualquier sarao, y bien que hacen, sobre todo si es mediático. No les veréis hacer huelga por la guerra de Yemen, Sudán o Ucrania, por mencionar tres conflictos armados en los que el número de víctimas mortales es muy superior al de Gaza. Sin embargo, la huelga ha sido contraproducente: estoy convencido de que el número de personas que se sienten más cercanas a Israel que a Hamás se ha incrementado mucho esta semana. A veces no basta con tener la razón, sino que hay que defenderla de tal modo que no la pierdas. Y no sé si los cientos de miles de trabajadores que tuvieron problemas de movilidad para acudir a su trabajo o volver a casa tienen hoy una opinión más favorable a los palestinos que antes. Del mismo modo, dudo que los miles de estudiantes y profesores que querían ir a clase y no pudieron por la acción violenta de los piquetes, simpaticen hoy más con Gaza que en la víspera de la huelga. O los comerciantes y los particulares a los que les pintaron las fachadas y los escaparates con eslóganes revolucionarios y que al día siguiente tuvieron que limpiar ellos, por supuesto.
Por todo ello, la pregunta que debemos formularnos es la siguiente: ¿a quién beneficiaba la huelga del miércoles? La respuesta la sabe todo el mundo. Beneficiaba de forma muy directa el gobierno español formado por el PSOE y Sumar, que han convertido de forma chapucera la guerra de Gaza en un arma arrojadiza contra el PP y Vox, porque es un tema sensible para la opinión pública, que muy mayoritariamente es favorable a la causa palestina. Cualquier manual de política dice que cuando las cosas te van mal en casa, tienes que buscarte un enemigo exterior. Y tanto Benjamin Netanyahu como Donald Trump son el enemigo exterior ideal para un gobierno de coalición social-populista. Por cierto, tanto Netanyahu como Trump eran los auténticos destinatarios de la huelga, puesto que solo ellos pueden modificar el curso de la guerra en Gaza. La paradoja de todo esto y la guinda del pastel es que ni uno ni otro se enteraron, el miércoles, de que había una huelga general en su contra en la otra punta del Mediterráneo.