1. Relevo en la cúpula socialista. Que la celebración del congreso extraordinario del PSC para entronizar a Salvador Illa haya coincidido con el ingreso en la prisión de Quatre Camins —en la Roca del Vallès, donde fue alcalde Illa— de Bartomeu Muñoz, es un puro azar. Como también lo es que la Audiencia de Barcelona haya dado un plazo de un mes al exalcalde de Sabadell, Manuel Bustos, para que entre en prisión y cumpla la condena por el caso Mercurio. Un caso que demuestra perfectamente que la llamada sociovergencia ha tenido como protagonistas, sobre todo, al sector de los negocios de CiU y al españolismo socialista. Barto y Bustos son dos de los capitanes del PSC que desplazaron a los catalanistas de la dirección del partido en el sangriento congreso que tuvo lugar el 4, 5 y 6 de febrero del año 1994 en el Hotel Melià de Sitges. En aquel congreso Josep Maria Sala, condenado y encarcelado por el caso Filesa —si bien en 2001 el Tribunal Supremo anuló la sentencia—, y Josep Borrell, también encausado, ocuparon sitios prominentes en la nueva dirección, con José Montilla como nuevo gran entrometido a la sombra. Miquel Iceta volvió a sentarse en la ejecutiva del PSOE. 

El tripartito no sentó bien a ninguno de los partidos implicados. Los socialistas salieron quemadísimos de la relación con Esquerra y la competencia con Ciudadanos acabó de decantar la balanza socialista hacia el españolismo. Mientras la calle clamaba en defensa de la escuela catalana sin la participación socialista, el pasado fin de semana el PSC cerró el ciclo sucursalista que había empezado en 1994 y que siguió en 2000 con el congreso de Barcelona que eligió a José Montilla como primer secretario. En vista de la evolución del PSC, hoy sería inimaginable que Marta Mata, la pedagoga catalanista que representaba el espíritu del PSC-C, y Pepe González, el economista de UGT que provenía del PSOE, fueran los impulsores de la inmersión lingüística en la escuela. Los dos se opusieron al modelo de segregación, con dos vías, una catalana y la otra castellana, que propugnaba Jordi Pujol en contra, incluso, de miembros de su partido. Entre la corrupción y el sucursalismo, el tsunami provocado por el proceso ha transformado el PSC hasta borrar el Pacto de Abril de 1978 que llevó a la unificación del PSC-C con la Federación Catalana del PSOE.

2. El fracaso de un académico. Que la renuncia al cargo del ministro de Universidades español, Manuel Castells, coincida, día por día, con la huelga convocada por los estudiantes de Cataluña en contra de su proyecto de ley, ¿es ironía o es una muestra más de la arrogancia que gastan ciertos académicos? Castells, que mientras ha sido ministro no ha abandonado sus colaboraciones semanales en La Vanguardia, es un ejemplo, de los muchos que podría poner, de los académicos que entran en política con grandes teorías que después no pueden aplicar de ninguna manera porque no tenían en cuenta la realidad. Del nuevo ministro de Universidades, Joan Subirats, lo más importante no es que haya coincidido en Bandera Roja con Castells, sino que cuando dejó de ser concejal declaró que había descubierto que no todo lo que explicaba en clase tenía aplicación práctica. ¡Vaya! Castells es menos valiente y se refugia en las excusas personales para esconder su fracaso. Y es que la política, y ya me perdonarán quienes creen el contrario, es un oficio que debería enseñarse en una escuela de administración pública. Una escuela que no estuviera dejada de la mano de Dios, como la catalana, que, por decirlo simple y llanamente, está externalizada para favorecer el negocio de las universidades y de los académicos.

Las universidades catalanas están en caída libre por carencia de financiación, pero, sobre todo, porque nadie sabe encontrar el camino para enderezar la deriva que ha precarizado al profesorado, ha multiplicado innecesariamente la oferta de grados y másteres y ha burocratizado la investigación hasta un punto demencial. Desde el 30 de septiembre de este año, oficialmente no existe ningún grupo de investigación en Catalunya. Aquel día se acabó el periodo de ejecución de las ayudas de la AGAUR a los grupos de investigación y todavía no han anunciado otra convocatoria. En una entrevista publicada el mismo día que dimitió, Castells afirmaba que su modelo priorizaba la enseñanza y los estudiantes y no la investigación, contraponiéndolo al modelo que aplicó Andreu Mas-Colell para darlo todo a la investigación. No defenderé el modelo Mas-Colell, porque es el causante de la descapitalización de las universidades, sin embargo, me parece un tópico demagógico tildarlo de neoliberal por creer en la investigación. Todos los profesores somos PDI (o sea: Personal Docente e Investigador) y se nos retribuye con este perfil: sexenios de investigación y quinquenios de docencia. Castells se marcha y seguramente seguirá escribiendo en sus artículos como podría ser el mundo si los suyos gobernaran. Como Pablo Iglesias, a quien por cierto “colocó” en el centro de investigación que Jordi Pujol creó a medida para Castells en la UOC, él ha sido ministro y no ha cambiado nada. Al contrario, la universidad se tambalea y los ministros caen uno detrás el otro mientras aquí no lo hacemos mejor.  

3. La exaltación del modelo de segregación. La lengua catalana vuelve a ser motivo de discordia en España. El Estado está intentando rematar el trabajo después de la represión contra el independentismo a raíz del 1-O. El nacionalismo español sabe que el catalán es medular para vertebrar la nación catalana y por eso ahora ataca por ese flanco. También es verdad que durante unos años el lengüicidio ha sido alimentado por un sector del independentismo. Se quería ampliar la base prescindiendo del cimiento de la catalanidad que es la lengua y la cultura catalanas. La catalanidad no es étnica, sino cultural, y por eso todos los tratados académicos del mundo reconocen que el nacionalismo catalán es cívico y no étnico.

A raíz del caso de Canet y del fracaso de la inmersión, no porque sea un modelo malo, sino porque no se ha aplicado, se oyen voces que exaltan el modelo vasco de segregación lingüística. Lo hacen con un recurso muy raro. Afirman que el 82 % de los niños vascos eligen el modelo euskaldún y que por eso crece el conocimiento del euskera. Los niños vascos chocan con el mismo problema que las criaturas y los jóvenes catalanohablantes: la oferta audiovisual, de videojuegos o de música es aplastantemente castellana. El euskera, como el catalán, es analógico. Pero es que, además, si creas un sistema en el que solo el 18 % de los niños se escolariza en castellano, aunque creas que estás salvaguardando los "derechos individuales" de esas criaturas, en realidad las estás condenando al ostracismo porque no tienen los mismos recursos que el 82 % restante. Lo que podría parecer justo se convierte en una fuente de desigualdad intolerable. Si tanta gente elige lo que, en realidad, es una modelo de inmersión lingüística, ¿por qué los vascos no dejan de segregar a los niños por razón de lengua? La inmersión se resume con una tríada clásica: libertad, igualdad, fraternidad.