Una cena con amigos y conocidos. Es sábado y el ambiente es distendido y se habla de política relajadamente, a pesar de los hechos trágicos que han convertido el mundo en un crematorio. Los eventos que nutren la conversación son los imaginables: Gaza, la Flotilla, Donald Trump, los partidos del procés, los del 155, Collboni, la inmigración y el 30% de deducción fiscal a los dueños de mascotas en Andalucía, que se suman a los 100 euros deducidos a cada ciudadano andaluz que se apunte a un gimnasio. La noticia de estas deducciones fiscales sorprende, teniendo en cuenta que Andalucía es una comunidad subsidiada que se permite, entre otros lujos, bajar impuestos, gracias al laissez faire de los gobernados de las comunidades nutridoras. Basta con ver cómo protestan los presidentes de las autonomías chupadoras cuando, desde Catalunya, se pide una nueva política fiscal más justa, señal de que lo de la pela es la pela o lo del peix al cove no es solo un delirio catalán. De los presentes, solo hay uno con ocho apellidos catalanes y es el más neutral. No le gusta la confrontación y prefiere sacar la bandera blanca antes que clamar al cielo por una injusticia evidente. El resto venimos de abuelos gallegos, murcianos, andaluces, extremeños y bla, bla, bla, y hablamos, extrañamente, en catalán entre nosotros, en una ciudad donde la lengua catalana se está convirtiendo en un anacronismo para los bro.
Y mientras hablamos, dos de estos amigos y conocidos dicen, sin vergüenza, que en las próximas elecciones a la Generalitat votarán a Aliança Catalana. No hay palabras de desaprobación, porque no es la primera vez que amigos y conocidos han dicho, en otros sitios y circunstancias, que votarán al partido de Sílvia Orriols. Ambos ejemplifican el talante de una formación mucho más transversal, ideológica y socialmente, de lo que querrían los que se niegan a aceptar la realidad. Uno de ellos, seamos honestos, sí que carga el escroto hacia la ultraderecha, ya que emplea la palabra moro para señalar a los magrebíes como el gran mal de la sociedad catalana. "Terrassa es inhabitable", dice. El otro prefiere hablar de desafección con una clase política abrazada al vasallaje y a la incompetencia. Curiosamente, incompetencia rima con independencia. Esta persona que no habla de moros para justificar su futura decisión electoral, fue votante de ICV, de ERC, incluso votó a Ada Colau en las elecciones municipales que la convirtieron en alcaldesa por primera vez. Pero ya está harta de medias verdades y mentiras y, empujada por un voto de enfado, ha decidido protestar entregando su voto a una política que transmite, al menos, chulería. "Sabéis, he tenido que cambiar a mi hijo de escuela y llevarlo a un centro concertado". El quid del problema es que, siendo catalanohablante y estando bautizada con un nombre muy andaluz, su hijo estaba dejando de hablar catalán por culpa de una escuela pública incapaz de integrar a una inmigración descontrolada. Es la Barcelona que ha pasado, con nocturnidad y alevosía, del 5% de inmigración al 30% en solo veinte años. “El día que vino a casa y me dijo, 'mamy, vos estás enojada', dije basta".
Si bien una parte de los votantes de Aliança Catalana no esconden su deriva ultraderechista, otros se niegan a considerarse simpatizantes de ideologías autoritarias. Y he aquí el error que cometen muchos analistas políticos, incapaces de aceptar que el voto a la formación de Sílvia Orriols está teñido de cansancio, cabreo y cotidianidad mal gestionada. Cabreo por los 9 segundos de República, cabreo por las mentiras procesistas, cabreo por el espíritu que aún impera del 155, cabreo por la infrafinanciación cronificada, cabreo por el vasallaje cobarde de la Generalitat de Catalunya hacia las instituciones españolas, cabreo por la lenta defunción de las raíces identitarias, cabreo por la catalanofobia desacomplejada que vomitan las derechas y las izquierdas peninsulares… y el cabreo suma y no decrece. Y sí: a muchos de los futuribles votantes de Sílvia Orriols les molesta su postura proisraelí en el genocidio perpetrado por los sionistas en Gaza, pero Gaza es una más de las evidencias de que este mundo está en descomposición ética y moral.
Muchos analistas políticos son incapaces de aceptar que el voto a la formación de Sílvia Orriols está teñido de cansancio, cabreo y cotidianidad mal gestionada
Sectores próximos a la CUP están propagando el rumor de que Aliança Catalana fue gestada por los poderes del Estado para romper el independentismo. Y yo me pregunto, pobre de mí, si hacía falta el partido de Orriols para hacer añicos un movimiento que ha practicado la autofagia desde el 1 de octubre de 2017. Junts, ERC, incluso la CUP, con su revolución asamblearia de sofá de IKEA, son tan responsables de la descomposición del independentismo como el poder legislativo, judicial y ejecutivo de España. "Que viene el lobo, que viene el lobo", gritan, cuando deberían sentir vergüenza de las futilidades que han convertido el postprocés en un circo. Y la cronología de los hechos no engaña, como el algodón: los días posteriores al 1 de octubre murió la ilusión; después vino la deserción en forma de abstencionismo, cuando se conoció la magnitud de la mentira, y ahora, el voto a Aliança Catalana también es la crónica de una desilusión digerida en forma de vómito.
Las encuestas, seguramente infladas para generar miedo, auguran 19 parlamentarios al partido de Sílvia Orriols. Unos resultados magnificados, ateniéndonos a la debilidad programática de una formación que sustenta toda su fuerza en una persona carismática. Para bien o para mal, la nueva política no es aquella que clamaron los partidos surgidos del 15-M. Y aquí recuerdo los papeles falsos utilizados para echar al alcalde Trias y el pacto con los oligarcas encabezados por Manuel Valls. La nueva nueva política tiene un software digno de TikTok, con un envoltorio efectivo y un contenido panfletario. Nuevos tiempos, nuevas praxis, el reclamo preciso para la gente que se siente estafada por aquellos que un día les prometieron Itaca, y apaleada por aquellos catalanófobos que han tratado de eliminar la identidad catalana mediante el Estado cavernario. El lema "ni oblit, ni perdó", empieza a tener forma parlamentaria.