Es un tópico que sigue repitiéndose después de cada elección. Muchos partidos caen en el patetismo de Marta Pascal, que con menos de cinco mil votos se cree la alternativa a no se sabe qué, y buscan condicionar las negociaciones postelectorales magnificando su fuerza. Pedro Sánchez se atreve a afirmar, sin que los datos lo avalen y lejos de reconocer la victoria en votos y escaños del bloque independentista, que la “victoria clamorosa” de Salvador Illa avala la necesidad de constituir un gobierno progresista, liderado por el PSC, con los comunes. Entre los dos partidos solo suman cuarenta y un diputados y, por lo tanto, este gobierno es inviable incluso en segunda vuelta, cuando el candidato a la presidencia solo necesita más votos a favor que en contra. La suma no da ni que se añadiera Vox, apelando al “antes roja que rota” de los franquistas, o la CUP, con el argumento contrario. La repetición en Catalunya de la coalición de los partidos que sostienen el gobierno español necesitaría dieciséis o dieciocho diputados más para llegar a los sesenta y ocho necesarios. La única fórmula para llegar constituir en miniatura “el gobierno más progresista del mundo” seria que ERC se añadiera a la maniobra. Entonces sí que la reedición del tripartito superaría el umbral de la mayoría absoluta. Pero ERC ya ha negado esta posibilidad por “activa, por pasiva y por perifrástica”, como le gusta decir a Salvador Illa refiriéndose a un posible apoyo de Vox a los socialistas para frenar el separatismo.

El sector federalista de ERC, que de momento ha fracasado en su intención de cargarse a Pere Aragonès en caso de que perdiera ante Junts, se comporta como los socialistas y también esparce la idea de que es posible constituir un gobierno independentista y progresista sin la participación de Junts. Gabriel Rufián, que siempre que interviene en el Congreso de los Diputados lo hace con un gran resentimiento hacia Junts, el otro día se inventó otra mayoría fake, esta vez con un tripartito distinto: ERC (33), CUP (9) y En Comú-Podem (8). Basta con saber sumar para constatar, una vez más, que este tripartito, que los publicistas de los comunes rehusarían denominar poligonero, no llega a la mayoría absoluta. Le siguen faltando dieciocho escaños. Puesto que no me imagino que un gobierno como este tuviera el apoyo de Vox, el PP o Cs, los republicanos solo pueden aspirar a convencer a Junts. Entonces la pregunta seria: ¿a cambio de qué? Un apoyo externo sería un suicidio para el grupo de Laura Borràs. Si Pere Aragonès quiere que triunfe su propuesta de pactar un gobierno amplio, es imprescindible que acalle a los perdonavidas de su partido y a quienes comparan Junts con Vox, como desde la misma noche de las eleccions hicieron personajes del entorno de ERC, En Comú-Podem y PSOE. Junts, les guste o no, tiene un apoyo electoral que está a años luz de la CUP o de los comunes. Es un partido, mayoritariamente de centroizquierda, que no tiene ninguna necesidad de levantar el puño porque no es un partido marxista. ERC también haría bien en aceptar que la CUP se ha beneficiado otra vez del descontento de votantes independentistas con ellos y Junts y no porque, como los comunes, se proclamen más de izquierdas que nadie.

Lo más coherente es que ERC, Junts y la CUP pacten un Govern y una mesa del Parlament, que es el paso previo, que una a los que tienen el mismo objetivo: la independencia de Catalunya

Las mayorías son las que son. En un tuit tan brillante como sintético, el politólogo Sergi Pardos-Prado, catedrático de la Universidad de Glasgow, ha resumido los diversos bloques y el peso porcentual de cada uno después de las últimas elecciones. Así pues, y empezando por el principio, por la contradicción principal, el bloque independentista (ERC+Junts+CUP+PDeCAT) representa el 50,73%, mientras que el unionismo (PSC+ECP+PP+Cs+Vox) llega al 47%. En el bloque independentista, la línea dura (Junts+CUP), entendiéndola como el sector que no descarta la unilateralidad, reúne el 26,71% y la línea moderada (ERC+PDeCAT), el independentismo slow, el 24,02%. En el campo unionista, la división entre radicales (PP+Cs+Vox) y moderados (PSC+ECP) se reparte entre un 17,11% y un 29,91%, respectivamente. Los partidarios del referéndum (ERC+Junts+CUP+PDeCAT+ECP) reúnen el 57,6% de los ciudadanos que fueron a votar el 14-F. Junts y la CUP, pues, están más cerca en la estrategia para avanzar hacia la independencia que la CUP respecto de ERC, pero los tres partidos son el alma del independentismo que hoy tiene representación parlamentaria. Están condenados a entenderse, si no es que los federalistas de ERC consiguen imponerse y obligan al partido a adoptar una estrategia que, en vez de pensar en Catalunya, mire hacia la Moncloa y Pablo Iglesias. En los 80 años de historia del benemérito partido republicano no sería la primera vez que ocurre algo así. El 6 de octubre de 1934 ya se produjo esta misma contradicción y se impusieron los federalistas que incitaron a la revuelta institucional catalana contra la CEDA, previo pacto con el PSOE de Largo Caballero.

Junts y ERC han perdido casi medio millón de votos respecto del 2017. Muchos son los motivos que justifican la alta abstención, que ha perjudicado al independentismo, pero todavía más al unionismo (Illa no ha logrado los 36 diputados de Ciudadanos y solo recogió unos cuarenta y seis mil votos de los más de novecientos mil que ha perdido Ciudadanos). El efecto resistencia de 2017 que provocó la victoria de Junts se ha desvanecido por el agotamiento de los electores que están hartos de las zancadillas entre los que se supone que son compañeros de lucha. En la cárcel, el exilio o esperando juicio solo hay militantes de ERC, Junts, la CUP, los CDR, la ANC y Òmnium, porque la lucha es, esta vez sí, realmente compartida. Los comunes se alían a menudo con la derecha para reventar el independentismo, como pasó en el Ayuntamiento de Barcelona. Por lo tanto, lo más coherente es que ERC, Junts y la CUP pacten un Govern y una mesa del Parlament, que es el paso previo, que una a los que tienen el mismo objetivo: la independencia de Catalunya. A falta de un SNP catalán, por lo menos que los tres grupos independentistas acuerden la constitución de un gobierno de unidad nacional, que es la mayoría real, que evite perder más apoyos.